Sordomudos sirios crean nuevas señas para entender la guerra
En el local de una asociación de Damasco, Bicher y Ryad, dos jóvenes sordomudos cuentan la guerra que devasta Siria con signos que no existían cuando comenzó hace seis años.
Levantan dos veces el meñique (para la I) y colocan el pulgar sobre el índice y el dedo corazón (la S) para designar el nombre en inglés del grupo Estado Islámico (EI).
Dos dedos sobre la palma de la mano significa el Gobierno (las 2 estrellas de la bandera oficial siria) y 3 dedos, la rebelión (las 3 estrellas de su bandera), afirma Wisal Alahdab, vicepresidenta de la asociación Eemaa, en el barrio de Midan.
Colocar las dos manos sobre los ojos indica un secuestro. “Hubo que inventar palabras que no existían en el vocabulario de los sordomudos para que puedan comunicarse e intercambiar información o sentimientos frente al desencadenamiento de la violencia”, explica la ingeniera.
Una vez creados, estos nuevos signos fueron grabados y subidos a páginas de Facebook para que los usuarios puedan comentarlos.
La guerra castiga a toda la población, y en particular a los sordomudos, que la sufren sin poder hablar de ella. Son 20.000 en Siria, según datos oficiales, pero probablemente cinco veces más, según Ali Ekriem, el informático de 35 años que preside Eemaa, un centro de Organización No Gubernamental (ONG) para damnificados de Damasco.
Una muerte silenciosa
Ryad Homos, de 21 años, es uno de ellos. Y, como muchos sirios, su historia es trágica. Huyó de los combates con su familia a bordo de un camión y unos francotiradores emboscados mataron a su madre, a su tío, a su tía, a tres primos, a un hermano y a su hermana pequeña.
“No entendía lo que estaba pasando. Vi a mi madre desplomarse, después cayeron mis primos y hasta que no vi estallar la cabeza de mi hermana no entendí que nos disparaban”, recuerda este chico de sonrisa tímida, que trabaja en una fábrica de cables.
Atormentado por este recuerdo, al que luego se añadió la muerte de otro hermano por la caída de un obús mientras jugaba al fútbol en la calle, Ryad sueña con marcharse al extranjero. “Creo que tendría más oportunidades laborales”.
Los múltiples puestos de control en Damasco son una pesadilla para los sordomudos. “Hay que hacerse comprender con gestos, no es fácil porque lo primero que piensan los que están al mando es que nos burlamos de ellos”, asegura Ali Ekriem.
“Antes la mayoría de los sordomudos evitaba inscribir su minusvalía en el carné de identidad. Ahora lo hacen todos para poder demostrarlo en los retenes”, añade Ekriem.
La hermana de Ali, Bicher, de 32 años, con el pelo tapado por un pañuelo blanco, está traumatizada con esos momentos de incomprensión.
En 2011 acabó bloqueada entre los manifestantes que abucheaban al régimen mientras los servicios de seguridad intentaban dispersarlos. Quiso escaparse por una callejuela, pero nadie podía ayudarla porque era incapaz de comunicarse y la situación empeoraba. La detuvieron y al final logró hacerles entender que era realmente sordomuda.
La crisis religiosa generó el caos
Quedó traumatizada. No se atrevía a salir por miedo a no poder volver. Pero en casa los cristales vibraban y el suelo temblaba por los bombardeos. “Nadie me explicaba qué estaba pasando. Todo el mundo estaba en un estado de nerviosismo terrible”.
En julio de 2012, los rebeldes se apoderaron durante tres días del barrio de Midan, que luego volvió a pasar a manos del Ejército. Los combates fueron muy violentos.
Bicher y su familia se fueron a Líbano durante dos años. A su vuelta a Damasco todo había cambiado: el confesionalismo -imponer una
creencia- echó a perder el club de sordomudos y los cristianos huyeron.
“La guerra lo hizo estallar todo. Los que se fueron al extranjero inventaron un nuevo vocabulario, los que estaban en Alemania acusaban a los que eligieron emigrar a Rusia. Mis amigos cambiaron, se volvieron agresivos”, cuenta Bicher con tristeza. “Pero espero que un día volvamos a vernos, con un lenguaje común”.
La guerra en Siria inició el 15 de marzo de 2011 y ha dejado más de 400.000 muertos y 5 millones desplazados. Actualmente 13,5 millones de personas necesitan asistencia humanitaria para sobrevivir en el destrozado país. (I)
Los grafitis de la desesperanza en una cárcel del EI
“Todas las puertas están cerradas, excepto la Vuestra, oh, Dios”. En las paredes de las celdas de una antigua prisión del grupo Estado Islámico (EI) en Siria, los detenidos garabatearon lemas, dibujos o poemas expresando su esperanza de salir con vida o diciendo adiós.
Jalifa Al Jodr volvió al lugar de su detención en Al Bab, dos semanas después de que este antiguo bastión yihadista del norte de Siria cayera en manos de las fuerzas turcas y de sus aliados rebeldes sirios.
Aunque al principio se muestra seguro de sí mismo, el miedo le va ganando conforme entra en este edificio de tres pisos, que antes de la guerra albergaba el consejo local de la ciudad y un centro de detención provisional.
A paso lento, el joven de 23 años baja por una escalera hacia las sombrías celdas del sótano. Estuvo encarcelado entre junio y diciembre de 2014 tras ser detenido por el EI en posesión de una cámara.
“La mayor parte de los prisioneros pintaba grafitis en las paredes para dejar huellas, para decir que seguían vivos”, explica el hombre, mostrando una pared repleta de nombres, fechas y versos.
La antigua cárcel estaba conectada por un pasillo al tribunal religioso instaurado por la organización yihadista en esta ciudad de la provincia de Alepo.
La cárcel tenía entre 75 y 100 celdas, incluyendo calabozos en los que se hacinaban a veces cientos de detenidos, según Jalifa. (I)