Álex, el resurgir de un velocista
Álex Quiñónez se convirtió en el tercer hombre más rápido del mundo en los 200 metros en Doha. Detrás de ello existe un trabajo continuo que permitió al esmeraldeño establecerse en la élite de la velocidad.
En su rendimiento hay un antes y un después. En 2012 llegó a disputar la final de los 200 metros planos contra el mejor del mundo, Usain Bolt, en los Juegos Olímpicos de Londres; literalmente estaba en el Olimpo, pero su vida cambió radicalmente y cayó al “inframundo”, si se lo relaciona con la mitología griega.
El velocista alegó que le faltó respaldo económico para continuar con su carrera, que tanta expectativa había creado. Sistemáticamente fue descendiendo en la categorización del Plan de Alto Rendimiento; de estar en el grupo A hasta 2013, bajó a la categoría D en 2014 y en 2016 estuvo en la E, donde recibía solo un salario básico unificado.
El séptimo en Londres 2012 no pudo estar en Río 2016. Quiñónez se ausentó de varios entrenamientos, su nivel decayó y por ende la clasificación quedó cada vez más lejos. Manuel Bravo, presidente de la Federación Ecuatoriana de Atletismo (FEA), señaló en su momento que “el peso de la fama” lo afectó.
Para ejemplificar aquello, para una premiación de un gremio de periodistas deportivos tras su actuación en Río, puso una serie de condiciones para asistir al evento. La entidad declinó su pedido, pero aquello quedó como una anécdota.
Álex decidió retirarse del atletismo, principalmente por el tema económico. Para obtener recursos trabajó incluso en la reparación de motocicletas con su tío en Guayaquil.
En medio de esas jornadas había el deseo de volver a correr; la dirigencia de la FEA y del anterior Ministerio del Deporte hicieron esfuerzos para que así sucediera, pero no era fácil.
Los ánimos tampoco eran los mejores y menos aún las condiciones. Jorge Casierra, su descubridor cuando tenía 14 años, quería redireccionar su carrera.
Para ello sabía que no se podía quedar en Esmeraldas y debía ir a Quito. “En la provincia no había las condiciones para entrenar; no hay pista. Además habían muchas distracciones. Por más que queríamos mantenerlo, él debía estar en un lugar donde no tuviera influencia negativa de los que se consideraban sus ‘amigos’”, dijo Casierra.
Según su entrenador, que vivió esa transición de la pubertad a la adultez de su pupilo, considera que él siempre fue muy desprendido. Quizás en exceso. Si tenía dinero y un amigo le pedía lo que fuere, se lo entregaba; aunque el atleta se quedara sin recursos.
Pero también desarrolló su capacidad para asumir retos, a través de la confianza en los demás. “Recuperó esas virtudes cuando regresó y perdió el miedo, porque lo tenía cuando decidió volver. Asumió los retos hasta las últimas consecuencias”.
Para su regreso y su actual estado de forma contó con un grupo que lo rodeó en el camino. Casierra le solicitó al entrenador cubano Nelson Gutiérrez que lo acogiera en Quito para que vuelva a entrenar y ya en la capital, recibió siempre el respaldo de las atletas Marizol Landázuri y Ángela Tenorio, además del fisioterapista cubano Caridad Martínez.
Este último incluso lo recibió en su casa junto con su esposa Yadira Reyes. Álex estuvo en la casa de los Martínez-Reyes por un año y medio y lo trataron como si fuera su hijo, prácticamente.
El fisioterapista cubano señaló que cinco mujeres fueron las que estuvieron detrás de Álex para que retornara a la élite: la esposa del atleta Jennifer Lugo, quien lo motivó a volver a las pistas; sus compañeras Ángela Tenorio y Marizol Landázuri; la esposa de Nelson Gutiérrez, Keimi Martínez y Yadira Reyes.
“Hubo dolor, lágrimas, pero también alegrías. Siempre hay una historia verdadera detrás de una medalla mundial”, señaló Martínez. Él estuvo detrás de la recuperación física de Quiñónez, que tuvo problemas para reinsertarse en el deporte en ese plano, pero con el trabajo del cubano, no volvió a lesionarse más.
Landázuri también lo recibió en su hogar, mientras Quiñónez entrenaba para recuperarse. Su hija y su esposa permanecieron en Guayaquil en ese proceso y la gente que lo rodeó lo acogió de diversas formas.
La atleta formó un vínculo muy cercano con el velocista, al punto que se decían “hermanos” o también lo trataba de “ñañón”.
Ella fue una de las que lo incitó para que retornara a las pistas. Sabía de su capacidad para correr y destacar entre la élite.
Bien recuerda cuando ella le cocinaba antes o después de las prácticas y espera que eso se repita, ahora que Landázuri inauguró su propio restaurante.
Quiñónez se quejó de que lo haga en su ausencia, pero Marizol ofreció ir a recogerlo en el aeropuerto a su retorno de Doha y llevarlo enseguida a su local. “Esa medalla (la de bronce mundial) entrará primero a mi restaurante”, dijo.
En 2017, Quiñónez estaba fuera del Plan de Alto Rendimiento, pero ahí empezó su retorno a las grandes lides. Para llegar cambió sus actitudes y se puso del lado correcto.
Eduardo González, subsecretario del Alto Rendimiento, destacó su crecimiento y sobre todo su disciplina para enfocarse en el deporte.
“Es un atleta tranquilo, dedicado y que se ha alejado de situaciones que pueden ir en su contra. También sabe escuchar bien a su entrenador. Álex ha tenido paciencia para llegar a lo más alto; fue subiendo con tranquilidad”, dijo González.
El hecho de que haya bajado de los 20 segundos en los 200 metros —su mejor registro es 19,87s— lo pone entre los mejores de la disciplina.
El futbolista que se transformó en velocista tiene claras sus metas futuras: el próximo año estará con toda seguridad en los Juegos Olímpicos de Tokio.
Incluso tiene un registro mejor en la actualidad en comparación con su actuación en Londres. En la capital inglesa corrió los 200 metros en 20,28 segundos.
Un nuevo Álex Quiñónez apareció sobre las pistas y con su entrega y disciplina, consiguió dejar atrás aquellos días de inactividad, para centrarse únicamente en vencer. (I)