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Siria: lo que no se dice

Siria: lo que no se dice
13 de septiembre de 2013 - 00:00

Nadie duda hoy que la valía del premio Nobel -sobre todo el dedicado a la Paz- es lo suficientemente sesgado como para ser un referente moral genuino. Que Barack Obama sea Nobel de la Paz evidencia que el laurel devino en una fábula del poder y sus variados ritos; la guerra, por ejemplo. Así, ahora Obama parece ser el único que quiere decidir el destino de Siria; pero no es el único…

Y es que si analizamos el premio más allá del personaje, tenemos que Obama es tal por lo que representa. Su país, Estados Unidos, es el “ancla de la seguridad internacional”. Lo ratificó el mismo Obama en su amenazante discurso del martes. Y aunque se llegó a pensar que el contrapeso de potencias emergentes podía hacer trazar un mapa de intereses distintos, hoy advertimos que el viejo orden se reinventa y que ciertos países -que comparten el pastel hegemónico- no están dispuestos a cambiar la geopolítica mundial solo porque la paz es urgente aquí o allá.

Veamos: en Siria hay un conflicto interno muy grave y la crudeza de los enfrentamientos -entre sirios- ha sido apuntalada y financiada desde fuera sin ningún miramiento humanitario. La crisis siria tiene elementos complejos y de largo alcance histórico, político, económico y religioso, que algunos líderes políticos y de opinión quieren resumir a partir del maniqueísmo más tosco. Pero nada hay allí que pueda ser “solucionado” por fuerzas ajenas a la propia responsabilidad de los sirios; y menos cuando esas fuerzas -externas a Siria- son agitadas por la procacidad económica de vecinos y no vecinos.

Sin embargo, la movida de Rusia esta semana podría alterar el plan violento de Obama. Rusia, que tiene en esta aparente coyuntura un rol determinante, quiere preservar su peso específico en la geopolítica global. Y más vale que así sea. ¿Por qué? Porque en Occidente no hay voz que morigere la astucia imperial de EE..UU. cuando calcula –por lo bajo y en concreto- esta (posible) guerra como otra operación económica, en alianza con países como Catar y Arabia Saudita. La pregunta que surge es: ¿para qué? Para frenar la construcción del gasoducto Irán-Irak-Siria, que alimentaría la demanda europea de gas. Siria, entonces, es un anillo estratégico vital en esta circunstancia. Además, en un escenario bélico, por simulada carambola, se golpearía a Irán, el viejo espectro que no deja dormir a EE.UU. O sea: no es posible dejarle el macronegocio del gas a sirios e iraníes, amén de los rusos que hasta ahora dominan el mercado del gas en Europa.

Tampoco hay que olvidar el papel de Catar al apoyar a los rebeldes sirios, pues esto explicaría el real interés de derrocar a Bachar Al Assad: Catar –junto a sus aliados- respalda otros planes para construir un gasoducto tutelado por Occidente y con otra ruta, por supuesto.

Como se ve, negocios son negocios. El ataque químico, que hoy ocupa los golpes de pecho de los ingenuos, parece ser la forja de un subterfugio para satanizar el régimen sirio. Mientras, bajo la mesa se discuten, con realismo, los puntos clave de esta terrible situación: el interés ruso del gas y la presencia iraní en los temas vitales del futuro económico de esa zona, países con los cuales simpatiza Siria. Cosas que Obama y sus socios saben muy bien y que evitarán en pro de sus propios y velados negocios y a costa de la vida de los sirios.

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