Ni el invierno frena la huida de miles de refugiados hacia Europa
Siria es, cerca de 5 años, uno de los más atroces teatros del enfrentamiento militar, con los ciudadanos convertidos en marionetas de las superpotencias que miden sus fuerzas sin mancharse ni desangrarse. El resultado del conflicto es un estado completamente devastado, con más de 200.000 muertos, miles de heridos y 6 millones de refugiados que hoy podrían dibujar un nuevo país en el corazón del mundo.
En Lesbos, una pequeña isla griega del Mar Egeo separada por unas pocas millas de Turquía, miles de ciudadanos expulsados de sus tierras esperan que alguien les otorgue un visado para emprender una nueva vida. Según el último informe del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), 140.000 refugiados llegaron a esta costa en noviembre.
Los muertos contabilizados desde septiembre transforman la estadística en una antológica pieza del horror: más de 300 personas, la mayoría es de niños, perdieron la vida mientras cruzaban el mar azul en barcos desvencijados que se fueron a pique. Uno de ellos fue el pequeño Aylan, ahogado en la orilla de una playa, cuya sobrecogedora imagen sirvió para que 26 países de la Unión Europea (UE) reaccionaran con un patético acuerdo de acogida a 160.000 exiliados -reducido a 98.256 tras la negativa final de Hungría- que aún está por cumplir. “¿A qué esperan?”, se pregunta con soma el presidente del Comité Español de Ayuda al Refugiado en Euskadi (CEAR), Javier Galparsoro. “Han pasado ya 3 meses desde la firma de aquel acuerdo y solo se reubicaron a 184 personas, es decir el 0,18% de los asignados. A España, que inicialmente se comprometió a acoger a 17.680 refugiados que luego disminuyó a 9.323, solo llegaron 12 personas, 11 de nacionalidad eritrea y un sirio”, revela a EL TELÉGRAFO este abogado con extensa experiencia en la defensa jurídica de migrantes.
Si la situación era dramática en agosto, antes del acuerdo de distribución arbitraria firmado por el Consejo Europeo, la decisión de los países balcánicos de impedir el paso de ciudadanos de origen árabe este invierno solo contribuyó a incrementar el drama. Médicos Sin Fronteras (MSF) hace meses desplazó varios equipos en Idomeni, el punto fronterizo entre Grecia y Macedonia. Los sanitarios están casi desbordados. Los psicólogos advirtieron un preocupante aumento en el número de ataques de pánico que sufren los refugiados que allí llegan a pie. “El frío invernal no supone un freno para la llegada de miles de personas. El drama es que todos ellos son parte de un juego político mezquino que termina empujándolos a buscar alternativas más peligrosas para entrar en Europa como la de atravesar el Mediterráneo”, asegura Carlos Ugarte, responsable de relaciones externas de la organización humanitaria.
Toda una crisis humanitaria que ha puesto en evidencia la brecha abierta en la aplicación de los tratados internacionales sobre refugio y asilo que Europa tiene firmados desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. “Este incumplimiento supone condenar a miles de personas al odio implacable y a la violencia más cruda”, reconoce Ugarte.
Y el miedo al yihadismo radical que se esparció por Europa tras el atentado de París solo empeora la situación. Sobre todo si líderes políticos, como el primer ministro francés, Manuel Valls, o el presidente checo, Milos Zeman, intentan apagar el incendio creado vinculando a los refugiados con terroristas del Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés). “Son temores del todo infundados que solo contribuyen a azuzar el fuego de los fundamentalismos que pueden convertir esta Vieja Europa en una Europa Vieja, cada vez más alejada de sus sueños de paz y solidaridad”, afirma el presidente de CEAR.
Uno de los más reputados jueces antiterroristas de Francia, Marc Trevidic, comentaba en France 2 tras la matanza de noviembre en París que el único culpable de esta gigantesca ola de pavor que arrasa hace décadas Oriente Medio y se extiende por Europa “es la ambigüedad de la política mundial que ha dejado crecer un monstruo como el EI que exporta sus capacidades”, defiende. Para este juez que ha estudiado centenares de casos de jóvenes atrapados en el radicalismo islámico, la cuestión ahora no es extremar la seguridad y la vigilancia, sino tratar las causas.
No es extraño que el miedo que campea en muchos países árabes haya roto los diques de contención después de que el petróleo alterara para siempre el equilibrio que las tribus habían logrado mantener por milenios y que la codicia occidental transformó en viveros de exiliados en unos pocos años. “Adoramos a los fundamentalistas religiosos si son liberales en economía. Los saudíes, muy bien, los cataríes, también, porque comercian. Estamos ante una paradoja total. ¿Cuáles son nuestros valores? ¿Apretar la mano de alguien que obliga a ponerse el velo integral a su mujer, bajo el pretexto de que nos venden armas, o de que le compramos petróleo?”, concluye el juez Trevidic con indignación.
Mientras tanto, miles de refugiados aguardan en el límite entre Grecia y Macedonia para traspasar esa frontera de alambre y espino que no se somete a las intensas nevadas ni al frío.
Actualmente, nadie sabe cuántas personas abandonaron las regiones dominadas por el EI. Según el Alto Comisionado para Refugiados de Naciones Unidas, solamente en Siria huyen 8 millones de personas. Otros 4 millones ya escaparon de los países vecinos.
Desde el comienzo de 2015 llegaron 560.000 inmigrantes y refugiados a Grecia por mar, de los más de 700.000 que han entrado a Europa a través del Mediterráneo, según la Oficina Internacional para las Migraciones (OIM). (I)