Huaqueros y saqueadores actuales
Y mientras la gente del pueblo busca sus espacios sagrados, ocupados y desplazados por la santería cristiana, aunque sea utilizando los calendarios de creencias exógenas, los políticos también han desarrollado el mismo palimpsesto en el poder administrativo.
Donde antes había un palacio indígena o un centro ritual administrativo, destruyendo lo nativo, con esas mismas piedras derribadas se hicieron los “palacios municipales”, las alcaldías, las casas de gobernación, los “palacios de sus justicias”, sus casas de gobierno, sus casas de la real hacienda, sus cuarteles, sus palacios virreinales o de sus reales audiencias. Por este camino no ocurrió el sincretismo sino en leves manifestaciones, sobre todo cuando se les daba algún remedo de poder a los caciques indios.
En el nuevo palimpsesto de los espacios de poder, como el Palacio de Carondelet de Quito, está la idea de la huaca profanada por los huaqueros, siempre pertenecientes a renovadas culturas politiqueras, porque en los sitios sagrados siempre hay tesoros.
Carondelet es el epicentro del saqueo moderno, el sitio sagrado donde operan los iluminados y visionarios. Quito es el atractivo histórico de la pillería. El Quito de la leyenda de ricos tesoros escondidos ha sido redescubierto por las oligarquías que saben cómo acceder al nervio oculto de la patria moderna, habitada por las mismas tribus del desbande conquistador bajo las amenazas de los arcabuceros.
Nuestra imagen del huaquero histórico es la del saqueador de segunda, el que busca la noche para no ser descubierto. El saqueador de primera es un ladrón descarado y sin escrúpulos; es un aristócrata heredero de conductas del conquistador con licencia imperial para desmantelar lo que encuentre. Entre las cábalas para acceder a Carondelet del Quito mitológico aparecen los magos o brujos de la libertad que aprendieron predicación de promesas, con subespecialidad en charlatanería y demagogia.
Allá llegan ladrones de primera y de segunda, incluidos los adulones y traidores recogedores de migajas. El saqueador de segunda es una idea del profanador de riquezas destinadas a los dioses, y más que a ellos, concebidas para vincularse a la posteridad contrapuesta a la inmortalidad obsesiva del alma occidental.
En el concepto de posteridad aborigen procura repetir o reproducir la vida terrenal, con los mismos elementos de su utilidad; en tanto que en la inmortalidad cristiana, el alma vagabunda se queda sin oficio cuando sale al paraíso, a pasarse una eternidad de aburrimiento. El descanso eterno no es sino el calco post mortem de esa pereza por el trabajo que impuso el conquistador en la vida colonial.
Para el huaquero, el oro y las piedras preciosas en las tumbas son avizorados como fortunas escondidas en minas de explotación. Las momias indefensas, disecadas del alma, nada hacen para protegerse de estas profanaciones a las almas con retardo conceptual.
En Quito está el epicentro de esa “patria, tierra sagrada” que ha sido transmutada a tener los espacios de la amnistía a los ejecutores del poder. Resulta otra forma de acogerse a sagrado por los investidos de falacia.
Este concepto de territorialidad y soberanía patria no está explícito en la última Constitución, pero está aludido desde la perspectiva del capitalismo y del utilitarismo al decir: “Los recursos naturales no renovables del territorio del Estado pertenecen a su patrimonio inalienable, irrenunciable e imprescriptible.” ¿Qué significa esto en nuestra práctica?, que las cosas del Estado les pertenece a quienes llegan al poder, y si se revierte en obra social es considerada como una dádiva, tal y como se otorgaban las ‘mercedes’ en la época colonial a los súbditos.
La obra social y su infraestructura que la beneficia, para la mayoría de politiqueros, es uno de los negocios por los que aspiran al poder. Estas afirmaciones se derrumban o se derrumbarán con las prácticas de la honestidad frente a los recursos del Estado, si creemos en utopías. Cuando la ley descubre irregularidades en la “patria, tierra sagrada”, hechas en las prácticas de sus saqueadores, recién nos damos cuenta que hemos quedado reducidos a gente que no podemos usar pasajes aéreos. (O)