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Según el colegio de la frontera norte, el 44% de los indocumentados sufre de agresión física

“Llegamos sin papeles y todo se reduce a volver a empezar” (Galería)

Varios deportados deambulan por las calles de Tijuana y cuando consiguen algo de dinero se quedan en albergues precarios que cobran $ 2 por noche. .Foto: Paula Mónaco/El Telégrafo
Varios deportados deambulan por las calles de Tijuana y cuando consiguen algo de dinero se quedan en albergues precarios que cobran $ 2 por noche. .Foto: Paula Mónaco/El Telégrafo
03 de septiembre de 2014 - 00:00 - Paula Mónaco para El Telégrafo, corresponsal en México

Es uno de esos golpes que atontan, ellos dicen haber perdido el rumbo y solo atinan a correr. En un instante ellos se separan de su pareja, hijos, padres y hermanos; de la familia y de todo lo que conquistaron durante largos años de esfuerzo. Lo único que saben es que tal vez nunca volverán a verlos.

“En unas horas te cambia la vida bien rápido. Ya cuando te encuentras con la realidad estás acá sin oportunidades de nada, no hay nada aquí en este país para que puedas crecer”. Arturo se lamenta en Tijuana, México. Fue deportado desde Estados Unidos, donde vivió por 20 años. Allá quedaron su esposa y sus 2 hijas.

Fue expulsado después de cometer una infracción, una situación que se repite en miles de historias. “No creo que haya sido malo andar en bicicleta sin casco. Me paró una sheriff, me pidió los documentos y no los tenía. Me dijo ¿cómo es que hablas bien el inglés, estás en el colegio y no has arreglado papeles? Porque para eso no ocupo papeles -le dije-, yo soy mejor que cualquier otra persona de tu país. Tenemos la misma inteligencia. Fue cuando se enojó, me sentó en la banqueta y a los 10 minutos llegó la patrulla de migración. De volada, en 2 horas, me llevaron a una oficina, me sacaron las huellas y me pasaron para acá”.

Algo parecido le ocurrió a Felipe de Jesús Rodríguez Castillo. Llevaba 25 años viviendo en los estados de Georgia y Mississippi. Estaba arreglando sus papeles pero faltó a una corte de migración y lo expulsaron. “Tengo un año y no puedo asimilar todavía lo que estoy viviendo aquí”, dice este hombre de gesto triste. No puede poner en palabras lo que siente al estar deportado. Perdió la alegría. Está en un pozo del cual no logra salir.

Del otro lado de la frontera quedaron su hijo de 7 años, su familia y sus pertenencias. Allá era un hombre respetable con 6 oficios (maderas finas, barnizado, decoración de paredes, colocación de papel tapiz, tabla roca y texturas en muros). Aquí vaga por las calles, no tiene trabajo ni documentos.

“Llegamos sin papeles y todo se reduce a volver a empezar. Es difícil porque ahorita no tengo nada de dinero. No tengo trabajo y no me gusta pedir limosna, no tengo ese corazón para pedir limosna, y tampoco me gusta robar”.

Felipe ha pasado noches en las calles y por meses durmió sentado en los pasillos del Hospital General, en esta ciudad. Cuando logra juntar algunos pesos se queda en albergues precarios que cobran cerca de 2 dólares por usar un colchón entre las 6 de la tarde y las 7 de la mañana, en cuartos superpoblados.

Historias como las de Arturo y Felipe se cuentan por miles en Tijuana, una ciudad rebasada por las deportaciones, es la urbe mexicana que recibe mayor cantidad de personas expulsadas desde Estados Unidos. Se estima que así, cada día llegan 240 hombres y mujeres.

Siete de cada diez, son mexicanos. Los demás, muchos de ellos centroamericanos, mienten a las autoridades en ambos lados de la frontera. Así evitan que los envíen a su tierra natal, de donde huyeron para seguir con vida.

Entre los deportados, algunos cuentan con dinero para buscar a familiares, pero muchos llegan indefensos. No tienen dólares ni contactos porque después de una vida en el norte perdieron todo vínculo con este país.

Los recibe el Instituto Nacional de Migración de México. Les da un comprobante de la deportación, facilidades para alguna llamada telefónica y transporte a refugios de organizaciones no gubernamentales, como Casa del Migrante y Madre Assunta, financiadas por religiosos. Allí pueden quedarse por un máximo de 2 semanas. Después de esos 14 días, no tendrán nada.

