Reflexiones sobre octubre de 2019
A un año de las manifestaciones de octubre es un ejercicio sano hacer una reflexión sobre la mecha que las inició, pero también sobre lo sucedido en medio de reclamos que demostraron que el subsidio no era el único generador del caos.
Vimos grupos de manifestantes unidos en la pancarta de la desobediencia como una herramienta normalizada que aceptó un doble rasero para lo que entendimos como legal o ético, basados en la autodefensa por encima de la seguridad institucional, polarizando las posturas entre los diferentes grupos.
Una desobediencia a la que nos acostumbramos y que nos separó, un reflejo de una crisis de identidad fundamentada en las diferencias a manera de las hinchadas de fútbol, donde el otro es visto como contrincante, opositor o enemigo. Existe una razón de fondo por la que se incendiaron edificios, se acuartelaron urbanizaciones y se atacaron zonas patrimoniales; la rivalidad con el otro y la falta de pertenencia sobre lo que está llamado a unirnos: lo público.
Los portavoces de los reclamos utilizaron el discurso para apretar las filas entre los suyos (o los que se creían suyos y un año después ven como fueron usados como carne de cañón) como en una medición de los ejércitos antes de la contienda. Sin embargo, esta disputa ocurría en varías capas de terreno, en la que se pescó a río revuelto en la cara de todos nosotros.
Se reafirmó un rasgo patológico de nuestra historia reciente: la apropiación por parte la política de las fracturas sociales. La política es importante, pero por su naturaleza debería estar subordinada a la sociedad, evitando el súper protagonismo de nuestros gobernantes. De esta manera, habría oportunidad de atender asuntos urgentes, pero sobretodo encarar con rigor las grandes decisiones para el país. Para esto, tenemos que reflexionar sobre nuestros actos como votantes, ciudadanos y vecinos. Volvernos más exigentes, más atentos. Las manifestaciones violentas deberían ser el último recurso y no la norma.
Fuimos testigos de actitudes recalcitrantes, malentendidas como defensas heroicas, convertidas peligrosamente en discursos que contagiaron ingenuamente a muchas personas por la necesidad de escoger bando. Probablemente es el reflejo heredado del pasado en el que nos acostumbramos a escoger una posición donde solo había buenos o malos y, según quien nos medía, éramos lo uno o lo otro.
El subsidio al combustible, que viene desde 1974, es un tema sensible; por esto debería ser parte de las propuestas de todos los candidatos a la próxima presidencia para que podamos elegir ahora y no esperar al incendio.
Nuestros representantes están llamados a ser quienes propongan el camino para un mejor futuro, quienes nos garanticen derechos como aceleradores históricos que busquen la igualdad y, como mínimo, nos transmitan seguridad. El momento en que el miedo a un político sea la norma habremos rebasado el límite de la representatividad y esto es un problema más grave que una huelga.