El grito
El deporte es lo más sano que hay. Es increíble el poder que tiene para unir, reconfortar, entretener y enseñar. Lima se volcó al deporte, se olvidó de sus problemas políticos e incluso dejó en segundo plano sus fiestas patrias.
En un evento de este tipo, en el que la alegría y el nacionalismo se toman cada sede donde participa un deportista y donde los aficionados izan con orgullo sus banderas, no supero la medalla de plata de Alexandra Escobar.
Claro que no es la única presea que ha conseguido hasta la fecha nuestro país, ni es la primera de Escobar en su larguísima carrera deportiva; aunque es la última. Eso de por sí ya la hace histórica.
Pasó hace dos días. Frenamos las imprentas del diario hasta el minuto final, 18:59 para ser exactos, y así anunciar su podio en la portada del lunes. Al terminar la jornada, ella no estaba del todo contenta. Quería el oro. Alexandra, no sabes cuánto sufrimos en las gradas viéndote competir.
“Ecuador, Ecuador”, gritaban los asistentes en el coliseo Mariscal Cáceres. Sentados en frías y grises gradas, rodeados de extranjeros que no entendían la importancia del momento, las uñas de todos estaban en su punto más corto.
No recuerdo un silencio tal como el de los instantes en el que la ecuatoriana agarraba el tubo de las pesas y empezaba a tomar aire. Aire que le soplábamos para que tenga fuerza.
Pequeños murmullos, uno que otro grito de ánimo, ningún aplauso adelantado. Como un juguete de pilas, el botón On lo aplastaba Alexandra al levantar el peso. Ahí no había quién nos calmara. Luego la tensión entraba por los poros de la piel al ver a las rivales de nuestra campeona.
Al observar deportistas más jóvenes, más fuertes, más arriesgadas. Sí, porque la experiencia de Alexandra la hizo levantar lo que podía, su límite. Fue sincera consigo misma. Ese truco la hizo ganar la medalla.
El resto no lo sabíamos, o al menos no éramos conscientes de ello. Por primera vez había rostros de culpa y vergüenza para ocultar una ligera mueca de gusto al ver fallar a las contrincantes de la guerrera de Esmeraldas. Entiéndannos, la despedida debía ser con podio. Qué locura.
En su último intento perdimos la cabeza, gritamos y aplaudimos. Puños levantados igual que los brazos de Alexandra con una barra con un peso de 97 kg. (O)