En América Latina todavía hay presidentes que en el pasado fueron gente de armas
Ecuador, a las armas de la razón
Kant, el filósofo, escribió alguna vez que el sacerdote nos pide creer, el militar obedecer y el negociante, pagar. ¿Qué nos pide una democracia, más allá de que todos tengamos un traje de gala democrática y que nos presentemos con él en las ceremonias, las oficiales, y en los rituales de los medios de comunicación masiva, donde todos hacen profesión de fe democrática? ¿Nos piden que obedezcamos, que les creamos o que paguemos? Los medios de comunicación masiva son tal vez los más astutos, aunque hay excepciones: pagamos para que nos entretengan, es decir, para que nos distraigan, y rara es la ocasión en que nos piden concentrar la atención. No podemos al mismo tiempo entretenernos con frivolidades y tomarnos en serio una democracia que nos muestran como espectáculo.
En América Latina todavía hay bastantes presidentes que en el pasado fueron gente de armas. El salvadoreño Salvador Sánchez Cerén, Daniel Ortega en Nicaragua, Dilma Rousseff en Brasil y José Mujica en Uruguay fueron guerrilleros, algunos victoriosos y otros, derrotados Ollanta Humala en el Perú y Otto Molina en Guatemala son de origen militar, aunque de distinta orientación política. En Cuba, Raúl Castro es ambas cosas: exguerrillero, pero también artífice de la institucionalización y la consolidación del Ejército cubano, las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias). Siete gobernantes con un origen armado no son poca cosa en América Latina. ¿Hasta dónde hemos dejado atrás el pasado? No es fácil responder: en Honduras y en Paraguay, el más retrógrado golpismo ha tenido la suficiente malicia para hacerse pasar por democrático.
Michelle Bachelet, presidenta chilena, hija de un militar constitucionalista, compitió en las últimas elecciones con otra hija de militar, pero golpista, Evelyn Matthei. El padre de Bachelet fue un militar constitucionalista que murió en la tortura, al negarse a traicionar al mandatario Salvador Allende. Bachelet y Matthei muestran que no todos los militares son iguales, como no son por cierto todos los sacerdotes.
El artífice del proceso venezolano, Hugo Chávez, era de origen militar. Y el artífice de la intentona del 30-S contra Rafael Correa debió haber salido de esa biografía mexicana intitulada ‘Me llamaban el coronelazo’, aunque esta la escribió un hombre de izquierda y la intentona la promovió “el mejor amigo de Bush en la región”.
Desde que comenzaron las llamadas “transiciones a la democracia”, América Latina ha tenido dos presidentes sacerdotes, ambos expulsados del gobierno: Jean-Bertrand Aristide en Haití, Fernando Lugo en Paraguay.
Michelle Bachelet y Evelyn Matthei muestran que no todos los militares son iguales.¿Qué exigen por su parte las oligarquías? Cuando se modernizan, insistamos en que piden pagar: Vicente Fox, mandatario mexicano entre 2000 y 2006, es un exgerente de la Coca Cola: según sus propias palabras, Fox nunca dejó de ver la presidencia como una gerencia. Sebastián Piñera, presidente saliente en Chile, es empresario, y Ricardo Martinelli, el gobernante panameño, es dueño de supermercados y pide que en el carrito el consumidor se lleve a María Corina Machado, la opositora venezolana. Las oligarquías son hábiles: piden que el de a pie pague para venderle a este una orden -la de callar, con frecuencia- o un milagro. ¿Pagar para qué? Para no pensar. Álvaro Noboa sabía de esta forma de proceder e incluso, al repartir un banano y un sánduche, quería comprarse unos electores a quienes les ofrecía como contraparte contarles el resultado de una entrevista personal con el señor. Las oligarquías piden que la masa pague para no pensar, es decir, para desentenderse de los asuntos públicos. Y para eso se paga en muchos medios de comunicación masiva: para que la atención salga del asunto público y se fije en algún asunto mundano. Algunos políticos saben servirse del espectáculo para vendernos la creencia de que pensar no tiene mayor sentido.
