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Las lecciones para un posible tsunami político en América Latina

Las lecciones para un posible tsunami político en América Latina
02 de noviembre de 2015 - 00:00

Las lecciones llegadas de Argentina sirven como alerta para un posible tsunami en las costas Atlántica y Pacífica de América Latina. La ola que podría formarse en contra de los gobiernos progresistas en el continente puede ser devastadora. Debemos, urgentemente, activar la alarma de que lo que tiene cara de un pequeño sismo se transformó en un peligro inminente. La metodología, los instrumentos, la experiencia de los científicos y estrategas están subdimensionando lo que está por venir. Después, cuando el resultado se concrete, la tierra arrasada podrá ser analizada en un documental de esos canales como Discovery Channel que narran todas las señales que nadie quiso considerar.

Las encuestas daban una aplastante victoria en primera vuelta del candidato presidencial kirchnerista Daniel Scioli, contra la ultraderecha argentina. Veinticuatro horas después de los primeros resultados, el progresismo argentino aún no sabe qué pasó. La realidad es que matemáticamente es casi imposible que el progresismo gane las elecciones. No dudo sobre la existencia de milagros como el de la película Lo Imposible que cuenta la historia de una familia sobreviviente al tsunami en Tailandia. Milagros suceden. Pero la realidad es terrible.

La lección anticipada que debemos aceptar en caso de una derrota del progresismo en Argentina, es que no se puede parametrizar la supervivencia de un proceso político, en una coyuntura tan agresiva, simplemente con encuestas. La posible buena evaluación de un gobierno, de un mandante, o la comprensión de la dimensión de los logros alcanzados no son suficientes para dar continuidad a las revoluciones en cada país. Los procesos comunicacionales son apenas componentes, herramientas, un mecanismo del día a día. No se puede solucionar problemas políticos con comunicación, y el progresismo latinoamericano ha sustentado en demasía su andar en ella. Para los revolucionarios de oficina, esto es más fácil, inmediato, indoloro.

No es necesario mirarse al espejo y aceptar que hay mucho por hacer. El examen de mea culpa político de los movimientos progresistas, es cada vez más dejado de lado, olvidando que la autocrítica es indispensable para cualquier revolución. Hay que corregir urgentemente.

El exceso de confianza en los líderes históricos de cada uno de los procesos, le ha quitado, peligrosamente, la necesidad indispensable de debatir la política internamente, para después replantear con el resto de la sociedad el norte ideológico por el cual los de a pié se fajarían los espacios en las calles. Es necesario reconquistar cada esquina, diariamente. Pero el hecho de ser un gobierno exitoso y duradero lo acostumbró a defender espacios en la burocracia. Los movimientos han decidido defender el ser gobierno. Eso es el epicentro de un desastre de estas proporciones.

La mayoría de los ministros y mandos medios de los gobiernos progresistas y que se autoproclaman de izquierda, nacieron políticamente en una mesa de oficina con aire acondicionado, escoltas, carro blindado y viajes de primera clase. Peligrosamente, son ellos los responsables por un diálogo con la nueva clase media, resultante de políticas progresistas de inclusión al mercado de consumo, sin que un proceso educacional y de formación política haya tocado el corazón de ninguno. Tanto el burócrata como el ciudadano no entienden su rol en esta nueva sociedad. Uno, cree que el mundo dará continuidad a los procesos revolucionarios por medio de la buena voluntad de sus correos electrónicos. Al otro, le vale un pepino el proceso por el cual se lo sacó de la pobreza.

No basta hacer una campaña, contratar consultores internacionales, hacer encuestas y generar tendencias en redes. El ejercicio político se hace dentro y fuera de las esferas partidarias. La autoconfianza generada a partir de los Power Points con estudios de opinión no pueden ser el norte de la gestión pública.

El constante ataque de las empresas de comunicación ha forzado a los gobiernos progresistas a no mostrar brechas o falencias. Pese a esa táctica de la negación, la ciudadanía siente las fallas de los procesos revolucionarios en el día a día, principalmente en la mala atención en los servicios públicos, creando una asimetría entre lo que comunica el gobierno y lo que vive el ciudadano. No pisemos esa trampa. Es indispensable retomar las críticas a nuestros propios errores, sin miedo a parecer débiles. No podemos negar un tsunami. Lo que podemos hacer es mantenernos en alerta, en constante evaluación para sobrevivirlo. (O)

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