Especial La Iglesia católica en crisis
Víctima mantiene su fe en Dios y lucha contra el clero
”Yo sigo siendo católico. Voy a misa todos los domingos. Yo quiero a mi iglesia, tengo grandes amigos sacerdotes y sé que hay más sacerdotes buenos que malos. Yo no voy a dejar que ellos me ganen, ni que me quiten la fe en Dios”, refiere sobre su postura ante la religión católica, Juan Carlos Cruz, comunicador y víctima de abuso sexual por parte del clero chileno.
Cruz junto a James Hamilton y José Murillo encabezaron públicamente y ganaron la denuncia contra el sacerdote Fernando Karadima, una poderosa figura política y religiosa que estaba a cargo de la parroquia El Bosque, fundada para promover la santidad y las vocaciones.
En octubre, la Corte de Santiago falló a favor de la demanda de los tres por $ 450 millones, la más alta compensación económica que fue obligada a pagar la Iglesia chilena, ya que ellos probaron que el clero encubrió a los sacerdotes pedófilos.
Durante los años ochenta, Chile llevaba 17 años bajo la dictadura del general Augusto Pinochet. Y en esos tiempos difíciles, de asesinatos y desapariciones, la comunidad eclesiástica creada por este sacerdote carismático en la distinguida parroquia de El Bosque ofrecía el “falso” consuelo que muchos anhelaban.
“Para una persona joven, era como la abeja y la miel: era una persona dulce en un mundo de dificultades en el que te la pasabas luchando”, detalla Hamilton. Su padre había abandonado el hogar familiar, y el joven Hamilton no era por aquel entonces más que un adolescente vulnerable: una presa fácil para un abusador experimentado.
Mariano Cepeda, de 76 años, llegó a El Bosque a los 18, cuando la iglesia aún no terminaba de construirse. Durante las siguientes seis décadas hizo la limpieza, trabajó en la cocina, fue sacristán y desde esos cargos conoció a Karadima. Para él lo que más le llamó la atención fue la obediencia ciega de algunos jóvenes y sacerdotes, la que el expárroco alimentaba generando temor a sus seguidores.
El extrabajador describe a un Karadima colérico y dominante, que gritaba a sus empleados, a los seminaristas y también a los que ya siendo sacerdotes “sentían que sin la guía de Karadima se irían al infierno”. “Consideraban a Karadima como un dios. Para ellos si el padre decía algo, había que obedecer sí o sí”.
Karadima, dentro de su manipulación y conexiones, logró instalar a cuatro de sus más cercanos colaboradores como obispos de la Iglesia católica chilena: Horacio Valenzuela, en Talca; Andrés Arteaga, como auxiliar de Santiago; Tomislav Koljatic, en Linares; y Juan Barros, en Osorno, quienes lo protegieron ante las acusaciones de sus víctimas de abusos sexuales.
En este contexto, el 3 de febrero de 2015, Cruz envió una carta a la Nunciatura en la que denunció al entonces recién designado obispo de Osorno, Juan Barros, como cómplice y encubridor del sacerdote Fernando Karadima.
Ante la falta de respuesta de la Iglesia, Cruz, quien es periodista, escribió y publicó una columna en la que reproduce la carta que detalla que fue testigo de besos y “toqueteos” entre Barros y Karadima.
Pero la revelación más indignante fue asegurar que Barros presenció cuando Karadima besaba a jóvenes, entre ellos él. Tras la acusación los religiosos rompieron el secreto de confesión para acusar a Cruz y trataron de expulsarlo del seminario.
Cruz, Hamilton y Murillo actualmente mantienen una fundación denominada ”Para la confianza”, en la que asesoran y prestan ayuda psicológica y médica a víctimas de abuso sexual en Chile, indistintamente de que provengan del clero. Asimismo no abandonan la lucha para exigir “tolerancia cero” ante los abusos sexuales en la Iglesia católica. (I)