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En un país pluricultural hay que leer la crítica (‘caricatura’) en el lugar del otro

En un país pluricultural hay que leer la crítica (‘caricatura’) en el lugar del otro
13 de febrero de 2015 - 00:00

Esta semana hemos sido testigos mediáticos de algunas comparecencias litigiosas por demandas de justicia. Una de ellas es la protesta realizada por un grupo de afrodescendientes contra una caricatura de Bonil, la cual alude a una lectura en voz alta en una de las intervenciones legislativas del afamado y ahora también asambleísta Agustín Delgado. Al respecto, me permito debatir sobre 3 ideas en contexto y en concreto.

En contexto.-

1.- Es importante resaltar el papel de la caricatura en la historia, desde cuando sirvió como una forma de expresión (burla) al poder hasta determinar profundos procesos libertarios contra tiranos y dictadores. Indudablemente, tuvo y tiene en este sentido un origen revolucionario y crítico. Una caricatura puede ser leída entonces de muchas formas a pesar de no ser bien recibida por el sujeto de la crítica.

2.- Sin embargo, la caricatura también ha sido un instrumento de propaganda de las más bajas pasiones de la humanidad. En los siglos XVIII y XIX los pliegos de cordel sellaron contra la población no europea estereotipos asociados al delito al mejor estilo de la criminología positivista de Cesare Lombroso. En la Segunda Guerra Mundial, los nazis imprimieron millones de caricaturas contra los judíos, lo que legitimó crudas formas de discriminación contra este grupo étnico. La burla también ha derivado en antivalores reproducidos como cómicos. En tal sentido, la discriminación es siempre un menoscabo subjetivo a la dignidad que puede encubrirse bajo cualquier forma, incluso jurídica.

3.- Lejos de nuestra proyección utópica como sociedad, muchas veces a través de los medios de comunicación se han reproducido esquemas raciales que posicionan formas de dominación. En el marketing de la ropa o los perfumes puede verse, generalmente, que estos son usados solo por la gente blanca, es decir por quienes están dentro del “óptimo jure”. La idea de que el espacio público sea solo de una élite no es un prejuicio de antaño. Aquello me traslada a los comentarios de un exprofesor de derecho penal que públicamente se sentía ofendido porque las cantantes o los deportistas iban al Congreso, espacio -según él- reservado a la élite del derecho.

En concreto.-

1.- La demanda contra la caricatura de Bonil no necesariamente debe leerse en clave de atentar a la libertad de expresión. Puede significar también un legítimo acto de protesta. Sería entonces una ligereza tachar a sus accionantes como tutelados, es decir, como utilizados por el Gobierno. Una trampa que reproduce el “paradigma” de cualquier grupo hegemónicamente fuerte al asumir que los negros, las mujeres o los indios necesitan ser protegidos por quienes están en el poder, entendiendo que no pueden hacer valer sus derechos por sí mismos.

2.- La caricatura democrática no tiene que asentar su crítica en los defectos de una persona sino en lo que hace o piensa. Si solo enfatiza este primer elemento, entonces su objetivo puede derivar en una humillación pública. La caricatura de Bonil pudo no tener una directa relación con el ejercicio republicano de comentar un acto público surgido de la curul del asambleísta Agustín Delgado. Quizá se fijó solo en su condición educativa, que sociológicamente puede estar vinculada a su procedencia étnica y económica. De ser así, una de las formas graves de leer el mensaje pudo ser: “los negros no sirven para leer o legislar, mejor váyanse a jugar pelota”.

3.- Existe muchísima jurisprudencia a nivel mundial que cuestiona a los medios dirigir cualquier crítica a partir de énfasis discriminatorios. Uno de ellos fue el caso de la revista Titanic ventilado ante el Tribunal Constitucional Federal Alemán, donde se reprochó que este medio haya llamado a un anciano exnazi como “asesino nato y tullido”. Ningún derecho es absoluto. En nombre de la libertad de expresión no podemos matar a las personas ni burlarnos de su condición étnica o educativa.

En cualquier país pluricultural hay que leer la crítica en el lugar del otro. De ninguna manera esto significa que cualquier caricaturista consulte a todos los grupos étnicos lo que piensa dibujar. Por el contrario, todo caricaturista es libre de expresar lo que quiera, siempre y cuando no olvide que cuando levante el pincel imaginando a un indio, homosexual, niño, anciano, mujer, afrodescendiente, católico o musulmán se está dirigiendo también a un grupo cultural y socioeconómicamente marginado por siglos. Es decir, que quien escriba o dibuje en nombre de la libertad de expresión no lo haga -aunque su objetivo sea político o democrático- sobre la base de reproducir estigmas asentados en la discriminación.

Las y los afrodescendientes tienen más de 5.000 años de discriminación y sojuzgamiento político, militar, económico, social y cultural. De esta historia no podemos tampoco hacer responsable a Bonil, pues si se trata de enjuiciar su caricatura esta debe ser leída en el sentido menos agravioso, es decir como un legítimo acto democrático.

El debate no es Bonil ni su caricatura, sino las diversas lecturas que en consecuencia podemos tener. No obstante, la que debemos evitar a toda costa es aquella que introduzca en nuestros hijos la incivilizada idea de que los negros solo sirven para jugar pelota...

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