El lugar toma su nombre por las aguas cristalinas del río que cruza la zona
Mestizos y afroecuatorianos viven como una gran familia en Malimpia
Malimpia, Quinindé.-
El chasquido que emana del golpe de la ropa contra la piedra, que utilizan las mujeres para lavar sus prendas a orillas del río Malimpia, se pierde en medio de la risa y el bullicio de los escolares y estudiantes que abandonan las aulas para regresar junto a sus padres.
Ataviados con sus uniformes y mochilas llenas de útiles escolares, los niños y niñas de la Unidad Básica y los estudiantes del colegio EGB de Malimpia empiezan a correr y a competir con sus compañeros para alcanzar la camioneta o la ranchera (tipo chiva) que los lleve a su hogar.
Como si fuera un desfile llegan los vehículos motorizados por la única carretera que conecta Malimpia con el cantón Quinindé y otras comunidades de la parroquia. Las mujeres manejan motos y lo hacen con notable destreza. Ellas muchas veces son padre y madre de los chicos y asumen este rol con dignidad.
Esperanza, una joven dama, va con precisión cronométrica a recoger a sus 3 hijas a la escuelita del sector. Las niñas saben cómo acomodarse en la moto que la mamá conduce, en medio de sonrisas y saludos efusivos. Las cuatro están sobre el vehículo de dos llantas, el motor se enciende y la ruta a la casa se emprende cual rito diario. Pero antes de la marcha se le escapa una frase: “quiero que mis hijas se eduquen”.
En la casi quietud de la escuela, las docentes no quieren hacer comentarios acerca de las carencias de mobiliario y aulas adecuadas para la enseñanza, no se sienten autorizadas para hacerlo.
En el colegio de Malimpia está todo en silencio porque ya los estudiantes partieron, pero Marco Barba Guerra, quien dirige el colegio de 480 alumnos de varias comunidades de la parroquia, expresa su preocupación sobre las carencias del plantel, ya que no cuenta con implementos suficientes para la cantidad de jóvenes que deben guiar. “Tenemos aulas sin pizarra y con pocas bancas, pero hacemos lo posible por formarlos para que se conviertan en futuros bachilleres en la especialidad de técnicos agroforestales turísticos”, dice.
Mas, como si fuera una puerta de esperanza para la eficiencia educativa del sector, maestras y profesores esperan la Unidad Básica del Milenio, que construye el Gobierno a 2 kilómetros y medio de Malimpia.
En la institución podrán asistir los niños y niñas de al menos 10 comunidades de la parroquia. “Hasta el momento la edificación está paralizada, porque se le rescindió el contrato al constructor”, informa el alcalde de Quinindé, Manuel Casanova, quien espera que pronto se active y concluya esta obra que beneficiará a decenas de escolares.
Servicios de agua y alcantarillado
A las carencias de la educación se suman la falta de alcantarillado y agua potable, necesidades básicas de la población. El primero de los servicios está todavía en proyecto de estudio, asegura Casanova.
Las familias se abastecen del líquido a través de pozos que tienen en sus hogares. “Esa agua es tratada, pero no potable”, cuenta Nazareno.Aun así las mujeres la utilizan para preparar sus alimentos.
Pero para lavar, darse un baño y practicar las habilidades de natación está el río Malimpia, rodeado de una espesa naturaleza, donde sobresalen las palmas que forman un paraje único en Esmeraldas.
Aprovechando este paisaje natural, el gobierno parroquial ya piensa en “un proyecto de restauración forestal para conservar esa cuenca del río” y, sobre todo, lograr que esas aguas sean más cristalinas. “Las familias tienen la costumbre de reunirse en este lugar y pasar un momento de esparcimiento”, dice Olguita, una lugareña conocida y querida en el pueblo.
Origen de su identidad
Desde hace 65 años, Malimpia es una de las parroquias del cantón Quinindé, provincia de Esmeraldas. Tiene alrededor de 654 km cuadrados, rodeada de los ríos Esmeraldas, Guayabamba y Canandé.
Además, cuenta con 17.772 habitantes distribuidos en su entorno. Mestizos y afroecuatorianos conviven en el lugar como una gran familia, sin distinción.
Y la leyenda precede a su identidad. Guilbert Nazareno, presidente del gobierno parroquial, recuerda que sus ancestros le contaban que “como las aguas del río Esmeraldas, que cruzan por la población, eran turbias y las del río que está dentro de la localidad eran más limpias y cristalinas le pusieron por nombre Malimpia”. Al momento el lugar tiene 82 comunidades.
La parte céntrica de Malimpia, un sitio pacífico, se encuentra a unos 20 kilómetros de Quinindé, ciudad cabecera del cantón del mismo nombre y es circundada por las parroquias Telembí, Chumundé, Chura y Quinindé, más el recinto Las Golondrinas.
La mayoría de los varones en Malimpia es jornalero en las haciendas palmicultoras y en menor número agricultores de cultivos de ciclo corto. A las mujeres se las encuentra en casi todos los rincones de la parroquia, donde no hay sitios para el negocio de la comida, solo una dama prepara en su casa, “por si alguien viene”, el tapao arrecho, el seco de guanta y otros platos conocidos y también desconocidos para el visitante.
El transporte popular es casi nulo en Malimpia, solo hay una ‘ranchera’, es decir una ‘chiva’ según el léxico de otros lados, que va dos o tres veces al día al pueblo y se repleta de personas que, alejadas de problemas de tiempo, tienen toda la paciencia del mundo para salir de allí. Un taxi de Quinindé a Malimpia cuesta $ 10. La mayoría de los choferes es joven y dispuesto al diálogo.
El buen vivir y las prioridades
A unos metros del río Esmeraldas se estrenó el edificio parroquial de Malimpia, donde se efectuó, en mayo 2015, la primera Asamblea del Buen Vivir, que se conformó con los representantes de la localidad para que se ejecuten los planes de ordenamiento territorial.
En la reunión se establecieron las necesidades que hay en el pueblo y se convirtieron en prioridades de atención, como “el agua, alcantarillado y saneamiento ambiental, que son obras básicas para poder garantizar el derecho a la vida que tienen los pueblos”, considera Nazareno.
En medio de este panorama, se rompe el silencio con los gritos de los niños que poco saben de juguetes, de moda o de redes sociales. Ellos tienen el arma de reír a boca llena. (I)