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El Corazón

El Corazón
13 de febrero de 2021 - 00:00 - Kléver Antonio Bravo

En la víspera de San Valentín, la humanidad  suele preparar mensajes, regalos, encuentros. Por nuestra parte, hemos preparado esta microhistoria de un personaje maravilloso que hizo del amor epistolar un oficio, una pasión, un deber enlazado con el afecto:

Era el sargento Zumárraga, pero todos le conocíamos como el Corazón. En su carrera militar cumplió funciones de mensajero de la Comandancia del Ejército ecuatoriano y en su retiro siguió su tarea en la Escuela Superior y Colegio Militar, Escomil, en la avenida Orellana, lugar épico donde se quedó el Colegio Militar, mientras que la Escuela Superior pasó a sus nuevas instalaciones en Parcayacu, octubre de 1982.

Por su oficio de mensajero, vale reconocer que no había otro ser humano en el planeta que conozca la Carita de Dios de cabo a rabo. Recorría toda la ciudad en su Vespa, llevando la correspondencia oficial –impresa en ese tiempo- incluyendo en su valija las cartas de los cadetes a sus enamoradas, a veces del mismo autor para dos destinatarias. De ahí su nombre de pila: Corazón.

De lo que se recuerda, nunca tomó nota de nada: nombres, direcciones, jerarquías, rutas, referencias. Nada. Tenía una memoria que superaba un gigabyte, lo que garantizaba la tranquilidad del emisor, pues toda carta llegaba a su destino y en tiempo récord. Con su corte de pelo bien rebajado y la sonrisa desbordante, aquel delivery del siglo XX se convertía en la esperanza, en la buena noticia, en la alegría que guardaba ese “sobre” tan esperado. Nadie negaría que por culpa del Corazón, algunos amores juveniles -con el tiempo- terminarían en el altar, otros en el olvido, naturalmente.

Si el trabajo del Corazón -durante el día- era el anhelo de los cadetes, su visita en las noches era otro mensaje de alegría y un gran alivio para el estómago. En algún rincón furtivo de la Escuela Militar, el Corazón vendía el fiambre completo: la palanqueta, la cola en lata y la galleta bañada en chocolate, lo que se conoce como “tango”. Con este ajuste alimenticio, la moral de los cadetes subía automáticamente; con eso, el frío de la guardia resultaba pasajero y las horas de estudio venían con mejores luces. Cuánto luchamos a inicios de los años noventa por un reportaje para que sea publicado en el periódico El Cadete, pero la fuerza de su sencillez no lo permitió.

La correspondencia y la venta nocturna de aquellas delicias del Corazón duraron por décadas. Varias generaciones de cadetes apreciamos estos regocijos, hasta que en el año 1997 fue despedido por un coronel director que, aun sabiendo que este servidor no era el simple mensajero sino un hombre cuya mensajería sumaba la esperanza y el buen humor, prestó sus oídos al comentario de que las ventas nocturnas de este legendario personaje “engordaban a los cadetes”. Entonces el Corazón fue reemplazado por unas máquinas que proveían golosinas light, de poco acceso a los bolsillos de aquella juventud militar.       

En estos tiempos tan extraños, no sabemos si el Corazón existe o pasó a mejor vida. Lo cierto es que su trabajo siempre será un grato recuerdo, especialmente en este día de San Valentín.

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