Policía redobló seguridad en edificio municipal ante multitud que se aglomeró en los alrededores
Limpieza, hoguera y oraciones en posesión de autoridades en Jujan (GALERÍA)
Un griterío ensordecedor se escucha a 2 cuadras del edificio municipal del cantón Alfredo Baquerizo Moreno (Jujan). En los exteriores, un centenar de simpatizantes del alcalde Nicolás Ugalde (Avanza) lo aviva, mientras la autoridad espera en los bajos del portal la llegada de la notaria Catalina Freire Maldonado.
Quiere que constate el estado en que se encuentra el inmueble, pero también urge realizar el acto de posesión de las nuevas autoridades seccionales. Se queja del edificio, que no es un palacio municipal, sino una “ratonera”, lo lamenta pero promete ponerlo en orden.
En la puerta de ingreso, una veintena de policías con escudos vigila que nadie ingrese al lugar. Los minutos transcurren y los ánimos se exaltan. Hay gritos destemplados en contra de la anterior administración y la muchedumbre ya quiere que se posesione el Cabildo.
A su llegada, la notaria se abre paso entre la multitud; el alcalde dispone que solo los concejales, personal autorizado y la prensa ingresen. La puerta es angosta y conduce a unas escaleras hacia el primer piso en cuyo vestíbulo yacen en desorden cajas de cartón llenas de documentos y papeles. En una esquina están las banderas de Ecuador y del cantón envueltas en plástico, cuadros, placas y trofeos completan el escenario, algunos objetos están acumulados sobre 2 escritorios cubiertos de polvo.
En la puerta de la secretaría general, un papel indica que está “cerrado por inventario”, no obstante se ordena abrir el portal para que se efectúe el inventario.
Al frente, se encuentra el despacho de la Alcaldía, cuya puerta está fuera de sitio; adentro, en varios montones, se observan registros oficiales. Ugalde ordena a varios de sus acompañantes que evacuen el lugar.
A paso lento, la autoridad se dirige hacia el balón. Allí sus simpatizantes lo ovacionan. Él permanece serio, con rostro adusto, se percata de un sillón de cuero de color negro en una esquina. Sorpresivamente alguien arroja el mueble a la calle.
De inmediato varias personas, hombres principalmente, arremeten contra el sillón de propiedad municipal, como si fuera el causante de alguna calamidad. Lo golpean varias veces contra la calzada, lo patean hasta que un individuo saca unos fósforos, alguien le facilita combustible... y lo enciende.
Lentamente las llamas consumen el sillón; la multitud sigue enfervorizada, mientras en el balcón, el alcalde Ugalde observa impasible y con los brazos cruzados cómo se consume por completo.
Otros descuelgan una pancarta con la figura del exalcalde José Herrera y la arrojan a la calle. Uno de los que participan en la acción propone retirar la gigantografía de la anterior administración, que permanece en el parque central. Buscan cualquier símbolo para demostrar que hay un antes y un ahora en el cantón.
Después de varios minutos el burgomaestre ingresa al despacho. Su camisa blanca está húmeda por el sudor. El salón luce algo ordenado. Allí hay otro sillón de cuero detrás de un escritorio, mientras que en las paredes se colocan varias sillas de plástico destinadas para los concejales.
El silencio envuelve la sala. Ugalde se sienta, apoya sus brazos en el escritorio y adopta una posición de oración. Así permanece algunos minutos. Lo observan los concejales Santiago Medrano, Alexandra Barzola y Ernesto Magallanes (Avanza), así como Juan de Dios Villamar (PAIS). Falta la edil Francisca Quiñónez, del movimiento oficialista.
Afuera la multitud poco a poco cesa sus gritos. Espera el inicio de la sesión. En una camioneta se colocan unos parlantes para que los ciudadanos sigan el acto. Pero se dispone que estos implementos sean ubicados en el balcón.
Los minutos pasan y la sesión no inicia. El alcalde alza su rostro y pregunta por la edil Quiñónez. También espera a Roxana Arévalo, quien era la secretaria de la anterior administración. Ella debía tomar nota de la primera sesión, lo que a su vez sería su última actuación en el Municipio.
Ugalde saca una biblia y lee unos versículos del libro de Romanos. En el tumbado del despacho 2 lámparas iluminan la sala, aunque faltan algunos focos. Desde los ventanales, sin cortinas, entraba suficiente luz solar. Son las 13:30 en ese momento.
Dos empleados llegan al despacho con trapeador y franela para limpiar el piso y el escritorio. Los concejales siguen esperando. Se escuchan murmullos de los asistentes y de algunos periodistas locales.
La concejala Quiñónez ingresa y con ella se completa el Cabildo. Tras repasar el texto bíblico, ahora empieza a leer el Código Orgánico de Ordenamiento Territorial (Cootad) y realiza unos apuntes. Transcurren 40 minutos y vuelve a preguntar por la secretaria. Se pone algo impaciente y solicita que la llamen. En el vestíbulo 4 policías vigilan las oficinas aledañas.
Comienza la sesión. Arévalo verifica la asistencia de los ediles y ellos firman en el libro de actas. Cantan el Himno Nacional “a capella” porque no hay disco ni grabación. Enseguida las primeras palabras del alcalde: “Empezamos la ruta del cambio y el desarrollo de Jujan”. Se compromete a no ver los colores de partido político sino de la bandera de su cantón.
De inmediato se elige al vicealcalde. Magallanes mociona a su coidearia Alexandra Barzola; no hubo mayor trámite, el respaldo en la votación fue unánime. Acto seguido la elección del secretario municipal.
De una terna, compuesta por Miguel Chiriboga, Víctor Hernández y Luis Procel, se escoge a este último, por unanimidad. El elegido había permanecido todo el tiempo sentado frente al alcalde sin moverse.
Cumplido el orden del día el burgomaestre agradece la unidad de los concejales y aprovecha para repasar el versículo bíblico que había leído minutos antes: “Sométase toda persona a las autoridades superiores, porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas”, dice dirigiéndose a los ediles.
Se levanta la sesión. Felicitaciones y deseos de éxitos entre todos. En la calle los gritos ya se habían apaciguado. La avenida Jaime Roldós se despeja, todos buscan el camino a casa. A los vendedores de botellas de agua, de salchipapa y otros caramancheles les fue bien en el negocio.
En la mitad de la avenida Jaime Roldós queda solo una mancha negra del sillón incinerado, la víctima de los ánimos exacerbados de la jornada.