La zona caliente de Lima
Acercándose al Morro Solar, que a la vista es la elevación más alta del sur de la capital peruana, el lujo cesa por completo. La vía se hace de arenilla, las calles se achican en pasos angostos, la basura aparece, la aglomeración de personas se concentra en las esquinas.
Los andenes reciben cientos de pisadas de zapatos, cuatro patas y cochecitos.
El olor de la zona es particular, como a sal.
El mar está muy cerca y desde ciertos sitios se observa a lo lejos. Cedros, al lado de Alto Perú, es el barrio por el que nos movilizamos hacia el Morro Solar para ver el ciclismo de montaña.
Seguimos por Cedros, menos riesgo, hasta que el conductor del vehículo en el que me encuentro dice: “Si tiene mochila bájela al piso”. No dudo en hacerle caso, se nota que no bromea. La ubico bajo el asiento del copiloto y subo mis pies sobre ella. También me pide esconder el celular. Las únicas fotos que tengo las tomé con mi retina. Por si acaso, me quito del cuello la credencial de prensa.
El chofer también toma sus precauciones. Es un hombre joven, de tez morena y corte rapado a la moda. Saca su móvil del aparato que lo sostiene en el tablero del vehículo y lo esconde entre sus muslos. No quiere sufrir un “bujiazo”, esa técnica delictiva de romper el vidrio para llevarse lo que esté a la vista.
“Aquí es muy peligroso”, me recuerda. El tráfico nos detiene a un costado de lo que parece ser un mercado.
Está lleno de gente, se oye cumbia y el ruido de los motociclos, vehículos similares a un huevo, por su color, tamaño y forma; con una reja que separa la cabina del conductor con el pasajero.
Nos hemos perdido en Cedros. El GPS nos envía por calles que simplemente no existen. Damos vueltas en círculos, no hay señales de los Panamericanos. Las personas nos miran con misterio. Hace calor.
Las dudas surgen en mi cabeza. ¿Vale la pena seguir esta aventura? El taxista también está nervioso. Le preguntamos a dos hombres el camino para el Morro Solar. No saben.
“Volvamos”, digo apresurado. He visto lo que alguna vez encontré por casualidad en internet. Frente a nosotros hay una pira de al menos tres metros en medio de una calle, de lo que al parecer es basura, cerrándola como un callejón. El humo negro sube rápidamente y se filtra por la ventana. Hace más calor.
Giramos en la angosta calle, con un pronunciado desnivel a nuestro lado derecho que visualmente me permite observar la “favela de Lima” y al fondo el Pacífico.
Regresamos por donde vinimos, más rápido que antes. Nos detenemos en una base militar, allí se realizan las pruebas de tiro deportivo.
Mientras camino de la puerta a la sede, tras una serie de preguntas extrañas de los voluntarios y la presencia de militares en el ingreso, siento la arena y algunas piedrecillas en la suela de los zapatos.
Mi paso es firme, escucho muchos disparos. No son a mí, son los deportistas.
Será la adrenalina, pero siento que estoy en un campo de guerra. Mi película de deportes se convirtió en una de acción. Ya en la zona de prensa, todo vuelve al cauce natural. De nuevo el frío empieza a hacerse sentir. (O)