Los transportistas pidieron un aumento del pasaje
La protesta se inició con la devaluación del sucre y terminó en una masacre
Era 1922 y gobernaba el país José Luis Tamayo, quien devaluó el sucre, pasando de 2 a 3.20 sucres por dólar. La vida encareció porque los costos de las importaciones subieron. Mientras que los exportadores quedaron satisfechos por las medidas tomadas, porque captaban más sucres por sus ventas al extranjero.
Los bancos creados en Ecuador, a fines del siglo XIX, ejercían un poder único. Eran ellos los que emitían billetes sin respaldo, para prestar al gobierno de turno para obras o salarios públicos.
En ese contexto se llegó al 10 de noviembre de 1922. A las 07:00 los obreros se movilizaron a la Central Obrera, en el Parque del Centenario, y se nombraron las diferentes comisiones.
Fueron elegidos Carlos Puig Vilazar y José Vicente Trujillo para que dialogaran con los propietarios de las empresas. Puig recibió una negativa de los transportistas.
El 13 de noviembre los empresarios de la transportación urbana solicitaron el incremento del pasaje. Para el 14 de noviembre los trabajadores siguieron respetando los acuerdos, pero los ánimos estaban enardecidos por la amenaza del gobernador e intendente de usar a la gendarmería.
A las 09:00, un gran grupo con la tricolor nacional desfiló por las calles. Otros gremios se unieron a la protesta. Los militares siguieron de cerca la manifestación. A las 13:00 se llamó a una huelga general y las actividades comerciales se paralizaron.
Pese a ello los trabajadores y sus representantes acudieron a la Gobernación para dialogar. Recibieron una rotunda negativa.
El general Barriga expresó a Vicente Trujillo, representante de los trabajadores: “No es usted quien va a responder de la tranquilidad de la ciudad, sino yo, por cuanto a mí me corresponde velar por el orden y la seguridad de la paz pública”.
A las 15:00 del 15 de noviembre de 1922, empezó el desfile de aproximadamente 20 mil obreros. Se hicieron presentes individuos que no eran obreros y que incitaban al enfrentamiento. Un altercado se produjo en la Avenida Eloy Alfaro. Un policía salió herido, por lo que se detuvo a varias personas. Al enterarse el gremio se dirigió a liberar a los obreros. Los policías al verlos dispararon al aire para amedrentarlos. En otros sectores de la ciudad, al conocerse la situación, la policía debió disparar al aire.
Los maleantes que estaban saqueando los locales céntricos se filtraron en medio del terror de los trabajadores. La policía empezó a disparar al aire y más tarde a cualquier ciudadano que se les atravesara, ocasionando la muerte de muchos de ellos.
En la noche se unieron a los militares tropas asentadas en otras partes del país. Uno de los empleados del diario, César Hidalgo, murió en la balacera.
Los síndicos del movimiento obrero Puig y Trujillo fueron reducidos a prisión. Para esa hora la cifra de muertos se calculó en 300.
La ciudad amaneció consternada por los asesinados en las calles. Las autoridades intentaron romper la huelga, lo que fue rechazado por los sindicatos.
El Intendente y el gobernador siguieron en su posición de defender a las empresas, justificando su accionar con que ese era su deber.
Un decreto ejecutivo les dio todas las facultades para reprimir cualquier movimiento que hiciera peligrar la seguridad de los ciudadanos y para prohibir definitivamente la huelga.
Los obreros exclamaron: “En los momentos de dolor supremos que sufre nuestra querida ciudad, no puede ni de debe faltar la voz de la confederación obrera que representa una masa de pueblo genuino...Una mano negra quiso unir los intereses del pueblo con las pretensiones políticas. La situación estaba arreglada de común acuerdo, fue convertida en la más negra de las jornadas de la historia de Guayaquil”. La confederación decretó duelo en todas las sociedades confederadas por las víctimas.
En la obra ‘Con tinta sangre’, Santiago Aguilar cuenta que, en su edición del 17 de noviembre, El Comercio explica que hubo derramamiento de sangre en Guayaquil y lamenta superficialmente el suceso. Pero culpa de las consecuencias de la huelga a los obreros “para luego afirmar, sin argumento alguno, que los obreros dispararon a los policías, justificando la muerte de cientos de inocentes”.
“Los medios de comunicación jugaron un rol aquel 15 de noviembre, que en el caso de El Comercio y El Día estuvo marcado por la amplificación sistemática de las voces de la oligarquía guayaquileña. Hay una especie de llamado que se hace para que las autoridades repriman a los obreros alzados”, señala.
Mientras que ELTELÉGRAFO, ahora diario público, jugó un papel informativo dándoles espacio a los obreros, a sus pliegos de peticiones, a su problemática, aseguró el autor.
“La prensa repitió esto en varios momentos de la historia. Observó poco a los conservadores radicales que terminaron asesinando al general Eloy Alfaro, y, a través de sus publicaciones apoyaron a la burguesía bancaria guayaquileña cuando ocurrió la matanza del 15 de noviembre de 1922”, ejemplificó.
Como cada año, además de la gran concentración, se conmemorará la masacre lanzando cruces del flores al río Guayas. La matanza fue inmortalizada en el libro “Las cruces sobre el agua” de Joaquín Gallegos Lara, uno los clásicos de la literatura ecuatoriana.