Punto de vista
A la defensiva
Que un Gobierno de cambio se ponga a la defensiva es un hecho político aparentemente contradictorio. Lo que nace para transformar no debería dedicarse a conservar. Sin embargo, este dilema exige un gran esfuerzo comprensivo del momento histórico en Venezuela, Bolivia y Ecuador para evitar la crítica fácil. Es fundamental problematizar los porqué y la importancia relativa de esta actitud. He aquí algunas ideas-fuerza para abrir esta discusión absolutamente necesaria en esta América Latina en disputa.
1. La reacción defensiva frente al acoso. Hay que humanizar más el análisis sobre el poder. Muchas veces se emplea un marco de análisis subjetivo para estudiar comportamientos políticos individuales y en cambio se evita aplicarlo a gobiernos y personas que deben tomar decisiones políticas. Luego de un incesante acorralamiento, con golpes de Estado incluidos, resulta relativamente comprensible que se reaccione en clave de resistencia psicológica, a la defensiva, para protegerse de cualquier agresión externa. Esta es una actitud que debe ser considerada en la nueva ecuación política. Ignorar esta problemática es partir de una realidad que no existe.
2. Conservar en tiempo de dificultades. Es casi un instinto animal. Cuando sobreviene una circunstancia adversa, lo normal es proteger lo que se tiene. No perder nada de lo conseguido es prioridad ante cualquier momento de aprieto, de emergencia. Cae el precio del petróleo, hay una contracción económica mundial, el sistema financiero global sufre serias turbulencias. Este escenario externo asusta a cualquiera. Y ante tales circunstancias, hay que entender en parte por qué se actúa con una lógica conservadora. Se abre una nueva etapa seguramente menos atrayente en la que “mantener lo que se tiene” tendrá su papel protagónico. Hay que gestionar políticamente esta nueva encrucijada: conservar hoy para cambiar mañana.
3. El complejo de David. La idea de David contra Goliat es un gen originario de la identidad política de estos procesos de cambio que surgieron a contracorriente. Se conformaron basados en un enemigo histórico gigante, el gran Goliat neoliberal. Sin embargo, David fue creciendo y creciendo hasta que David se hizo grande. Hace varios años que ya no resulta tan creíble seguir presentándose como sujeto político pequeño. Es obligatorio tener en cuenta esta enfermedad, a lo Peter Pan. No hay que infravalorarla. Por un lado, es útil porque inyecta la valentía suficiente para seguir luchando; pero por otro lado puede resultar contraproducente porque de nada sirve eternizar un discurso victimista, estando a la defensiva.
4. El déficit de creatividad. Ninguna revolución es una fábrica permanente de ideas nuevas y motivantes. El reloj político tiene un tic tac menos constante que cualquier otro reloj. Está lleno de oscilaciones. Nunca hay continuidad lineal en la creación de propuestas novedosas. El agotamiento ha llegado luego de una década. El cansancio se percibe en la batalla de ideas, doctrinas, símbolos. Por un lado, hay quienes tiraron la toalla. Por otro, se siente la extenuación de los que se quedaron. Más que nunca se requiere retomar el “inventamos o erramos”, de Simón Rodríguez, para que no se acabe imponiendo ningún “copy-paste”, ni del pasado ni de epistemes externas.
En esta era de dificultades, es habitual acomodarse en el sillón de las críticas. Estas indudablemente son justas y necesarias. Mas si cabe: indispensables. Sin embargo, para que la crítica sea útil ha de partir de lo que se es, de lo que se fue. Es precisa aquella opinión que critique el exceso de “estar a la defensiva” siempre y cuando complejice el análisis. La crítica sirve como fuente política de creación si va más allá del simple rechazo. Es primordial entender los motivos que explican por qué los procesos/gobiernos de cambio se ponen así ante situaciones adversas. De la adecuada caracterización de este galimatías, dependerá que la crítica sea útil, o simplemente sirva para satisfacer una frívola inquietud intelectual. Se debe advertir que en muchos casos estas críticas no quedan en un limbo neutral, sino que son manipuladas por quienes realmente desean que el proceso de cambio termine.
Es verdad que vivimos en tiempos en los que se consolida una nueva época política, de nuevas subjetividades y con nuevas formas de comunicación. Sin embargo, esto no contradice al hecho de que también estamos -gramscianamente hablando- en una guerra de trincheras, en una guerra de posiciones. En este sentido, la postura defensiva cuenta en esta disputa. No hay que infravalorarla ni desestimarla. Y como tal, debe ser usada. Es una condición necesaria aunque no suficiente. El futuro se gana sin retroceder pero también saltando adelante. (O)