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Crónica de a pie

Una isla para mirar el futuro desde el pasado

La Puerta de Ishtar de Babilonia, que era una de las ocho puertas monumentales (14 metros de  altura por 10 de ancho) de la muralla interior de Babilonia,  a través de la cual se accedía  al templo de Marduk.
La Puerta de Ishtar de Babilonia, que era una de las ocho puertas monumentales (14 metros de altura por 10 de ancho) de la muralla interior de Babilonia, a través de la cual se accedía al templo de Marduk.
Fotos: Cortesía Museo de Pérgamo
04 de marzo de 2018 - 00:00 - Valentina Uribe. Corresponsal en Berlín

Desde afuera, el Museo de Pérgamo me hace pensar en las clases de filosofía del colegio. La clase de Gildardo era una isla, un lugar de descanso en medio de ese colegio de monjas donde se nos tenía prohibido acostarnos en la grama porque eso era impropio de las mujercitas.

Gildardo parecía ser el único al que no le interesaba la manera en que actuáramos mientras lo hiciéramos de manera consciente, reflexiva, argumentada.

Ahora, parada en frente de esta fachada al estilo greco-rromano, rodeada de anchas y altas columnas, de corredores larguísimos, que terminan en jardines entiendo por qué en la clase de Gildardo nos pasábamos la hora discutiendo.

El Pérgamo, como la clase de filosofía de Gildardo, también es una isla. El museo no solo está ubicado en la llamada Isla de los Museos de Berlín. Ese pedacito de tierra rodeado por las aguas del río Spree es el corazón geográfico de la ciudad y su centro cultural. Es también una isla de tiempo.

Digo esto porque aquí el tiempo parece correr de manera distinta al resto de la capital de Alemania.

Usualmente tengo la impresión de que la vida en Berlín siempre quiere irse de fiesta, quiere manejar sin límite de velocidad por la autobahn, quiere estar siempre al extremo de la experiencia.

El museo, inaugurado en 1930,  no fue construido para tener obras de arte, sino que primero se trajeron esos tesoros y, después, a su alrededor se construyó el edificio. Allí está la colección de antigüedades clásicas, como el Altar de Zeus.

Pero en la Isla de Los Museos, a pesar de que muchos turistas entran y salen rápido para resguardarse del frío, las grandes y pesadas construcciones, los gigantes domos, las sencillez de las líneas arquitectónicas hacen que los visitantes nos sentamos diminutos.

El ir y venir errático de mi vida en Berlín parece de repente ralentizarse. Al encontrarme, por primera vez, desde que vivo en Berlín a las afueras del recinto que guarda las ruinas de la Antigua Grecia, y que acoge famosas excavaciones arqueológicas como el Altar de Pérgamo, el tiempo parece dilatarse.

De manera súbita se me olvida el ajetreo de mi día a día, las peleas que tengo en mi cabeza con el transporte público de la ciudad por llegar cinco minutos tarde, se me olvidan las infinitas colas en la oficina de correos y el cruel frío de febrero.

En cambio, empiezo a recordar una larga fila de primeras veces. La estupefacción que sentí la primera vez que vi la torre de Alexanderplatz, la primera vez que me perdí viajando al sur de la ciudad, la primera vez que lloré en el invierno porque extrañaba el sol. La primera y única vez que me enamoré de un alemán, la primera y única vez que fui al bosque con un amigo y hablamos de las cartas de Rainer Maria Rilke.

Frente a esta construcción, ubicada en esta isla, viendo cómo el agua del río corre, recuerdo las lecciones de filosofía, la voz de Heráclito que dice: “No nos bañamos dos veces en las aguas de un mismo río, ni siquiera una vez”.

Arquitectura
Si algo hay que aprender contemplando el edificio que alberga las ruinas de esa antigua civilización es que los hombres no somos sino un pestañear en la historia del mundo. Lo que perdura es el conocimiento.

Le quiero dedicar a la arquitectura del Pérgamo otro par de frases, pues esta sí es una obra de arte. Muchos de los que lo visitan no saben que la diferencia con otros museos es el islote. El de Pérgamo fue diseñado específicamente para complementar el arte que alberga.

Es decir, que fue construido después de que las piezas fueran traídas a Alemania. Quizás es por eso que tengo la impresión de que este paisaje está hecho para hacer filosofía, para dialogar.

Y por consiguiente creo que aquí se debería venir con un amigo. Yo, sin embargo, a falta de un amigo he traído dos: un libro de Frank O’Hara y en el iPod un álbum de Fito Páez.

He traído esta selección de amigos un tanto ecléctica, pues no soy de las personas que es capaz de leer los retablos puestos al lado de cada pieza de arte en los museos.

Para mí la experiencia de ir a un museo es holística, quizás diría que hasta filosófica. Cuando visito un museo me gusta llevar el libro que esté leyendo en el momento.

Lo hago porque creo que todas las artes se comunican entre ellas, porque creo que cada objeto es un poema escrito en Nueva York en 1964 o la Puerta de Istar en el año 575 a.C. y que comparten una esencia, un cierto impulso humano.

Y, finalmente, porque estoy convencida de que el arte es mejor entendido cuando se pone en relación con otras expresiones, cuando se compara con otras formas, con otras texturas. Si no fuera de esa manera en los museos se exhibiría una única pieza de arte y no una selección de diferentes piezas.

Pero febrero es el más cruel de los meses en Berlín.

A pesar de ser el mes en que por fin regresa el sol que habíamos perdido en octubre, las temperaturas son tan bajas que si se está mucho tiempo afuera los dedos pierden su sensibilidad.

Ya sin sentir los dedos de las manos, decido entrar. Pago los 12 euros (14,63 dólares) que cuesta la entrada al museo, dejo mi chaqueta en el vestidor y con los audífonos puestos empiezo el recorrido.

