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Ecuador, 28 de Noviembre de 2024
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El Telégrafo
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Indetectable

La mula (2018) es una película de Clint Eastwood cuyo argumento tiene que ver con un anciano que, endeudado, decide hacerse  transportador de droga. De él no se sospecha nada y peor de sus rutinas, es un individuo indetectable que puede pasar entre fronteras, hecho que él aprovecha para enriquecerse. Tal historia, se lee en los créditos del filme, se basa en unas crónicas del New York Times firmadas por Sam Dolnick. El protagonista de las crónicas era un excombatiente de la guerra de Corea, condecorado en su momento, y luego floricultor, de nombre Leo Sharp.

Si bien La mula se centra en la figura de Sharp, Eastwood no hace una película biográfica como se podría desprender de las crónicas de Dolnick. Su interés es explorar, a partir de ese anodino anciano, el retrato de una Norteamérica añeja en el que van emergiendo nuevos rostros, una parte de ellos, narcotraficantes. Y resulta paradójico que Eastwood muestre a su país, con sus extensiones impresionantes de territorio, las que construyeron el mito del solitario conquistador del oeste, o la del liberal ajusticiador y emprendedor de rutas basado en fuertes valores, como subsumido en un tejido de un mal social, auspiciado, por otro lado, por el imperio de un capitalismo avasallante.

Dentro de este paisaje, el anciano, antes un héroe sobreviviente, ahora es el instrumento de un negocio portador de sufrimiento y muerte. Por medio del rostro de Eastwood, interpretando a Sharp, vemos que la economía ha cambiado, dejando de lado el emprendimiento personal copado por el transnacionalismo; notamos que las familias se han desintegrado y solo las sostiene el recuerdo de los años dorados; percibimos que las nuevas generaciones andan como zombis pegados a las pantallas de los celulares, con sus rostros de quemeimportismo ante lo social. Allí, el tejido del narcotráfico ha contaminado la atmósfera social y cultural y se ha apoderado de las redes de celulares y de internet. Eastwood de pronto hace caer en cuenta que, si antes sus héroes se movían en espacios que debían conquistar, ahora sus personajes deben lidiar en una atmósfera sin identidades, sin “buenos” ni “malos”. Es como andar ciego sin certezas ni referentes (como esos mismos jóvenes zombis solitarios que se refugian en los moteles o en los garajes). En este contexto, La mula es una película sobre el desencanto, aunque menor, pero aleccionadora. (O)  

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