De ninguna parte

Los deportados fueron indocumentados en Estados Unidos y ahora lo son también en su ‘propio’ país. Como han pasado gran parte de su vida al otro lado, no cuentan con credencial de elector, la identificación reglamentaria en México.

Solicitarla es un trámite complejo para muchos de ellos, porque necesitan tener un acta de nacimiento, algo que solo podrán obtener a través de contactos en su lugar de origen o bien pagando cerca de 15 dólares en caso de que exista en Tijuana una representación de su estado natal.

Por falta de dinero, información e incluso debido al shock emocional que sufren, pasan los días sin realizar los trámites. Y así se cierra un círculo cada vez más difícil de sortear: sin la credencial no se puede conseguir trabajo y se transforman en víctimas de abusos. Arturo relata que “sin una identificación la policía te quita el dinero, te quitan tus pertenencias, violan tus derechos. Aquí la placa te quita todo”.

Lo confirman estudios del Colegio de la Frontera Norte (CFN), la institución académica más prestigiosa de la región. La doctora Laura Velasco ha comprobado que en una zona específica de la ciudad, el 93,5% de los deportados ha sido detenido alguna vez por la policía municipal. De ellos el 44% sufrió agresión física y el 32% robo de pertenencias o destrucción de documentos.

Sin papeles ni esperanzas, quedan atrapados en Tijuana. Se estima que hay cerca de 4.000 personas en esta situación, una población flotante de hombres y mujeres que malviven en refugios, albergues y en el peor de los casos en ‘el bordo’.

‘El bordo’

Es el cauce del río Tijuana que en esta zona divide a México y Estados Unidos. De un lado está el primer mundo, del otro la difícil realidad de un país donde pobreza, violencia y desempleo aumentan día con día.

En medio, entre laderas de concreto y un cauce contaminado, unas 1.000 personas duermen en alcantarillas, pequeñas casitas de cartón y ‘ñongos’, cuevas hechas en la tierra. La miseria es absoluta. “Viven un suicidio lento. Ahí están, víctimas de la desolación, en un barranco”, dice Hugo Castro, activista de la coalición Border Angels.

Hay personas que viven en ‘el bordo’ desde hace 5 o 10 años, pero la población también se incrementa día con día. El 42% tiene menos de un año de habitar el canal y el 52% de ellos habla inglés (CFN).

Fueron deportados y no lograron reaccionar al golpe. Muchos de ellos han caído en adicciones. Consumen, sobre todo, alcohol y un derivado de la heroína que cuesta alrededor de $1,50 por dosis; una inyección que les permite escapar de su realidad de miseria y olvido. “Todo aquel de mente débil que llega aquí se pierde en las drogas”, según Felipe.

Mary Galván es trabajadora social del refugio Madre Assunta desde hace 20 años. Reclama que “por parte del gobierno no hay ninguna política, por el contrario. Señalan a los migrantes por una ola de delincuencia en la ciudad y no es cierto. Los migrantes no son los que están asaltando, no están vendiendo drogas, aunque a lo mejor muchos de ellos son consumidores. Son consecuencia de la migración, pero ya pasaron a ser indigentes. Estas personas quedaron en ‘el bordo’, cayeron en adicciones porque no tuvieron la oportunidad de un trabajo digno. Llegaron deportados sin documentos y así ¿quién les da empleo? El gobierno no se fijó cómo manipular esto”.

Hugo Castro se indigna. “Los que una vez fueron vistos como héroes por sus remesas que enviaban, que eran vistos como grandes triunfadores, el paisano que estaba triunfando en Estados Unidos, después de deportado es visto como criminal. Es muy dura la situación. Es una crisis humanitaria”.

En Tijuana todos conocen la situación y las reacciones son disímiles. Por un lado hay una red ciudadana de ayuda que les garantiza alimentos con desayunos en el comedor ‘Padre Chava’, almuerzos de organizaciones cristianas en ‘el bordo’ y cenas en el Hospital General.

Pero al mismo tiempo hay indiferencia y agresiones. “Hay gente buena y otros que te atropellan, que te dicen sácate a la chingada” (Arturo).

Aquí los deportados buscan ser invisibles. Durante el día lavan carros y cargan bultos en el mercado. Por la noche recorren las calles en busca de basura. Así ganan unos pocos pesos, sobreviven.

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