Sebastián Cordero entra al terreno del documental con “Al otro lado de la niebla” (2023), acompañando el viaje de reconquista del monte Everest en Nepal del montañista Iván Vallejo. De este cineasta ecuatoriano recordamos las celebradas: “Ratas, ratones y rateros” (1999); “Crónicas” (2004), filme con el que inició también su labor con productoras internacionales; “Rabia” (2009); “Pescador” (2021); “Europa Report” (2013), notable ciencia ficción; y “Sin muertos no hay carnaval” (2016). Su cine, intensamente expresivo y metafórico, orientado a develar el rol de las alteridades (en particular, de las marginales), ha trascendido el localismo de parte del cine ecuatoriano, hasta llevarlo a planos universales. Así, su obra invita a abrir debates y reflexiones.
“Al otro lado de la niebla” sigue este camino labrado por Cordero, pues nos lleva a otras latitudes y nos hace conocer lo que implica la tarea del montañista, no solo como experto, sino como alguien que expresa con humildad su vocación. Esta vez, su personaje central, Vallejo, pese a que pertenece a la estirpe de los conquistadores de montañas, hecho que lo sitúa como parte de ciertas élites dedicadas a este deporte extremo, no escapa al retrato de las alteridades contemporáneas. Cordero, en efecto, lo va figurando de esta manera: no es cualquier montañista, más allá de ser un ecuatoriano que se codea con otras personalidades a nivel mundial, sino uno que desafía todo peligro y se aventura a romper récords poniendo el alma y el corazón. Lo singular, sin embargo, está en el hecho de mostrar a un hombre que, contra el pacto que se mantiene aún entre los montañistas de escalar los montes munidos de tanques de oxígeno, Vallejo lo hace sin ayuda de este tipo, dominando su cuerpo, sus pulmones y su ímpetu por lograr la cima del Everest. Claro está que detrás de su faena están por lo menos más de cuarenta años de experiencia, que inicia con el Chimborazo, luego con montañas de los Andes, hasta interesarse por los picos de los Himalayas. En esta cordillera asiática, Vallejo consiguió montarse sobre las cúspides de catorce nevados, sumando lo que se cuenta como los “catorce ochomiles”, es decir, catorce montañas que están sobre los ocho mil metros sobre el nivel del mar.
Desde ya, “Al otro lado de la niebla”, toma como referencia este dato y se centra en una nueva escalada al Everest, cuya cima está a 8.848 metros sobre el nivel del mar. Tras veinte años de conocerse, Cordero y Vallejo, cada uno con sus conquistas propias de origen: para uno, lo que fue el estreno de “Ratas, ratones y rateros”, y para el otro, su primera ascensión exitosa al Everest, el proyecto de “Al otro lado de la niebla” es una especie de convenio de reafirmación de una amistad y de invitación a dialogar sobre la vida, sobre lo transcendental, sobre el conocimiento de sí. Asistimos, de este modo, a un documental que se construye en el camino y uno que también demuestra la posibilidad de nuevos encuentros y hallazgos en el periplo que solo llegará hasta el primer campamento base de la montaña, a unos 5.300 metros. Para Cordero, en efecto, la película es un desafío y eso se constata, pues, aunque lo que vemos es un producto final bien logrado, él mismo nos va relatando cómo él había sido atraído a ir a la montaña y subir con el escalador experimentado, al punto, en un momento, de quedarse sin oxígeno. El documental, por ello, se puede clasificar como un producto experimental que, aunque se centre de nuevo en una hazaña, sobre todo habla de la vitalidad humana cuando se está impregnado del espíritu circular del tiempo y del espacio, y la voz propia de la montaña.
Y es que es eso el corazón del filme: Cordero va a ir tras los pasos de Vallejo, el cual, además de mostrarse como maestro guía, lo principia en hacerle escuchar esos sonidos de Nepal, del Everest, de los vientos, de las lluvias, de los animales que les asisten, y que luego se tornan en tonos de instrumentos nativos y tibetanos, campanas y cuencos, los que pronto se van a transformar (hipotéticamente) en esos ritmos musicales hieráticos realizados por Boris Vian, un artista y músico ecuatoriano (que se mimetiza en el nombre del novelista y músico patafísico francés, a quien también homenajea).
La montaña tiene sus voces y sonidos por medio de distintos medios que, bien oídos y descifrados, abren a lo espiritual del ser. Cordero entonces nos hace ver que toda ascensión es también una búsqueda y una compenetración con la naturaleza de uno mismo, de la mano de un guía y, sobre todo, del aliento (aunque suene discordante) de esos sonidos que trasuntan tempo-espacialidad de las montañas sagradas. Vallejo lo define. En el filme lo vamos conociendo mediante sus fotos, sus historias desde niño, sus aventuras por los atajos más agrestes, su relación con su familia y el conocimiento con otras personas que a la par hacen las mismas búsquedas. Cordero recupera los archivos de la memoria de Vallejo, las va matizando, las interroga y hace que despierten diálogos sobre la vida y la muerte, sobre la relación de cada cual con la naturaleza, sobre cómo esta y la montaña llevan a que uno se pregunte si el éxito o el reconocimiento son lo primordial de nuestras existencias. Se trataría de lo contrario. Su título lo sugiere. “Al otro lado de la niebla” supone eso, cruzando lo obvio, ver la sombra, esa que Carl Jung en su momento estudiara como arquetipo: lo inconsciente que está reprimido y que, en el caso de la película de Cordero, tiene que ver con lo que aún no se ha explorado por miedo o por desconocimiento y, en el caso de Vallejo, aquello que resuena aún como problemático, pese al éxito de sus proezas, es decir, la relación, sobre todo, con su hija.