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Ecuador, 23 de Diciembre de 2024
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El Telégrafo
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Estamos cansadas de lamer tumbas y pintar úteros

El manifiesto resume 30 años de un estudio antropológico sobre la violencia contra la mujer, pero la canción que lo ilustra suena y una legión de individuos se ríe con sorna. El “DJ” de turno observa la cháchara y con rotunda complacencia sube el volumen. La tribu, agradecida con el gesto, empieza a recitar con deliberada voz afeminada: “Y la culpa no era mía ni dónde estaba ni...”.

Esta escena se repite en cualquier sitio a cualquier hora: hace tres meses en un camerino en México; hace 40 días en un cuartel en Colombia; hace dos semanas en una oficina en Guayaquil...

¿Por qué se satiriza una lírica que denuncia al machismo (del que los hombres también son víctimas) y redime a la mujer ultrajada (que carga con el trauma de la violación y con la culpa de “haber estado donde no debía”)?

Se satiriza sencillamente porque el patriarcado no está habituado a que la mujer lo interpele públicamente (la pieza musical lo hace), por eso sus benefactores responden con el más sutil de los maltratos: la burla. Se manifiestan de esa forma (no gritan, no agreden) porque se consideran caballeros, en consecuencia, sienten que el machismo es cualidad exclusiva del violento, no de ellos.

Y es que el sinuoso camino del machismo está plagado no solamente de agresión verbal y física sino también de una ficticia “caballerosidad”, por eso sus portavoces se sienten con la suficiente autoridad para ridiculizar el feminismo, a cuyas integrantes desprecian porque, a su juicio, quieren corromper a sus damas. Y ellos necesitan salvarlas. No entienden que el piropo, por muy poético que les parezca, es otra forma de acoso, ni comprenden que el mansplaining, por muy instructivo que aparente ser, infantiliza a la mujer. Así pues, no duden de que hoy, 8 de marzo, fieles a sus principios, se harán los desentendidos sobre el espíritu de esta fecha y regalarán flores y chocolates, minimizando, un año más, una lucha dolorosa que se ha vuelto omnipresente y que está cansada de lamer tumbas y pintar úteros.

“El patriarcado es un juez que nos juzga por nacer” declaman los emisarios del patriarcado en una suerte de parodia porque crecieron con la idea de que las mujeres no pueden hablar fuerte (”histéricas”), y porque asumen, verbigracia, que alzar la voz es un privilegio exclusivo de ellos. Por eso, cuando alguno de sus congéneres pronuncia con flaqueza alguna frase lo exhortan sin demora: “Habla como hombre”. Hoy en las calles seremos más, aunque cada minuto en todo el mundo seamos menos. A seguir luchando. ¡Duerme tranquila, niña inocente! (O) 

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