La agroexportación cacaotera se inició en la Colonia, cuando el cacao de Guayaquil compitió con el venezolano. El primer mercado que aceptó nuestro cacao fue el mexicano, pues a finales del siglo XVIII, la Corona española liberó los aranceles al cacao guayaquileño y se pudo comerciar libremente con el virreinato de Nueva España (actual México). 

La conquista de los paladares europeos se alcanzó, en cambio, en el siglo XIX. El diplomático austríaco Friedrich Hassaurek reportó, en 1867, la notoriedad del cacao guayaquileño en todo el mundo, lo que significa que ya era apreciado en Europa, sobre todo en España, país que recibía “la mayor parte de la exportación anual”.

Posteriormente, se ganaría el mercado estadounidense, nicho que se mantuvo intacto hasta en tiempos de crisis, como lo atestigua el informe de Abelardo Moncayo Andrade, Director del Tesoro, de 1934. En este documento, Moncayo distingue entre el cacao de “calidad inferior” del Brasil y los países de África Occidental -que se habían aprovechado de la caída del cacao ecuatoriano en el mercado internacional-, y el cacao de “calidad superior” donde se ubicaba el nuestro.

En el siglo XX se confirmó el prestigio del cacao ecuatoriano, a pesar de la “amenaza” africana, ya que el Ecuador apostó por la calidad sobre la cantidad. El principal derivado que contribuyó a la buena reputación del cacao ecuatoriano fue el chocolate, cuyo consumo se disparó, a escala mundial, desde 1890.

Por las investigaciones del historiador Juan Maiguashca, sabemos que el Ecuador exportó manteca de cacao y chocolate a los Estados Unidos, en pocas cantidades, entre 1870 y 1890. Pero el negocio dejó de ser lucrativo porque el país carecía de los medios para sostener una industria competitiva a escala internacional. El chocolate se convirtió en producto de consumo interno y desde fines del siglo XIX, se crearon fábricas de elaboración del cacao, especialmente en Guayaquil. Las primeras industrias fueron La Universal, de Segale, Norero & Cía., y La Italia, de Vignolo Hnos., ambas de inmigrantes italianos. A inicios del siglo XX, La Universal ofrecía fideos, galletas, chocolate, caramelos, confites, jarabes, vinos, licores, alcohol y sal refinada. Además, en sus anuncios publicitarios se consignaba que sus especialidades eran las galletas de sal cuadrada y chocolates de “clase extrafina”. La Italia, por su parte, comercializaba dulces y chocolates con el membrete de “biscochos italianos”. (O)