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El Telégrafo

En seis años, el académico se hizo un político potente y carismático

En seis años, el académico se hizo un político potente y carismático
18 de febrero de 2013 - 00:00

La primera vez que Rafael Correa se refirió a este tema fue en una entrevista  para un medio de comunicación provincial a mediados de 2012, cuando aún su postulación a las elecciones presidenciales de 2013 era una incógnita. El miércoles anterior, en un diálogo con diario El Telégrafo, el candidato-presidente (en ese momento) lo reiteró con todas sus letras: “Yo quiero retirarme de la vida política por dos razones: primero, creo que se lo debo a mi familia (...); y el segundo motivo es que mi presencia es muy fuerte (...). Llegue alguien más de Alianza PAIS o de la oposición, siempre mi presencia va a ser perturbadora y prefiero retirarme, dejar florecer al resto. Lo que menos quiero ser es un Álvaro Uribe o un Febres-Cordero”.

A días de los comicios generales, el líder de Alianza PAIS se atrevía a avizorar el panorama político de los próximos cuatro años en Ecuador, sabiéndose y sintiéndose favorecido por la voluntad popular en las urnas. Y en ese futuro, por lo menos en la mente de Correa, se ve el surgimiento de una nueva figura política que releve el talante político del economista/boy scout que llegara a Carondelet en 2007.

La mayor preocupación confesa del Mandatario es que su presencia a mediano plazo sea una pesada carga para el que lo reemplace en el poder. Y es que Correa, a estas alturas, con una segunda reelección en primera vuelta alcanzada ayer, está más que consciente del alcance de sus actos y palabras. Con lo de ayer, Rafael Correa pasó a acrecentar su ya importante legado en la historia republicana de este país, a tal punto de que si logra culminar su nuevo período -en 2017- ingresará a la lista de mandatarios con más tiempo en el poder (10 años), solo superado por Velasco Ibarra, quien gobernó por 12 años y 7 meses; Eloy Alfaro, que comandó el país por 11 años 11 meses; Gabriel García Moreno, que estuvo por 10 años 10 meses; y Juan José Flores, quien fue Jefe de Estado por 10 años y 2 meses.  

La gran diferencia entre todos estos personajes es que Rafael Correa alcanzó todos sus mandatos por votación popular, sin dar golpes de Estado y cumpliéndolos de manera consecutiva. Volviendo al presente, el hasta ayer candidato de PAIS ha sufrido duros golpes a su buena fe en los últimos meses de su gobierno; eso lo ha marcado y lo ha llevado a ser meticuloso a la hora de elegir a las personas en las que deposita su confianza.

Estos escenarios lo llevaron a ser receloso en los meses previos a la campaña y a tener que dar su voto dirimente para elegir a sus representantes en la Asamblea Nacional y para seleccionar a su compañero de fórmula. Si algo ha aprendido Correa es que el quehacer político trae más decepciones que satisfacciones, y para su nuevo período el Jefe de Estado se ha querido “blindar” contra los desengaños de su cargo.   

La política tuvo un súbito aterrizaje en la vida de Rafael Correa, primero en 2005 con su pasajero paso por el Ministerio de Economía, pero, más que nada, a partir de la campaña electoral de 2006. Y ese vínculo -pocas veces agradable- con la política continúa y no parece cesar. Gente cercana al gobernante -de aquella que ha estado en el proceso de la Revolución Ciudadana desde sus orígenes- considera que, con el pasar de las experiencias, Correa se ha convertido  en un “animal político”, una imagen distinta a la del catedrático de pullover que impartía clases en universidades capitalinas en la década anterior.

Ese instinto marcará el comportamiento del Mandatario en su nuevo período. Los que quieran integrar su equipo de trabajo, o los que pretendan enfrentarlo en la arena política, deberán estar conscientes de que Correa ha evolucionado en seis años.

Ahora mide, cavila y proyecta cada una de sus decisiones. Pareciera -por momentos- que siempre está un paso adelante de sus detractores, que tiene una respuesta y contraataque a cada crítica de sus detractores, o que sencillamente es un político de combate que tiene como objetivo consolidar un proyecto hasta llevarlo a niveles que lo conviertan en irreversible.

La radicalidad siempre ha sido una característica del hombre que gobernará hasta 2017 y ahora, más que nunca, hace un llamado para que su círculo de colaboradores y la propia ciudadanía  asuman esa visión de trabajo. Esta probablemente será la marca registrada en el nuevo período: las cosas se deben hacer extraordinariamente bien y rápido, incluida la búsqueda y la consolidación de una figura que pueda suceder a uno de los presidentes más relevantes de la historia del Ecuador.

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