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Las metáforas sobre el Estado

Las metáforas sobre el Estado
07 de septiembre de 2015 - 00:00

Nuestra vida cotidiana sería imposible sin metáforas. Estas nos facilitan entender nuestra realidad inmediata extrapolando los rasgos de algo que creemos conocer bien para intuir las características de otra cosa. Los ‘conceptos metafóricos’ nos conducen hacia ámbitos de producción de significados en los que emerge, con la licencia otorgada por una comparación no estrictamente posible en términos lógicos, nuestra creatividad tecnológica, científica o artística.

La ruptura epistemológica favorecida por una metáfora, sin embargo, tiene límites. Hablar de la “Obesidad del Estado” es una invitación a concebir al Estado desde una perspectiva orgánica. Según esta, el Estado debería tener un tamaño ‘natural’ como sucede con cualquier otro cuerpo que necesita solo una cierta cantidad de calorías para poder funcionar en correspondencia con su peso y altura. Cualquier otra magnitud es considerada ‘anormal’. Quienes abrazan la metáfora podrían decir que esa no es su intención. Sea o no así, la comparación cierra opciones de pensamiento porque opera en conjunción con otros conceptos que participan por connotación. Dado que el contexto político-cultural condiciona la interpretación analógica, la “Obesidad del Estado” sugiere que el gasto, la inversión y el empleo públicos no son saludables para la economía. Una vez convencido del diagnóstico, el intelecto no suele detectar aquello para lo cual la metáfora no lo ha preparado. Dos ejemplos ‘contra-intuitivos’ podrían ilustrar este hábito.

Primero, utilizando los datos del Fondo Monetario Internacional publicados en el World Economic Outlook, en abril de 2015, se puede calcular que, para el período comprendido entre 2001 y 2014, el promedio del gasto gubernamental como porcentaje del PIB fue 54%, en Francia; 54% en Dinamarca; 45% en Alemania; 41% en el Reino Unido; 36% en Estados Unidos y 20% en Corea del Sur.

Segundo, utilizando los datos del empleo gubernamental total publicados por la Oficina de Administración de Personal de Estados Unidos, se puede calcular que, entre 1963 y 2014, en ese país, la proporción de servidores civiles en la función ejecutiva incrementó de 47,5% a 63,6%; el empleo militar disminuyó de 51,9% a 34,9%; y el empleo en las funciones legislativa y judicial aumentó de 0,6% a 1,5%.

¿Dónde está lo imperceptible? Además de que tienen distintos sistemas políticos, estructuras productivas y niveles de desarrollo, esos países experimentaron expansiones y contracciones económicas cuya frecuencia y amplitud no pueden ser asociadas ni inmediata ni directamente con la magnitud del gasto, el tamaño de la burocracia o la orientación ideológica del gobernante. La “riqueza de las naciones” no presupone naturalmente un “Estado grande” o un “Estado mínimo”. A esta conclusión se podría arribar rompiendo con las aparentes certezas del sentido común utilizado en la vida cotidiana.

Entonces, ¿cuál es el tamaño óptimo? La respuesta no depende de ‘una cifra’ que espera ser descubierta mediante la técnica econométrica de moda.

El alcance de lo público depende de los objetivos que una sociedad se proponga alcanzar a través de un instrumento para la acción colectiva deliberada: el Estado. (O)

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