El clientelismo, una práctica política enraizada en el país
Año 2003. A pocos meses (7) del gobierno de Lucio Gutiérrez, la alianza de su partido, Sociedad Patriótica, con la confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie) se resquebrajó. El entonces mandatario no quería perder esa cuota política en poco tiempo.
Fue así como en su gobierno se diseñó una estrategia para tener el respaldo de las bases: funcionarios del entonces Ministerio de Bienestar Social recorrieron comunidades de la Sierra regalando picos y palas, esto se extendió a la Amazonía.
La acción fue criticada por la cúpula de la Conaie y por sectores de oposición, que calificaron la acción de clientelar, ya que no se trataba de un plan estructural, sino “una oferta basada en la dádiva”. Dos años después, el gobierno era derrocado tras semanas de protestas sociales que se desataron, principalmente en Quito.
Esta es una muestra de cómo, mediante la donación, se ha practicado el clientelismo para atraer a un sector de la población. En la última campaña presidencial, el entonces candidato Álvaro Noboa (del desaparecido Prian), entregó colchones, a fin de captar el voto ciudadano.
Según la Enciclopedia de la Política de Rodrigo Borja, clientelismo es un concepto que nació en la antigua Roma. La clientela romana era una relación económico-política entre un rico (patrono) y otras personas de menor rango (clientes). El primero los protegía, ayudaba y daba tierras para que las trabajaran o ganado para que lo criaran; estos —por su parte— le devolvían obediencia o sumisión, incluso lo defendían con las armas.
Según el diccionario, ahora existen grupos que respaldan a un político a cambio de ciertas obras o favores que este les otorga o les ofrece desde el poder. Se trata de una relación a través de la acción del poder (sea nacional o local), partidista o política, dirigida a entregar bienes o servicios a grupos políticamente cautivos de la población.
En resumen, es el cambio de votos por bienes y servicios.
Jorge Norero, exalcalde de Guayaquil entre 1985 y 1986, define al clientelismo como el producto de una carencia de educación política en el electorado. “El surgimiento de los caciques es una forma de subyugar al electorado, no solo con discursos, sino con promesas para mantenerlos siempre sujetos para que no apoyen a otros caciques”.
Considera nociva para el desarrollo de los pueblos esta forma de hacer política, pues lo único que ha hecho es que, desde el poder, se administren recursos públicos para aglutinar a gente a su favor, sin una función estructural de desarrollo.
No es exclusivo, sostiene, de la autoridad de turno, también es a nivel de partidos, como lo hizo en su momento el desaparecido MPD, que tenía en la UNE y en ciertos sectores de estudiantes su voto cautivo. “No tienen doctrinas claras, se basan ‘dizque’ en el pragmatismo de captar espacios y mantener al grupo humano subyugado”, insiste Norero.
La politóloga Paola Zury, afirma que si bien este concepto es antiguo, su práctica en el país tomó mayor fuerza en los años 20 y 30 del siglo XX; y siempre fue una herramienta clave del quehacer político, porque al existir los representados se abre una pugna en el sistema político para captar estas fidelidades.
“El problema es que el ciudadano elige a un representante y espera que cumpla su plan de gobierno o un beneficio, pero este último cae en estas prácticas opacas, solo para favorecer a pequeños grupos de la población, de allí que no todos los ciudadanos se sienten retribuidos de la misma manera”, manifiesta.
Si se cae en una relación desigual, otorgando servicios puntuales a grupos de personas, es clientelar; lo grave es que intervienen bienes públicos, considera Zury.
Para ello, indica, esto se disfraza de mecanismos que parecieran ser transparentes, como el otorgamiento de contratos, o de cargos, incluso a personas allegadas; pero si bien es una práctica antigua, esta se ha adaptado de acuerdo con el modelo de desarrollo, siguen una lógica según el modelo económico del país.
En la época de José María Velasco Ibarra se lo practicó mucho y, con el fenómeno del populismo, se cimentó en la sociedad. La hegemonía de esta práctica la tenía el poder estatal o partidista y en la época neoliberal llegaron las ONG, organizaciones internacionales financieras y sectores económicos, recalca Zury.
No son ajenos a estas prácticas los funcionarios seccionales de elección popular. Aún hay ciudades con líderes que permanecen en el cargo durante varias administraciones, o dirigentes indígenas y rurales que acaparan el favor de la gente con las mismas estrategias. Otorgan un beneficio puntual, sin una estructura de desarrollo.
El analista Juan Paz y Miño afirma que hay una diferencia entre obrar en forma clientelar y dar un servicio a la población como es obligación de la autoridad de turno, la población cree que lo que se hace desde el Estado con reformas sociales, le suena a clientelismo. Los opositores sostienen que si un gobierno provee ciertos servicios, es clientelar y no es así.
“El clientelismo es cuando el político aprovecha la situación sin importar la calidad ni el tipo de servicio, solo la adhesión de personas”.
Como ejemplo cita el bono que comenzó en el gobierno de Jamil Mahuad, como una forma clientelar, pero ahora se convirtió en un mecanismo de incentivo para lograr un emprendimiento, a través de programas de desarrollo productivo.
El bono no es exclusivo de Ecuador; existe en países como Alemania e Italia; “a los estudiantes se les otorga subsidios para arrendar viviendas, a los recién casados se les ayuda para comprar bienes muebles, hay pensiones para los que se quedan sin trabajo, como en Estados Unidos”.
El clientelismo, en cambio, puede ser un favor, una pequeña obra específica (en zonas rurales un puente, una cancha, una escuelita) o también un determinado cargo público, puntualiza Paz y Miño.
Norero considera que mucho depende de la ciudadanía educarse, tener pensamiento más crítico y no dejarse influenciar por una oferta generosa, sino conocer el plan de gobierno, allí se podrá reducir el efecto de la política clientelar.
Zury considera que ya no es fácil para el político dar un determinado beneficio a cambio del voto; “la gente empieza a tener conciencia crítica, a conocer que esta práctica no es correcta, ahora los políticos ya no pueden controlar fácilmente al electorado”. (I)