Frente al aumento de la expectativa de vida en todo el mundo resulta crucial abordar todas las alternativas que permitan un envejecimiento positivo que integre la salud física y emocional
Estudios revelan que la espiritualidad crece en la vejez
Eulalia Barrera lleva interna más de ocho días en el hospital del Seguro Social de Quito, en el tercer piso, en la unidad de Nefrología. Se le han practicado dos diálisis por insuficiencia renal y a sus 83 años, el mensaje para sus parientes y para sus adentros es: “ya estoy cansada, muy cansada, ya no más, hasta cuándo este martirio”. Cerca de ella, en otra cama de la misma habitación, está Diana. Tiene 17 años y le diagnosticaron una malformación en sus riñones. Serena, firme, le dice a su madre. “He sido feliz contigo estos 17 años, que sea lo que tenga que ser, no quiero que sufras, he sido feliz contigo…”.
Dos testimonios atravesados por el dolor, desesperanza y la ineludible brevedad de la vida ante la proximidad del ocaso de esta. ¿Pueden existir palabras o algo que alivianen estos momentos, que permitan encontrar todavía algún sentido valedero a la existencia, más allá de la dura realidad presente y el amor de sus familiares?
En todas las etapas de la vida (niños, adolescentes, adultos, ancianos), el ser humano es vulnerable a enfrentar situaciones que ponen en riesgo su existencia o integridad; que escapan de su voluntad o de la acción de los ‘hombres’. Aquellas que marcan la vida para siempre.
Es cuando toma protagonismo la fe; creer o aferrarse a una fuerza invisible que motive y ayude a superar las adversidades. La espiritualidad, según algunos autores (Vaillant, Navas, Koeninig, Rivera-Ledesma, Montero, entre otros, recogidos en una investigación llamada ‘Espiritualidad en la Tercera Edad’, de Cecilia San Martín Petersen, doctora en Psicología, de Chile) parece ser una de las respuestas.
Los adultos mayores, sin generalizar, tienen arraigadas más creencias y prácticas relacionadas a la religión, en comparación a personas de otras edades. Existen estudios que afirman que las creencias religiosas ayudan a enfrentar con más efectividad enfermedades, discapacidad o eventos negativos.
“La fe proporciona esperanza y satisface la incertidumbre y esto protege frente a sentimientos de culpabilidad hacia sí mismo y hacia la búsqueda de culpables. Además, la promoción del optimismo desde la religión es otra fortaleza que permite a los creyentes agarrarse a ella al enfrentarse a sucesos críticos para afrontarlos mejor”.
Desde la comunidad científica se ha afirmado que la espiritualidad promueve estilos de vida y comportamientos más saludables, contribuyendo así a un menor riesgo de enfermedades y en general mejor calidad de vida. “Los adultos mayores que tienen una profunda fe religiosa tienen una mayor sensación de bienestar y satisfacción vital. Además, la participación activa en eventos religiosos brinda un apoyo que protege del estrés y aislamiento y les reporta menor temor a la muerte”, según la investigación de Cecilia San Martín Petersen.
Dentro de este campo es fundamental distinguir lo que significa religión y espiritualidad. La primera tiene “un carácter esencialmente social y se vive como cuerpo de conocimientos, ritos, normas y valores que rigen la vida del individuo interesado en vincularse con lo divino”. La espiritualidad, en cambio, es singular, específica y personal, se caracteriza por un sentimiento de integración con la vida y con el mundo, y por lo mismo se vive como la experiencia de lo divino.
La religiosidad tendría un carácter directivo, al señalar cómo buscar lo divino, a través del adoctrinamiento y la congregación con otros, mientras que la espiritualidad se caracteriza por la búsqueda de lo sacro o divino a través de cualquier ruta o experiencia de vida. La religiosidad como la espiritualidad se expresan social e individualmente y las dos tienen la capacidad de promover o impedir el bienestar.
A través de la publicación ‘La Espiritualidad en la tercera Edad’ se determina que los hallazgos acerca de los beneficios de la espiritualidad en los adultos mayores son contradictorios. Para algunos autores en la vejez no se produce un aumento de la espiritualidad, ni es favorecida la forma de envejecer, sino que son las relaciones interpersonales, los vínculos informales, familiares y sociales, los que ayudan a un envejecimiento exitoso. Sin embargo, otros autores señalan que existen beneficios de la espiritualidad en la salud física y mental, alivio del estrés de la hospitalización, bienestar y tranquilidad ante la muerte.
Aunque para un buen envejecimiento pueden ser prioritarios los vínculos interpersonales o también el proceso de trascendencia de lo terreno, que puede suponer una fe en Dios o una comunión cósmica con un universo contenedor, sin duda, también están presentes otras maneras de vivir el paso de los años hasta la vejez.
Petersen insiste en que la espiritualidad, entendida como los sentimientos, creencias y acciones que suponen una búsqueda trascendente acerca de un poder final, contribuyen a dar un sentido y propósito en la vida; “a orientar la conducta de las personas, sus relaciones interpersonales y su forma de sentir y de pensar, tanto a la realidad como a sí mismos”.
Durante el proceso de envejecer como en la evaluación de la vida al aproximarse a la muerte, pueden surgir conflictos, confusión y sufrimiento. La autora de la investigación menciona que la concepción que las personas tengan acerca de lo que hay más allá de la muerte, o las respuestas que se hayan dado a las preguntas de por qué y para qué de la vida, resultan determinantes en el bienestar psíquico de los adultos mayores.
Abordar este tema es crucial, más aún si se toma en cuenta que la expectativa de vida va en aumento y paralelamente las formas de envejecer. A pesar de que para algunos sigue siendo esta etapa el fin, llegar a viejo ahora no solo es un apacible retiro de la vida para disfrutar de los logros alcanzados en espera de una pacífica muerte, ni tampoco una lucha por mantenerse vigente en un mundo de jóvenes.
El envejecimiento es una etapa y proceso de desarrollo más en la vida. Y a pesar de los hitos normativos más o menos comunes, como la jubilación, la llegada de los nietos, cierta disminución de las redes sociales, la muerte de amigos o de la pareja, hay tantas formas de envejecer como estilos de vida, y por lo mismo, la religiosidad y la espiritualidad tienen su protagonismo.
Algunas características asociadas a un envejecimiento positivo son la gratitud, el perdón y alegría, la integridad, esperanza de vida; aceptar las propias limitaciones, contacto e intimidad. Según los especialistas, estas ayudan a vivir bien en cualquier etapa de la vida, pero en la madurez cobran más importancia.
Quienes trabajan con adultos mayores, recomienda la especialista chilena, deben captar lo que para cada caso es central, para planificar y dirigir desde allí la mejor terapia para sus pacientes.
Para Eulalia y Diana, cuando el aliento y las fuerzas faltan, entre la religiosidad y espiritualidad, al parecer, se abre una posibilidad de encontrar un sentido a la vida, de luchar desde las limitaciones y los deseos de trascender. (I)
Foto: William Orellana / El Telégrafo