La educación superior: lecciones y desafíos
La ciencia nos permite finalmente tener una salida a la pandemia a través de un trabajo público y privado mancomunado, inédito y cuyo resultado es la vacuna. Gracias a ello en el 2021 retomaremos paulatinamente las actividades presenciales en todos los ámbitos. En el caso específico de las universidades, es muy probable que a partir del segundo período académico del año estaremos en condiciones de retomar plenamente las clases presenciales; sin embargo, previo a volver a la “normalidad” es necesario reflexionar y asumir las lecciones aprendidas en este período tan difícil y doloroso para todos.
Las afectaciones en la educación superior, como en todos los ámbitos en el país, son heterogéneas. La calidad del aprendizaje ha dependido en mayor medida del nivel y calidad del acceso digital; a partir de allí, las brechas en el proceso formativo se acortan o se amplían conforme a las capacidades institucionales para desarrollar nuevas competencias y habilidades en su oferta académica y cuerpo docente.
En medio de este “ajuste emergente” que permitió pasar de lo presencial a lo virtual, sin perder las formas propias de las clases presenciales – lo cual constituyó por sí mismo en un problema que se resuelve en el camino – el estudiante universitario presencial se vio afectado en su proceso formativo en dos aspectos claves: la comunicación y la interacción.
Obligados por las circunstancias desarrollaron nuevas habilidades y competencias educativas y socioemocionales (mejor organización personal, autoaprendizaje, habilidades digitales, adaptabilidad), lo cual implicó nuevos retos institucionales para las universidades. Pero no sólo es pertinente reflexionar alrededor de estos aspectos relacionados con esta educación virtual forzosa. No podemos darnos el lujo de considerar los impactos de la pandemia como un paréntesis que va a ser superado.
La educación superior debe cambiar de paradigma, los desafíos de las universidades están alrededor de debatir y proponer cómo debemos educar. Será sin duda desde el pensamiento complejo que integra una visión transdisciplinaria y holística que incorpora las bondades de la era digital y así formar a nuestros jóvenes para que sean selectivos en el tratamiento de la información, puedan gestionar el error y fortalecer su autonomía.
Debemos dotar a docentes y estudiantes de la capacidad de generar nuevos conocimientos y valores socioemocionales para ser capaces de adaptarnos a una nueva dinámica social, económica y en especial laboral. En resumen, el proceso formativo en educación superior nos exige educar para la incertidumbre. Ese es y será el signo de los tiempos actuales y futuros.