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La líder sindical que estuvo en Aztra y sufrió la represión del SIC 10

Foto: John Guevara / El Telégrafo
Foto: John Guevara / El Telégrafo
08 de febrero de 2015 - 00:00

Afiches desgastados con leyendas sobre derechos sexuales son los centinelas de Elizabeth Molina para hablar de su experiencia en la lucha social y su gestión como presidenta de la Red de Trabajadoras Sexuales de Ecuador.

Los recuerdos de torturas, vejaciones y represiones por parte de la fuerza pública llegan inesperadamente a su mente y sus manos manipulan su mediano cabello rubio cenizo. La mirada refleja firmeza y en algún momento se torna frágil al describir que el trabajo sexual no tiene el reconocimiento que quisiera. Con sus 52 años dice que el tiempo le ha dado sufrimientos, alegrías y también sabiduría. Un resultado de su lucha es lograr que su organización integre la recién creada Confederación Unitaria de Trabajadores (CUT), una aspiración histórica del movimiento sindical ecuatoriano, y que se estrena con las reformas laborales promovidas por el Gobierno.

El liderazgo de Molina inició en La Troncal, Cañar. A sus 15 años vivió una de las injusticias más grandes que recuerda el país:la masacre a los trabajadores del Ingenio Azucarero Aztra que exigían el cumplimiento del contrato colectivo que estipulaba el pago del 20% de regalías del excedente del alza del precio del azúcar.

Aquella tarde del 18 de octubre de 1977, una de sus amigas, con quien compartía ese espíritu de lucha, llegó para abastecer de comida a los huelguistas y murió en el enfrentamiento. Ese recuerdo no lo  olvida porque pudo haber sido ella.  “Ser revolucionaria lo tienes en la sangre. No aceptar ciertas vejaciones de grupos de poder te vuelve fuerte”, dice con convicción.

Este recuerdo transforma su mirada distante y su relato se torna pausado. Su voz ahora evoca tristeza.
El temple de Elizabeth se volvió a definir en otra represión. Durante el gobierno de León Febres-Cordero vivió otra vez de cerca la violencia física y sicológica, la más dura de su vida. “Las persecuciones, desalojos y hasta detenciones, formaban parte del estigma, discriminación y violación de derechos humanos de los que éramos objeto” son las palabras con las que describe aquella época.

La represión era cosa de todos los días. No era socialista, comunista ni terrorista, pero conoció al SIC 10. Las visitas al CDP eran cosa de todos los días. El tiempo de estadía dependía del intendente de turno. Podían ser 1, 2 y hasta 8 días.

Salir no era fácil porque requerían de un abogado que las mismas detenidas debían conseguir y pagar. Sus familias no conocían su trabajo por lo que nadie las podía ayudar desde afuera. “Las persecuciones que atravesamos eran muy fuertes. En ese tiempo llegaba al que llamaba la lechera, un camión blanco que era usado para llevarnos detenidas. Aveces para no hacerlo, nos pedían dinero y servicios sexuales.

Nos violaban cuando nos llevaban por la parte de Zámbiza(en el noreste de Quito) y nos abandonaban por ahí sin dinero. En las detenciones nos ponían en tinas con agua y como forma de tortura metían los cables, nos pegaban o hasta nos lanzaban gas en la boca”, describe sin ningún tipo de amilanamiento. Cuenta que los elementos del SIC 10 o de la Intendencia eran como “dioses” porque hacían lo que les daba la gana.

El gobierno de Febres-Cordero terminó en 1988, pero su situación apenas mejoró en 2005, cuando la red oficialmente nació “con el fin de defender los derechos humanos con énfasis en lo laboral de mujeres trabajadoras sexuales”.

El país estaba viviendo la rebelión de los forajidos, que desalojarían del poder a Lucio Gutiérrez y paralelamente otro proceso se gestaba. Elizabeth empezó a estudiar modelos de otros países porque su objetivo era estructurar un discurso único, que agrupe y represente a todas sus compañeras.
Antes de que la Policía gasee a los forajidos, la red tuvo su primer éxito: el reconocimiento oficial del Ministerio de Salud.

Sin embargo, lo extraordinario para ella vino después. “Luego con el gobierno de la Revolución Ciudadana sí se dio un marcado cambio porque por primera vez en 2007 y en base a un trabajo entre autoridades y organizaciones tuvimos un cambio de modelo de atención hacia nosotras”, narra.

El logro se radica en un hecho concreto: la entrega de una tarjeta integral de salud que les permitió acceder a servicios sanitarios y chequeos médicos en cualquier dispensario público, sin pagar ni un centavo. A eso se suma la atención de la maternidad gratuita que la registran como un avance.

La red obtuvo la satisfacción de una demanda social, pero el reconocimiento político llegó en 2009.  Como “histórica” calificó la cita que mantuvo junto a 25 compañeras de varias provincias con el presidente Rafael Correa. “Por primera vez fuimos recibidas para revelar la realidad de discriminación, estigma, violencia, extorsión y contarle las malas condiciones que teníamos en las casas de tolerancia”, relató.

A la cita llevaron una petición específica: que se reconozca el trabajo sexual como un trabajo más. Es un aspecto importante para ellas porque les abriría la puerta a un montón de beneficios.

Los años han pasado y la demanda aún no se vuelve realidad. Pero toma fuerza otra posible oportunidad que se contempla que es la reforma enviada por el Ejecutivo, en noviembre pasado a la Asamblea.

Este escenario inyecta la importancia de que la red forme parte de la CUT, que se ha convertido en la interlocutora válida del Gobierno y de los asambleístas. La sindical es una plataforma para Elizabeth que le permite abogar por los derechos de sus compañeras.

El cambio legal “nos daría pie para que posteriormente se trabaje en la regularización de los locales de trabajo sexual. Esto permitiría que podamos gozar de los beneficios como afiliación al seguro social, entre otros”, dice con ilusión.

A este tema se suma otro de coyuntura. La concejala de Quito, Carla Cevallos, lanzó una campaña contra la violencia de género y femicidio, donde mediante vallas publicitarias usó la palabra puta.
Elizabeth sonríe por este cuestionamiento tras conocer las reacciones negativas de sectores conservadores sobre el mensaje de las vallas.

“Sí, efectivamente es una palabra fuerte y discriminatoria porque supuestamente las putas somos las que nos revolcamos con varios hombres. Pero hoy nos reconocemos como mujeres trabajadoras sexuales. Cualquier persona se puede prostituir en muchas formas. Tomemos en cuenta que hay sectores que son conservadores y moralistas y esta palabra los ofende pero no les molesta lo que realmente a mí como mujer me está pasando. Si mi pareja me está matando, me está pegando, está violando a mis hijas.Tantas mujeres muertas e hijos huérfanos. Esto realmente grave no les ofende. Nos ven morir, que no estamos siendo sujetas de derechos y no pasa nada”, insiste con vehemencia.

Su lucha no termina ahí. Con orgullo relata que hace pocos meses obtuvo su título de bachiller. Su hija fue su motivación para superarse, y también la apuesta que le hizo a Correa de que solita, sin ayuda, podía graduarse.

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