El rostro oculto de la política
El director argentino Santiago Mitre ofrece una versión sobre los pactos políticos alrededor de la cuestión petrolera en una ficticia cumbre de presidentes en su película La Cordillera (2017). En este contexto, la trama es sugerente más cuando las decisiones de alto nivel son un tema de actualidad en la realidad de los países latinoamericanos. Se podría decir que un primer nivel, el más evidente de La Cordillera, es ese: cómo el juego político culmina en una cumbre presidencial donde se deben tomar decisiones trascendentales que afectan las dinámicas sociopolíticas de los países. La ficticia cumbre tiene como escenario un hotel aislado en alguna parte de los Andes en el que vemos el producto del trabajo de asesores, de cancilleres y de personal ligado a la política. La cuestión álgida se da cuando se cree que hay un acuerdo el cual de pronto es quebrantado por los intereses de gobiernos y de empresas cuando perciben ciertos riesgos si el pleno de los presidentes aprobase un proyecto que, por más latinoamericano e integrador que sea, supone la perturbación de sus economías.
La cumbre, entonces, se presenta como el lugar donde las tensiones surgen como parte del juego político, tensiones que van matizadas por las actitudes humanas de los presidentes. A partir de ello, la película expone otra fina trama donde se va revelando determinados artífices y poderes que juegan fuera del escenario y que imponen las políticas reales a seguir. Esta fina trama ponen en evidencia los hilos de la corrupción que minan y ponen en entredicho los comportamientos de los supuestos líderes políticos. Es con esa fina trama que el filme hace saltar un segundo nivel, el más interesante y el más complejo: el del presidente argentino (encarnado por Ricardo Darín) y lo que este oculta, pese a cierta imagen “positiva” de líder que escucha y que se muestra humano ante cualquier eventualidad. El enfrentamiento con su hija hace aparecer la faceta de un presidente amoral: el poder de este supuesto líder político pareciera ser lo que su rostro oculta y que es más terrible de lo que uno puede pensar. Como toda historia bien estructurada la película es excepcional precisamente por exponer dentro de una trama política, otra que le define: que la política es un juego de apariencias y de engaños, donde los jugadores (los políticos) son sus claros ejemplos. (O)