Independencia: una cuestión de método
Hace tiempo, un profesor de la cátedra de historia americana en la Universidad Nacional de Misiones en Argentina se preguntaba, en medio de una clase, cuál es el método científico de la historia. Una pregunta difícil de responder en ese entonces pero que tenía una única respuesta posible, o por lo menos la que este profesor consideraba pertinente para el estudio y la comprensión del pasado que es el materialismo histórico. A medida que uno estudia y observa en sintonía los acontecimientos que van poblando la realidad, alcanzamos esta conclusión e intentamos buscar el modo de utilizarlo para interpretar, no solo la historia en sí misma, sino el presente en el que habitamos y que demanda la perpetuidad de nuestro quehacer. Pero el método no se reduce a una cuestión meramente hermenéutica, de colocar todo en el balance de las interpretaciones, sino que va más allá. Dirige su lógica a la praxis, al cambio estructural, a la unidad inmanente de las palabras y las cosas. Karl Marx contribuye a esta noción con un apotegma más que conocido: “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo” (Friedrich Engels, Ludwig Feuerbach y el fin de la Filosofía clásica alemana, Buenos Aires, Lautaro, 1946, p. 59). Esta tesis XI esbozada por el filósofo alemán en 1845 retorna (hoy) con una fuerza renovada, aún más si nos referimos al Bicentenario de la Declaración de Independencia argentina que se conmemoró el pasado 9 de julio.
Sin embargo, es irónico que en la celebración del bicentenario de la independencia el presidente que gobierna el país sea un personero de la dependencia. Es una irritable paradoja que se repite como en el primer centenario con el entonces presidente conservador Victorino de la Plaza, pero ahora con Mauricio Macri. Es la república conservadora en el siglo XXI en su versión neoliberal. Una república que, siendo consecuente con su signo ideológico, tuvo como invitado de honor al emérito rey de España Juan Carlos I de Borbón. Algo similar a lo que sucedió en la ceremonia del centenario de la Revolución de Mayo donde la invitada de honor fue la Infanta Isabel de Borbón, en representación del rey de España Alfonso XIII, siendo la concurrente de mayor jerarquía en dicha ceremonia protocolar. La Infanta había sido ubicada en un lugar especial junto al presidente José Figueroa Alcorta. Esta cuestión se volvió a repetir con la presencia solitaria del otrora monarca español y una frase del mandatario argentino en el discurso oficial de apertura que decreta su genuflexión colonial 200 años después: “Deberían tener angustia de tomar la decisión, querido rey, de separarse de España”. Una expresión sin duda coherente con el momento político que vive el país austral. Esto me hizo acordar a una frase vertida el 1° de mayo 1933 por unos de los miembros de la delegación del entonces vicepresidente fraudulento Julio Argentino Roca (h) con motivo del pacto de dependencia con Inglaterra llamado Roca-Runciman, quien aseveró que “la Argentina es una de las joyas más preciadas de su graciosa majestad”. La historia se repite bajo el mismo principio reaccionario y a ninguno de estos cipayos de ayer y hoy parece importarle.
Pero esto no queda reducido a las pompas y al mero acto simbólico. Macri poco a poco está empujando al país al Acuerdo Transpacífico (TPP) y con ello a todo el Mercosur, lo que representa un gesto concreto y alevoso de dependencia. Una dependencia que se sufraga, que se elige desde las instituciones democráticas, donde la entrega de la patria se legítima desde la “cosa pública”, como fue con el pago a los Fondos Buitre votado hace un puñado de meses en las dos Cámaras del Congreso y que está poniendo en juego la soberanía nacional frente a estos espurios capitales financieros. De esta manera se está firmando el pacto neocolonial en Argentina y la tinta nuevamente es la sangre del pueblo. Ergo, con estos gestos, con estas señales contundentes de Macri vamos camino a la deshumanización de la política, porque el neoliberalismo deshumaniza a la política. Todo lo que venga con esto lo irá proyectando la historia con consecuencias a priori predecibles. Esto muestra la dirección que está volviendo a tomar la Argentina con este gobierno y cuya consigna, como vemos, es la de la dependencia. La tensión imperante sigue siendo la misma: “nación o factoría”. El dilema es de hierro, nos diría atinadamente el filósofo argentino Juan José Hernández Arregui.
Ahora bien, el concepto de independencia abre un debate indispensable para estos tiempos que corren que es la independencia. Su sentido, su dimensión histórico-política, su densidad ontológica. Porque a veces olvidamos que hablar de independencia es hablar del sujeto que lucha por alcanzar esa condición. Porque en efecto, la independencia es la máxima condición que puede aspirar el ser humano, la de ser absolutamente libre, sin ataduras de ninguna naturaleza, sea política, económica, financiera o cultural; sin caer vencido por el peso del poder.
Parafraseando a Jean-Paul Sartre, “estamos condenados a ser independientes”. Esta es una paradoja que se convierte en el horizonte para comenzar a pensar seriamente nuestra segunda y definitiva independencia como nación y como continente que es una deuda pendiente y la sustancia de cualquier proyecto político que pretenda transformar el país. De lo contrario estaríamos perdiendo el tiempo y la lucha de muchos sectores habrá sido en vano. La independencia necesita instrumentos que hagan posible su realización y por lo tanto necesitará de un método que guíe sus pasos.
Pero para definir este concepto debemos sumergirnos en el contexto histórico del proceso independentista que comienza con la Revolución de Mayo de 1810, continuando con las guerras patrióticas contra los ejércitos realistas y culmina con la Declaración de la Independencia por parte del Congreso convocado en Tucumán el 9 de julio de 1816 y proclamada por la historiografía oficial como la “primera independencia argentina”. Esta independencia de carácter política, colocaría a las Provincias Unidas del Río de la Plata en el plano internacional, legitimando de manera oficial la ruptura con España, no así la del Congreso de los Pueblos Libres llevado a cabo por las provincias del litoral y la Banda Oriental un año antes en Arroyo de la China (actual Concepción del Uruguay, provincia argentina de Entre Ríos), el 29 de junio de 1815 y cuyas actas se desconocen. Esto ha facilitado la labor historiográfica de la élite dominante que desconoció el proyecto federal de las provincias que no se alinearon al poder central de Buenos Aires. El proceso de formación y consolidación del Estado y la unificación del territorio nacional durante la segunda mitad del siglo XIX borraría de un plumazo la gesta artiguista, tomando como bautismo independentista el Congreso de Tucumán de 1816.
Empero, este primer momento de independencia que asume el país ha atravesado un derrotero semicolonial que lo mantuvo maniatado al capital extranjero de los imperios británico y norteamericano entre los siglos XIX y XX, cuestión que despierta el siguiente interrogante: ¿se puede ser una nación plenamente independiente mientras continúe el capitalismo? Sin duda suena un tanto paradójico hablar de emancipación e igualdad en una sociedad que plebiscita cotidianamente seguir en este sistema donde la independencia real pareciera ser un sueño eterno. Es la contradicción que debemos superar. El desafío que pone a prueba la cuestión del método, cuyo espíritu reside en la transformación, en la subversión del orden establecido y que tiene su origen en las tradiciones emancipatorias de San Martín, Artigas y Bolívar, en esa filosofía de la praxis llevada al campo de batalla por Manuel Belgrano y lo que vino tiempo después en esa lucha inclaudicable por conquistar la segunda y definitiva independencia. La tensión entre liberación y dependencia gravita en la atmosfera de la región arrojando chispazos que en cualquier momento encenderán el fuego de nuestra conciencia revolucionaria. (O)