Las mujeres seguimos esforzándonos por ganar espacios en las esferas de poder, tanto a nivel público como privado.  Las estadísticas reportan que más mujeres ingresan y concluyen sus estudios a nivel medio y superior;   incluso, que el número de graduadas supera al número de graduados. 

Sin embargo, estos resultados no se plasman en más mujeres ocupando vacantes laborales o cargos directivos.  La principal causa, según estadísticas, es cultural. 

Voces desde la sociedad ecuatoriana todavía argumentan que el único lugar para la mujer es el hogar. 

Las mujeres ecuatorianas dedicamos cuatro veces más tiempo a las tareas domésticas y de cuidado que los hombres. 

Razones como que los hombres piensan que los niños “sufren” si su pareja trabaja, o que la mujer no puede ganar más que el hombre dificultan el ingreso de mujeres al mercado laboral.  Finalmente, las cifras hablan de mayor desempleo para las mujeres, menor remuneración en relación a sus pares masculinos y que las mujeres se ocupan más que los hombres en el  trabajo informal. 

Estos paradigmas culturales también retrasan y dificultan el ingreso de las mujeres a  cargos directivos, directorios empresariales, directorios de cámaras y de colegios de profesionales.

Al hacer este análisis, en Ecuador también hay que añadirle un componente racial. 

Las mujeres indígenas y afroecuatorianas son más castigadas por el analfabetismo, el desempleo y la carga de tareas domésticas y de cuidado.  En definitiva, las mujeres indígenas y afroecuatorianas son más propensas a caer en la pobreza. 

Es por eso que el progreso para las mujeres, y en definitiva, para la familia y la sociedad, involucra a todos los actores y es más complejo que las imposiciones legales. 

Mientras la sociedad en su conjunto no concientice sobre la importancia de incluir a la mujer en las esferas de poder, de decisión, de producción, Ecuador seguirá siendo un país racista, machista y empobrecido.  Las cifras son frías y así lo confirman. (O)