'Distancia de rescate', lenguaje que asfixia
La crítica señala como características en la obra de Samanta Schweblin (Buenos Aires, 1978) su creación de atmósferas asfixiantes, claustrofóbicas, que dan cuenta de una nueva y extraña relación con el mundo. La escritora de origen alemán ha ganado importantes premios, como el Casa de las Américas 2008 y Juan Rulfo 2012. Ambos por sus cuentos publicados. Y entre sus títulos está El núcleo del disturbio, Pájaros en la boca, La pesada valija de Benavides o Siete casas vacías.
Distancia de rescate es una novela perturbadora, compleja, que arrastra al lector en varias direcciones. La distancia se refiere al conocimiento de una madre para mantener vivo a su hijo. Amanda −personaje principal de la historia− ha recibido el conocimiento para el rescate de su madre, como una forma de estar prevenida frente a la adversidad. Ella le ha enseñado la certeza de la desgracia y la forma de alejarla. Así se articula este drama. Para una madre, revisar la casa, los cuartos, las casas vecinas, era suficiente a la hora de asegurar la supervivencia del hijo. Este conocimiento funcionaba perfectamente, pero es inútil ahora, frente a la nueva configuración biopolítica de los estados.
La crítica fundamental que hace esta novela tiene que ver con las transformaciones que el ser humano ha causado en la naturaleza. La distancia de rescate de Amanda sobre Nina se presenta como una relación firme al inicio de la historia, luego vemos cómo esta relación se ha vulnerado ya entre Carla y David. Y el clímax de todo ocurre cuando el medio natural se ha transformado al punto de que el antiguo conocimiento materno ha quedado obsoleto.
La trama cuestiona el nivel de toxicidad que sostiene nuestra civilización. El campo, al que Amanda y Nina han ido a pasar vacaciones, y que para ellas aún tiene reminiscencias bucólicas, se ha transformado por el monocultivo de la soja y el uso de fertilizante, al punto que ha envenenado a la mayoría de los chicos del pueblo. De modo muy poético, en la novela vemos cómo la amenaza tóxica se cierne sobre el lugar, dándole una atmósfera fantasmal y pesadillesca.
Esta amenaza destruye la idea de la distancia de rescate como un conocimiento materno útil, ya que la forma del peligro ha cambiado: ¿Cómo puedo ejercer la protección sobre mis hijos, si el peligro, invisible, se ha escondido en el aire, en el rocío de la mañana, en el agua de lluvia?
La narración, y esta es una de sus características formales relevantes, se ofrece al lector de forma que no solo describe el veneno que agobia al pueblo y sus síntomas, sino que hasta el lenguaje se transforma por su acción.
La tradición literaria latinoamericana tiene en Horacio Quiroga (1878-1937) a uno de los autores que ha tratado el síntoma entre sus preocupaciones literarias, sobre todo en personajes que están a punto de morir. Esto puede verificarse en cuentos como “Miel silvestre” o “A la deriva” (Cuentos de amor, de locura y de muerte, 1917), cuyos personajes transitan de la enfermedad a la muerte a partir de la conciencia de sus síntomas.
Samanta Schweblin sigue conscientemente esta tradición, pero la actualiza sobre las amenazas actuales. La novela está tejida sobre el diálogo de David y Amanda, y revelará oportunamente ciertos detalles. Pero el veneno que nos amenaza desde la ficción se toma todo lo que nos rodea, es decir, el lenguaje. Vemos entonces en Amanda lo afiebrado, repetitivo, discontinuo, que nos permite experimentar como lectores la angustia de este envenenamiento. Este diálogo, reforzado sobre todo por David a partir de la función fáctica del lenguaje, será el requisito que le permita a Amanda desprenderse de la vida, al comprender que la distancia de rescate de Nina ha tomado nuevas características, sobre las que no tiene experiencia, causadas por el afán y los medios capitalistas de aprovechamiento −asfixiantes, extraños− de la naturaleza. (O)