Punto de vista
El show llegó a la Casa Blanca
Era 2008 y Barack Obama se oficializaba como candidato presidencial por los demócratas en la convención partidista. Para ello se había montado un set con columnas de corte griego que simulaban el Olimpo.
En medio de un humo blanco y ovaciones de pie salió el entonces senador para aceptar la nominación. Previamente, Hollywood y buena parte de la industria musical se había rendido a los pies de quien sería el primer presidente negro de Estados Unidos.
La puesta en escena había servido para ejemplificar en qué se convirtió la política norteamericana: todo es entretenimiento. El exponente culmen de esa línea es el actual inquilino de la Casa Blanca: un millonario excéntrico, estrella de un programa de telerrealidad, formato que vació de contenidos la televisión para explotar el morbo natural de las audiencias.
De allí se entiende que la potencial rival de Trump en las próximas elecciones sea una excolega suya: Oprah Winfrey, afroamericana que construyó un imperio mediático gracias a sus talk shows. Ya Hollywood la aclama; muestra de ello es el apoyo de Meryl Streep, emperatriz de la industria cinematográfica estadounidense.
Esta nueva etapa de la política norteamericana tiene como eje un solo mantra: la imagen es todo y es un concepto que paulatinamente se ha filtrado al resto del mundo. Los contenidos y las propuestas programáticas quedan de lado por el espectáculo. Hay que llamar la atención, no importa cómo; no importa si se hacen promesas demagógicas como la de construir un muro en una frontera de 3.180 kilómetros de largo.
La primera potencia mundial está atrapada en su propio sueño, que ahora parece una pesadilla. Su electorado vive fascinado con la política convertida en entretenimiento, lo que implica que la Casa Blanca ya no será ocupada por estadistas o políticos de carrera sino por showmans que ponen en peligro su propio sistema, y con ello la seguridad planetaria. (O)