Del campo a la ciudad (I Parte)
La historia de la movilidad humana desde las áreas rurales hacia Guayaquil, a lo largo del siglo XX, se acelera en el periodo de acumulación originaria del capital en nuestro medio y la incorporación del Ecuador al mercado internacional, entre 1880 y 1920. Es decir, coincide con el establecimiento del capitalismo en el Ecuador y el desplazamiento del eje principal de desarrollo, de la Sierra a la Costa.
El censo de 1899, elaborado por la Intendencia de la Provincia del Guayas y que es analizado por el historiador y sociólogo Hernán Ibarra en su libro “Indios y cholos”, desglosa el lugar de nacimiento de los ciudadanos guayaquileños, con los resultados siguientes: “De las 60.483 personas que residían en Guayaquil, el 7.23%, eran originadas (sic) en las provincias de la Sierra central, el 4.14 en la Sierra sur, y el 5.31 en la Sierra norte. De todas las provincias de la Costa, incluyendo otras parroquias y cantones del Guayas, eran el 11.89% de los residentes en Guayaquil”. Los extranjeros, por su parte, ascendían al 15.49% del total.
Estos porcentajes nos muestran tres cosas: 1. Un relativamente alto porcentaje de extranjeros de reciente migración a Guayaquil, que se habían concentrado en el sector productivo; 2. Un considerable número de inmigrantes serranos que, en total, ascendían al 16,68%, convirtiéndose en una fuerza de trabajo que, atraída por el auge económico de Guayaquil, se incorporaba principalmente al sector terciario de la economía (comercio, transporte y servicios); y 3. Un representativo, aunque menor porcentaje de campesinos costeños que se habían trasladado a la ciudad, desarrollando prácticamente las mismas actividades económicas que los serranos migrantes. La suma de estos números nos revelaba una cifra, por demás, interesante: el 44,06% no eran guayaquileños “de cepa”, sin contar a sus descendientes, lo que deriva en que la principal fuerza de trabajo que construyó el proceso de formación del capital en Guayaquil, era migrante.
Estas realidades de nuestra historia, hoy más que nunca, adquieren connotaciones simbólicas, encaminadas a conocer, entender y valorar el aporte de los migrantes (costeños rurales, serranos y extranjeros) en la conformación de una sociedad, una economía y una cultura que, si algún rasgo tiene, es precisamente su abigarrada hibridez, como resultado de la concurrencia de miles de brazos de hombres y mujeres de distinto origen, trabajando en un mismo tiempo y espacio, para convertir a Guayaquil en lo que, justamente en este momento, se convirtió: la ciudad más poblada del Ecuador.
Hay que reparar en la dimensión étnica y social de estos migrantes, quienes con su trabajo físico e intelectual generaron y sostuvieron el desarrollo económico, social y cultural del puerto. Si observamos más ampliamente el proceso, la bonanza agroexportadora atrajo mano de obra serrana a las haciendas cacaoteras y a los ingenios azucareros de la Costa, fundamentalmente en la provincia del Guayas.
En esos nichos se desenvolvieron trabajadores estacionarios o temporales para satisfacer la demanda de “brazos”, que fue el mayor problema que tuvieron que enfrentar los terratenientes costeños. Los trabajadores serranos eran atraídos por “enganchadores”, con quienes firmaban un contrato temporal que les obligaba a permanecer en los ingenios y haciendas, por el tiempo que durara la zafra. El enganchador, que a veces era el mismo mayordomo, formaba cuadrillas de indígenas y mestizos serranos destinados al duro trabajo agrícola. Sin embargo, este tipo de trabajo atraía al migrante serrano, pues suponía su incorporación al mercado laboral, ya que los salarios que percibían en los ingenios eran altos, en relación a lo que ocurría en el interior. Es interesante comprobar que, si bien se trataba de mano de obra temporaria, con el paso de los años y su adaptación al clima de la Costa, prevalecía la tendencia de establecerse en la zona, movilidad que aumentaba conforme iba ampliándose la frontera agrícola.