Políticos, lo que se llama políticos, casi no hay en América Latina: Enrique Peña Nieto, el mandatario mexicano que afianzó hace poco lazos con Ecuador, es la excepción en un país de excepción, con casi 100 años en los cuales no se han entrometido en la política ni el Ejército, ni la iglesia. No puede decirse lo mismo de ningún otro país de América Latina ni olvidarse lo que es la singularidad mexicana, ni siquiera por el hecho de que Peña Nieto haya tenido las simpatías de la principal televisora mexicana.
Después de todo, la primera dama de México, ‘La Gaviota’ (Angélica Rivera), se ha ceñido al protocolo que el foxismo desconocía por completo.
Kant, el filósofo, decía, frente al sacerdote, al militar y al negociante: ¡atrévete a saber!¿En una democracia hay que cerrar filas, tener fe o pagar? Muchos se confunden, y por cierto que las oligarquías son hábiles para pedir las tres cosas a la vez: obedecer, esperar un milagro y soltar la plata. No nos pedirán pensar. Sin embargo, Rafael Correa es un académico de origen. Lo es también Álvaro García Linera, vicepresidente boliviano, pese a que en el pasado se viera tentado por las armas (en el Ejército guerrillero Tupaj Katari), y lo es Luis Guillermo Solís, en Costa Rica. También Nadine Heredia, primera dama peruana. La lista podría incluir a Michelle Bachelet, aunque no sea profesional en ciencias sociales. ¿Qué nos piden quienes en el gobierno tienen un saber? Tal vez habría que detenerse a pensar.
¿Qué nos piden? Que al final de la larga noche neoliberal, los pueblos aprendan que cuando se vota no se obedece, no se tiene fe ni se paga: se elige. Durante mucho tiempo, los pueblos latinoamericanos han votado sin elegir, porque la elección la han hecho por ellos y únicamente se les ha pedido que el día de la votación pasen a legitimarla, para obtener ese “consenso” que tanto agrada a los expertos en gobernabilidad. El voto es así una forma de pago -no una papeleta ni una boleta- donde la masa quiere a veces comprarse bienestar material y la tranquilidad de la conciencia. ¡Pagando! Con el agravante de que, en la ignorancia, la masa ha pagado en más de una ocasión para ganarse el pleito que no esperaba.
Kant, el filósofo, decía, frente al sacerdote, al militar y al negociante: ¡atrévete a saber!Para elegir hay que saber, y no es otro el sentido de lo que el Gobierno ecuatoriano le ha dicho a los medios de comunicación, si es que, como pretenden serlo, también lo son de información. Una masa de ignorantes puede ir a pagar el día de las elecciones, pero no puede decidir. Se puede tener toda la democracia formal que se quiera: poco ha cambiado en el fondo desde la época en que se creía que el “natural” carecía de razón y de humanidad, por lo que con él no se podía argumentar nada y no había más que llamarlo a la obediencia, por la fuerza si era necesario, y convertirlo a la fe mediante el sermón. La orden se ejecuta y el catecismo se repite: ¿en qué momento alguien se detendría aquí a reflexionar? No es lo que sucede en el enlace ciudadano donde se informa y se rinde cuentas, lo que la mayoría de los medios de comunicación no hace. No hay insulto en rendir cuentas -guste o no el estilo personal- y sí puede haberlo en los medios de comunicación que no las rinden: las piden como si el gobierno fueran ellos o, peor, como si fueran un tribunal. En el enlace ciudadano nadie está sermoneando ni llamando a cerrar filas. El ejercicio de la rendición de cuentas es otra cosa, por aburrida que le parezca a quien espera que lo entretengan, como sus antepasados esperaban que les dieran órdenes y les transmitieran la palabra divina, dos formas de no pensar. La tercera forma consiste en distraerse con alguna imagen o con algún ruido.
Llama la atención que en algunos países estén académicos en el gobierno, que no son por cierto intelectuales, no al modo del escritor Mario Vargas Llosa, alguna vez candidato a la presidencia peruana (el oficio de escritor no es forzosamente el de un académico). No es que haya sonado la hora de que el académico se salga del cubículo para estar en la tribuna. Es que por fin se le otorga al pueblo uso de razón, y no es poca cosa. Ya tenemos precedente.