La primera estructura que nos da la bienvenida a la exhibición es la Puerta del Mercado de Mileto. Está dispuesta en la entrada a la sala de tal manera que para empezar el recorrido uno debe cruzar por debajo de sus arcos. Los otros visitantes, esos que van acompañados de alguien, se toman fotos mientras pasan por debajo. Y me parece que se ven igual que Platón y Aristóteles en la pintura ‘La Escuela de Atenas’, de Rafael Sanzio.

Yo hace tiempo que perdí a mi Sócrates y a mi Aristóteles, entonces cruzo la puerta sola, sin que nadie me tome fotos, acompañada solamente de esa canción de Fito que habla de Berlín y dice que este es el lugar adonde vienen los que quieren escapar del mundo. Tiene razón.

Ruinas
Berlín es una isla en Alemania que muy poco tiene que ver con el resto del país. Pero venir al Pérgamo no es escapar del mundo, al contrario, es viajar directamente a su centro, es tener la oportunidad de estar parado al frente de los restos de esa cultura que dio origen a nuestro mundo como tal.

Las ruinas de La Puerta del Mercado de Mileto y del Altar de Pérgamo fueron transportadas a Alemania y reconstruidas allí (en los que fue una empresa titánica) a finales del siglo XIX.

La Puerta de Istar de Babilonia y La Puerta del Mercado de Mileto tienen más de 10 metros de alto y en verdad que la altura de las paredes del museo no les hace justicia. Se ven aprisionadas, enjauladas.

Los curadores del museo saben esto. Desde hace más de dos años grandes salas del museo han sido cerradas al público por razones de renovación.

Así que todos los que visitemos el museo durante el 2018 y hasta el 2019 no tendremos la oportunidad de ver cómo estas grandes estructuras lucen en salas hechas a su medida. También nos perderemos de ver lo que es la atracción más importante: El Altar de Pérgamo.

De todas las piezas que se exhiben en el primer piso del museo lo que más me impacta son los materiales, en especial el evidente afecto que todas las culturas le hemos profesado a la piedra.

Todo en esta sala es de piedra: los parciales engrabados del Altar de Pérgamo, esculturas de Atenea y Venus, las tallas de Horus (la deidad con cuerpo humano y cabeza de pájaro), de leones alados con cabezas de hombre, las grandísimas bañeras y las tablas en que se inscribieron los textos cuneiformes de Uruk del cuarto milenio a.C.

Es increíble pensar cuánto y con qué amor, paciencia, fuerza y dedicación el artista talla ese material.

Caminando por el museo con ese paso medido que tenemos las personas siempre en estos sitios, pienso que la piedra como elemento es el mejor ejemplo de la lentitud.

También de la certeza y la constancia, como el espejo opaco de la humanidad, el elemento que al mirarlo nos devuelve a los hombres la imagen de nuestra temporalidad.

Quizás es eso lo que nos atrae a ella: saber que las palabras que allí grabemos allí quedarán después de que nosotros hayamos desaparecido.

Y quizás es también porque de alguna manera envidiamos la piedra y deseamos ser como ella, que en Asiria, en la antigua Mesopotamia los emperadores eran enterrados en féretros de ese material. ¿Por qué? La piedra los protegería y les contagiara de su inmortalidad.

Lentamente también la exhibición del Pérgamo va alejándose de Grecia, Babilonia y Mesopotamia y se mueve en dirección al mundo islámico, Alhambra, Alepo y Egipto.

La última hora de mi visita la pasaré en la exhibición de tapetes árabes y la exhibición temporal de libros islámicos.

De las paredes cuelga una impresionante colección de alfombras rojas, negras y doradas, y todas siguen un patrón similar: el círculo dentro del cuadrado.

Es difícil para nosotros los occidentales, que estamos acostumbrados a que nuestros dioses tengan un rostro, entender el significado de estas dos figuras geométricas y entender la importancia de la alfombra como objeto estético.

En la casa de mis padres nunca tuvimos alfombras o tapetes, quizá porque nunca pensamos que era adecuado sentarnos en el suelo. Pero luego, durante los años que viví en la India descubrí lo reconfortante que es sentarse siempre tocando la tierra.

Paso el resto de mi visita sentada en esta sala adornada con alfombras. En el techo hay un antiguo domo de una mezquita. En esa estructura también hay una infinidad de círculos y cuadrados.

Yo me quedo durante lo que me parecen horas, en trance, mirando al techo como queriendo ver a Dios mientras las otras personas entran y salen, entran y salen.

Miro los infinitos círculos y los cuadrados y pienso que esa es la verdadera imagen de Dios porque Dios solo puede mirarse directamente a los ojos cuando él y yo nos damos la espalda.

Abro el libro de Frank O’Hara en cualquier página y leo: “es este amor, ahora que el primer amor finalmente ha muerto, donde no habrá imposibilidades”.

No sé qué hora es. Así es el Pérgamo: una isla entre el futuro y el pasado. (I)

Una maravilla
La ciudad de Babilonia
La Puerta de Istar es una de las siete maravillas del Mundo Antiguo, la ciudad de Babilonia. El rey Nabucodonosor II hizo construir la puerta en el siglo VI a.C. y su belleza todavía deslumbra. Esta joya es una de las más visitadas en el museo.

6 años está previsto que demore la renovación de la Isla de los Museos en Berlín, la capital alemana.

Patrimonio histórico
El Museo de Pérgamo es  la estrella de la Isla de los Museos, declarada Patrimonio de la Humanidad, en 1999. Tiene otros cuatro: Museo Antiguo, Museo Nuevo, Galería Nacional y Museo Bode. (I)

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