El primer vicepresidente de Perú, Martín Vizcarra, quien se desempañaba como embajador de su país en Canadá (donde reside) fue llamado a asumir la presidencia tras la renuncia de Pedro Pablo Kuczynski.

En julio de 2016 el recién elegido vicepresidente era una figura emergente en política, poca conocida y sin mayores reparos. En mayo de 2017 era ya un ministro que se iba del Gobierno vapuleado por la misma oposición que ayer lo reclamó como jefe de Estado.

Durante gran parte de su vida Vizcarra se dedicó a la construcción. No obstante, en 2010 asumió el mando de un grupo regional independiente y fue elegido gobernador de Moquegua.

Su gestión como vicepresidente iba bien, hasta que, sin consultarlo, decidió que el Estado ayudaría con dinero a un consorcio argentino-peruano al que se le encomendó construir un nuevo aeropuerto en la ciudad de Cuzco y después admitió que no tenía recursos para cumplir.

La bancada del fujimorismo lo acusó de pretender favorecer a privados, le atribuyó delitos que no se comprobó y recurrió a su supuesta ineptitud para sacarlo del Ministerio vía la censura parlamentaria (destitución por el Legislativo).

Como en exilio de lujo fue enviado a Canadá, cargo desde el que guardó silencio, como lo hizo hace tres meses en el primer intento de moción de Kuczynski.

Para analistas, Vizcarra no enfrentó a la oposición como ministro, por lo que no hay claridad de hacerlo como gobernante. Hay quienes creen que ejercerá el cargo como un virtual rehén de la oposición, liderada por Keiko Fujimori. (I)