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¿Cuáles son los límites de la libertad de expresión?

¿Cuáles son los límites de la libertad de expresión?
31 de enero de 2015 - 00:00

Entre los pensamientos más recordados de Benito Juárez está el que señala el límite de las libertades y derechos, que terminan donde comienza el derecho ajeno.

Es un límite que no señala ley alguna porque lo traza la conciencia de cada uno, guiada por su sensibilidad y apertura hacia el otro.

Es explicable el rechazo a la posibilidad de que se les fijen límites a libertades como la de expresión e información, cuando se da por aceptado que ser libre es hacer lo que uno quiera; una idea distinta de la otra:
ser libre es hacer lo que uno debe hacer sin que nadie se lo impida. En la primera, el capricho personal adquiere carta blanca; en la segunda el sujeto del derecho se guía por su relación con el otro.

La libertad de expresión que elimina todos los obstáculos para decir o escribir lo que uno quiera resulta tan absurda como la que pretendía tener un taxista que reaccionó cuando su pasajero le pidió apagar el cigarrillo que acababa de encender: “estoy en mi taxi y aquí hago lo que me dé la gana y lo echo a usted si me da la gana”.

Los periodistas que reprodujeron y rechazaron la escena pueden estar defendiendo su libertad sin límites sin caer en la cuenta de su cercanía al taxista en cuestión. Tanto el taxista como el periodista son servidores públicos; el taxi es de servicio público, lo mismo que la información y el medio de comunicación que, aunque propiedades personales, están al servicio del público, lo que impide que puedan ponerse al servicio particular del taxista o del periodista.

Esos derechos del otro, que señalan los límites de la libertad, imponen el respeto por el otro que implica deberes tan elementales como no hacerle daño, tratarlo como a persona, no ofenderlo.

Se comprende así en el caso del taxista, pero no aparece tan obvio en el caso del periodista que maneja un bien social, que es la información, y presta un servicio social.

La información del periodista es para el receptor, por tanto tiene en cuenta las necesidades del receptor y, desde luego, sus derechos. Tiene derecho a que le digan la verdad, a que se respete su intimidad, a no ser ofendido.

Esto no obsta para que se controviertan sus ideas, se sometan a crítica sus creencias, con razonamientos, con humos, con fantasías, recursos estos que descartan la burla y la ofensa. Es una afirmación elemental pero indispensable: no existe ni el derecho, ni la libertad para ofender, ni para hacer daño a las personas.

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