La pandemia ha evidenciado aún más las fracturas que atraviesa el sistema político como resultado de un bloqueo permanente y sistemático entre las funciones Ejecutiva y Legislativa. Esta realidad no es actual ni tampoco coyuntural, porque desde la transición a la democracia en 1979, en Ecuador se han elegido binomios presidenciales con bancadas débiles en su conformación numérica. A excepción de los períodos gubernamentales de Rodrigo Borja (1988-1992) y de Rafael Correa (2009-2017), quienes gozaron de bloques en el Congreso con mayoría absoluta y calificada o de las dos terceras partes para el último caso. La cantidad de organizaciones políticas que corren en las elecciones e integran el Legislativo también explica, parcialmente, el fracaso de un sistema multipartidista que fragmenta posiciones y que, además, ni siquiera representa tendencias ideológicas definidas, sino más bien aspiraciones electorales. Otro problema que ha agudizado la situación es el mismo bloqueo dentro de los partidos políticos debido al déficit de democracia interna, la incapacidad para procesar controversias. También la porosidad en los mecanismos de financiamiento y su activación, únicamente, en tiempos electorales, sin perder de vista la poca importancia que se les ha dado a las escuelas de capacitación y formación de cuadros en procesos de mediano y largo plazo para la necesaria profesionalización de la política de cara a las elecciones o para cargos de designación. Entonces, si entre los mismos partidos no hay comunicación eficiente, peor aún con sus similares. En ese sentido, Ecuador no registra una oposición que haya construido desde la deliberación, el rigor y el respeto. La lógica del juego de suma cero es una realidad: nadie cede ni renuncia. Todos quieren ganar sin considerar los matices, ni las particularidades propias de los temas, los hechos y las personas. A ello, se debe agregar que el Ecuador es el país que más reformas ha incorporado al sistema electoral en cada proceso. En otras palabras, las reglas del juego no son estables y la fabricación de leyes es una respuesta pírrica a la ineficiencia del sistema político cuando se trata de satisfacer las demandas sociales. Para no perder de vista en este breve sobrevuelo, el tipo de liderazgo que se ha afianzado desde la constitución de la República revitaliza y combina elementos caudillistas, populistas y corporativistas por sobre los institucionales que poco han calado en la realidad nacional, pues las formas de hacer política a la europea o norteamericana no son aceptadas por la mayoría de la población. El populismo está en el ADN de la cultura política y ha sembrado varias cosas: el culto a la personalidad, la polarización como herramienta para zanjar disputas y la oferta de lo imposible como mecanismo para seducir al pueblo, instrumentalizando la pobreza y los deseos de millones por mejorar sus condiciones de vida. Parecería un escenario catastrófico, pero seguimos en pie, porque hay una mayoría de la población que construye el país, pese a la errática manera de concebir la política. ¿Por qué la tregua? Ecuador no registra un momento histórico en el que se hayan producido y agudizado tantas crisis de manera simultánea, una con mayor intensidad que la otra: económica, política, social, sanitaria y desafección. La primera dio señales en 2015 y explotó en octubre del año pasado, la segunda es permanente pero se disfraza en liderazgos cimentados en el hiperpresidencialismo, la tercera delata la descomposición de las relaciones y la última, nos dice que nadie confía en nadie. Los efectos de cada una nos conducen aceleradamente al sálvese quien pueda. La gravedad de la crisis, que no es exclusiva en el Ecuador, pero sí golpea con mayor profundidad y efectos expansivos, exige parar, metafóricamente, hablando. Es decir, la necesidad de impulsar un espacio de tregua política en el tiempo para que aprendamos a dialogar sin cartas en la manga, dejar en segundo plano las aspiraciones electorales, colocar en primera prioridad la vida y levantar la economía con una mentalidad de bienestar colectivo, no corporativo ni que favorezca a unos pocos grupos. La tregua es el paso anterior al diseño de un Pacto Social como ocurrió en España y Chile después de las dictaduras de Francisco Franco y Augusto Pinochet o lo que sucedió después de la caída del Muro de Berlín en Alemania. Si bien, la pandemia no reúne las características de esos contextos, sí auspicia la necesidad de una tregua, diálogo y un gran pacto nacional que incluyan como ejes la lucha contra la corrupción y la impunidad, el diseño de un sistema de salud público eficiente, el apoyo a la agricultura, la defensa de la democracia, el resguardo de la educación y la investigación, y el empleo digno. (O)