Restos de almejas y caracoles sobre la tierra cuarteada por el sol es todo lo que queda de lo que fue la laguna de Atescatempa en Guatemala, un lapidario ejemplo del impacto del cambio climático en el corredor seco centroamericano. En medio de la aridez de la zona, pobladores de Guatemala, Honduras y El Salvador claman por ayuda para asegurar su producción de alimentos. La otrora paradisíaca laguna de Atescatempa quedó en las fotos que lugareños guardan en sus teléfonos móviles y en los sitios webs que la promocionaban como destino turístico. Su reducción se venía notando ya desde hace tres años, según los pobladores. "Realmente el cambio climático está afectando la vida y el futuro de estos países y de muchos de nuestros hijos en Centroamérica", advierte Héctor Aguirre, el coordinador de la Mancomunidad Trinacional, un ente integrado por medio centenar de municipios fronterizos. En la parte del corredor seco centroamericano, que se extiende por Guatemala, Honduras y El Salvador, se registró en 2016 una de las sequías más graves de los últimos diez años, dejando a 3,5 millones de personas necesitadas de asistencia humanitaria, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). "El fenómeno de El Niño, potenciado por el cambio climático, ha provocado que el corredor seco de Centroamérica sea una de las zonas más vulnerables del mundo", sostiene Aguirre. Para atenuar el impacto de la variabilidad climática, la Mancomunidad capacitó a 2.145 agricultores de subsistencia de los tres países para "diversificar" la producción agrícola con el fin de "garantizar" la seguridad alimentaria. La desnutrición es visible en la aldea La Ceiba Talquezal, en el municipio de Jocotán, en el este de Guatemala, donde 114 familias que aglutinan a 540 indígenas de la etnia maya chortí sufren por la falta de alimentos. "Donde hay comunidades indígenas estos problemas de desnutrición se agudizan por una sencilla razón: las poblaciones indígenas no son prioridad de los Estados", resume Aguirre. (I)