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El Telégrafo
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La antigua edificacion pertenecia a la familia asencio y en algún momento fue una escuela fiscal ‘solo’ para varones

En Progreso una casa de guasango y guayacán desafía la modernidad

Jesús Darío Quinde, de 95 años, recuerda que en su niñez el inmueble de los Asencio albergaba una escuela. Fotos: Víctor Haz/El Telégrafo
Jesús Darío Quinde, de 95 años, recuerda que en su niñez el inmueble de los Asencio albergaba una escuela. Fotos: Víctor Haz/El Telégrafo
10 de junio de 2015 - 00:00 - Víctor Haz

Progreso-Guayaquil.-

La vía que conduce a la comuna Sabana Grande empieza a cambiar. Y con ella también sus alrededores. El camino viejo, antes de barro de un color entre amarillento y ocre ahora está cubierto por lastre y hormigón grisáceo. Las casas en el contorno también experimentan modificaciones. La madera con la que fueron construidas en décadas pasadas cedió su lugar al cemento y bloques.

El aspecto rural de la parroquia Progreso, Guayaquil, sucumbe ante el crecimiento urbanístico y con él sus habitantes alteran sus actividades u oficios.

En medio del cemento y hierro, solo un inmueble se resiste a esta transformación. Desafía el tiempo, a pesar de que sus dueños y herederos abandonaron la vivienda hace 20 años. Se trata de una casa de 2 plantas cuyas puertas y ventanas permanecen cerradas, como si quisieran ignorar el crecimiento de la población.

Algunos de los habitantes consultados en Progreso afirman que la casa fue construida a mediados de 1920. La planta baja era un establo y el piso de arriba estuvo destinado a habitaciones. Su dueño fue el ciudadano José Petronilo Asencio, que a su muerte legó la propiedad a su hijo Vicente (fallecido hace más de 15 años).

Gran parte de su estructura conserva la madera con la que fue construida. La fachada y pisos de guasango (madera noble y resistente, ahora escasa en este sector), y las bases y cuerdas de guayacán son sus principales elementos. En la planta baja algunos tablones ya han desaparecido, ya sea por el tiempo o porque pobladores se aprovecharon del abandono de la vivienda y se han llevado parte de las bases.

A pesar del tiempo, gran parte de la estructura más antigua de Progreso se mantiene en pie. Según moradores es por la resistencia de la madera.

Jesús Darío Quinde, de 95 años, es quizás uno de los pobladores más antiguos de Progreso y recuerda la historia de la antigua casa de guayacán. “Hubo un tiempo en que aquí funcionó una escuela, yo estudié en la época en que los profesores hasta nos halaban de las orejas para enseñarnos”, dice don Jesús, quien pese a su edad y lento andar no necesita de apoyo para mantenerse en pie y camina sin ayuda de bastón.

Su memoria le traiciona al tratar de recordar el nombre de aquella escuela. Se toma la cabeza, se rasca por un  momento y prefiere no decir nombre alguno, por temor a equivocarse.

Lo que sí tiene claro es que era fiscal y solo asistían los varones de la población, pues las niñas en esa época se quedaban en casa ayudando en las tareas del hogar. “Eran otros tiempos”,  puntualiza.

Él se compara con la casa. Dice que también es como el guayacán, así de fuerte. Evoca algunos recuerdos de aquella casa de guayacán y cuenta que sus ocupantes, la familia Asencio, tenían un establo y se dedicaban a la ganadería.

Todas las mañanas -o mejor dicho las madrugadas- salían con su pequeño hato a pastar por la zona de Sabana Grande, a unos 2 kilómetros al sur de Progreso, por el mismo camino que dentro de poco se convertirá en una calle, pues el Municipio local está trabajando en su adecuación.

También recuerda las travesuras de los muchachos de su época. “A veces en la parte de abajo íbamos a recoger astillas (trozos de leña) que dejaban los dueños de la casa amontonadas en un rincón, para que nuestras mamás pudieran cocinar”.

Detiene la conversación por un instante. En ese momento una ligera llovizna se cierne sobre la población. Se dirige hasta su casa que queda al frente del abandonado inmueble y se sienta afuera para continuar su relato.
“Una vez un amigo por poco se muere por ir a recoger las astillas. Estábamos recolectando los palos cuando un hacha que estaba en la pared le cayó cerca de su cabeza. Apenas le rozó la frente, pero fue suficiente para que todos nos asustáramos y saliéramos corriendo. Nunca más volvimos a llevarnos la leña”, dice don Jesús.

En la vía principal de Progreso se encuentra esta vivienda que, aunque está remodelada, mantiene las tradicionales chazas de los años 40.

Con el tiempo Sabana Grande empezó a poblarse. En todo Progresos y sus recintos habitan unas 12.000 personas y la mayoría se dedica al comercio ambulante en la carretera que conduce a la playa.  En Sabana Grande la profesión es otra: la pesca. Antes la agricultura y ganadería eran el sustento básico de quienes vivían en Progreso, donde, a pesar de que ya era parroquia, sus pobladores vivían como si fuera una comuna.

“Ahora, parte de Sabana Grande es del Municipio y quienes vivimos en la parte central tenemos legalizadas nuestras escrituras y pagamos los predios”, dice Juan Gonzabay, presidente de la Junta Parroquial de Progreso. Aún existen sectores, como él llama, “vacíos”, es decir, que no constan en los registros municipales y por eso son terrenos colectivos.

La conversación con don Jesús termina. Echa una última mirada al caserón. Asegura que el inmueble continuará allí firme ante el tiempo, eso sí con las puertas cerradas y sin nadie que la habite.  

Ya en la vía principal de Progreso, Gonzabay señala otro inmueble. No tan antiguo como el de la familia Asencio, pero sí con algunas décadas a cuestas.

Es de construcción mixta. Su fachada ha sido revestida con cemento, sus paredes laterales son de ladrillo color naranja, pero sus ventanas son las tradicionales chazas de la década del 40 y en cuya parte baja existe un amplio portal. “Esta casa es de don Ángel Anastacio Yagual, la planta baja era utilizada como pista de baile, en la época en que las fiestas de Progreso se hacían con orquestas”, dice la autoridad parroquial.

El pasado de Progreso y Sabana Grande persiste en sus viviendas, como las de los Asencio o los Yagual, y en la memoria de sus pobladores. Pese a los cambios, las carreteras y la modernidad, Don Jesús y otros habitantes dicen que el paso lateral construido en la zona les ha quitado dinamismo. “Antes entraban muchos carros particulares que iban a Playas o a Salinas, ahora solo pasan los colectivos”. (I)

DATOS

Antes de ser parroquia Progreso era una comuna que se llamaba San José de Amén; según registros, su creación data de 1741, en la época de la Colonia.

Recién en 1928 pasó a ser parroquia rural de Guayaquil, aunque terrenos aledaños  aún son considerados comunales, como Caimito, Olmedo, San Antonio, Sabana Grande, entre otros.

Su población, otrora dedicada a la agricultura y ganadería, tiene como medio de subsistencia el comercio, aunque lamentan que haya decaído por cuanto pocos vehículos pasan por la vía principal.

Progreso está ubicada en un sitio donde se bifurcan las vías a Santa Elena y Playas. (I)

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