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Ecuador, 25 de Diciembre de 2024
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El Telégrafo
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Entre el panfleto y la teatralidad

La aparición pública, a fines del año pasado, del Panfleto porpulir contemporáneo. Dramaturgia desde el puerto (Cadáver Exquisito Ediciones), de Aníbal Páez y el Teatro Arawa, es un aliciente para una actividad profesional que, en el campo de la cultura, tradicionalmente ha sido considerada “la última rueda del coche”.

No es usual que se publiquen libros de teatro en nuestro medio, más acostumbrado a las puestas en escena que al teatro escrito. Y mucho menos cuando parte del texto sirve de “pre-texto” para acercarnos a la obra dramatúrgica de Sergio Román Armendáriz (Riobamba, 1934), poeta, dramaturgo, activista cultural y miembro del legendario Club 7.

“Soliloquio épico coral” y “Celeste” son las piezas teatrales que forman parte de este “panfleto”, así referido porque el libro es una suerte de poética, a más de un manifiesto sobre lo que el colectivo Arawa entiende que debe ser el teatro contemporáneo.

En el “Soliloquio” asistimos a la reivindicación de un autor olímpicamente desatendido por la historia oficial, quizá porque se alejó de la impronta realista del canon de la dramaturgia ecuatoriana. En su caso, Román escogió el camino de un teatro reflexivo, onírico y surreal, como acontece en “Función para butacas”, hermana mayor e inspiración del “Soliloquio”.

“Celeste”, por su parte, elabora una lectura propia de la historia de la independencia de Guayaquil, cuestionando la legitimidad de un discurso canonizado por el sector dominante local, que privilegia la construcción social de la identidad guayaquileña desde una simbología que resalta el carácter patriarcal, blanco y elitista de sus mentores.

“Celeste” se revela como un panfleto urticante donde se vislumbra el entramado del poder local, con guiños a episodios de la vida política ecuatoriana del siglo XX (allí está, por ejemplo, la frase “primero la gente”, de una de las campañas presidenciales de Jaime Nebot), el cual desnuda las contradicciones de una retórica de larga data, cuya genealogía se remonta a la época de los “padres” de la patria.

Y al final del texto, una última rebeldía, extendida como un grito en homenaje a los inocentes caídos del 15 de noviembre de 1922, precisamente para recordarnos “la historia que nunca termina”. (O)

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