Traverso soñaba con volver a jugar
Cuatro años después de un corto pero recordado paso por Barcelona, Gerardo Traverso sufrió un terrible accidente automovilístico que lo dejó parapléjico. Desde aquel fatídico 2004, el delantero uruguayo-paraguayo que se ganó a la hinchada amarilla por los dos goles de su debut frente a Emelec en el estadio Capwell debió movilizarse en una silla de escritorio a la que le adaptaron ruedas.
La idea fue de él, para sentirse sano, como si estuviese trabajando o leyendo. Las tres sillas de ruedas tradicionales que le consiguieron las regaló. “El sillón me hace sentir que no tengo ninguna lesión cervical y me motiva para pelear día a día. Es una técnica que descubrí, porque estar así te cambia mucho el humor”, contó hace unos años.
Traverso tenía 28 años cuando el vehículo que él manejaba se estrelló contra un poste de electricidad y luego se volcó. No perdió la vida, pero sí el tipo de vida que amaba: entrenar, saltar al campo los fines de semana, chocar con los defensas rivales y marcar goles a pura potencia.
Su precoz retiro lo enfrentó a la triste realidad del exfutbolista con el agrio ingrediente de no poder mover más que el cuello y las manos. Los amigos fueron desapareciendo, quedaron unos pocos que siempre estuvieron pendientes de sus problemas y tristezas. Uno de ellos fue Héctor Blanco, aquel zaguero paraguayo con el que coincidió en Barcelona en 2000 y que fue fundamental para que el equipo amarillo no descienda a la serie B.
Traverso tomaba pastillas para conciliar el sueño. “La pérdida de movimiento es como vivir encarcelado a un cuerpo, es mucho sufrimiento y dolor. El cuerpo nunca se acostumbra”. Pese a todo, mantuvo la fe intacta de recuperar su movilidad para cumplir su sueño de “volver a entrenar y jugar”. Pero los pulmones, como la mayoría de amigos, le fallaron a los 43 años.
Deja un legado de goles y un hijo de 16 años, Iván, que es figura en Paraguay. (O)