¿En qué se sostiene la corrupción?
La primera tarea en una construcción son los cimientos, y a pesar de que no son visibles: sostienen el edificio. El rascacielos de la corrupción se sostiene en dos cimientos que son muy visibles: el paternalismo y la impunidad. El palanqueo, la viveza criolla, la devolución de favores, las mafias, el rabo de paja, la malversación de bienes públicos, el adulo, la patraña, los repartos, la mañosería, las manos sucias, el oportunismo, la moral en decadencia, los corazones que hierven por la plata, los ojos esquivos, uñas y pesuñas… En fin, todo este catálogo de prácticas corruptas no consta en los planos pero habita en todos los pisos, terraza y parqueaderos de este rascacielos.
Sobre el paternalismo -vicio que viene desde el periodo colonial-, no se ha dicho nada de su influencia en la corrupción, pese a ser uno de los dos grandes cimientos. Al respecto, Osvaldo Hurtado, en su libro Las costumbres de los ecuatorianos, refresca este comentario de que “la sociedad colonial propició la conformación de una mentalidad paternalista que se volvió determinante en las relaciones entre los individuos y de estos con las instituciones”.
En un Estado patriarcal, el paternalismo ejerce cierta sobreprotección a su pueblo, con el propósito de que éste conserve gratitud y compromiso a la autoridad. En mejores palabras, se puede decir que “el jefe buena gente” reparte a su manada todo lo que implica pensar y sacrificarse, con esto se implanta el yugo paternalista con el que el jefe gobierna y el pueblo duerme tranquilo y feliz, así la vida se hace más fácil, más holgada. Vale reconocer –entonces- que el paternalismo y el populismo, son hermanos gemelos. Es que con las tres palabras sagradas “no sea malito”, se puede conseguir hasta el alma del diablo, dependiendo de la forma angelical con la que se pronuncie.
En cuanto a la señora impunidad, el diccionario es muy preciso en su significado: “Falta de castigo”. Sobre esto, la historia ecuatoriana tiene mucho que decir, pero muchas veces se ha quedado muda. Muda porque la justicia impuso su ley a gusto y capricho del cliente. Muda porque la justicia no hizo justicia y dejó pasar. Así es como se instauró el derecho de delinquir sin castigo. La historia ecuatoriana se quedó muda -en ciertos casos- porque la justicia se vendió. Y lo peor: la satrapía vuelve a delinquir con el cinismo en sus mejores galas, con mayor experiencia, con una estrategia perfectamente planificada, con los infaltables abogados que anticipan la defensa y con los argumentos que maquillan al delincuente como todo un serafín.
El paternalismo y la impunidad permitieron la construcción de montones y montones de rascacielos, con paredes empañetadas de codicia y con pisos de madera fraudulenta. ¡Viva el 7 de septiembre de 2020!