Este tipo de acciones demostraba la supremacía del invasor y debilitaba el tejido social de un país en guerra
Las agresiones sexuales, un arma de guerra y de “limpieza étnica”
Torturar, dominar, someter, maltratar, embarazar, electrocutar los órganos genitales, violar en público y en grupo, introducir ratas en el cuerpo, quemar, poseer el cuerpo como un territorio de batalla. Es lo atroz en tiempos de conflicto.
La violación es utilizada como un arma masiva para debilitar e imponerse al grupo “enemigo”, esto es parte de una estrategia política de violencia. En todas las guerras, en distintas regiones del mundo, se registran estas violaciones. Resulta difícil establecer cifras por el tabú que existe.
Han ocurrido en guerras entre Estados, en guerras civiles o en períodos de dictadura. En América Latina en las dictaduras de Jorge Videla (1976-1983) en Argentina, con Augusto Pinochet (1973-1990) en Chile, en Salvador (1979-1992) y Uruguay (1973-1985).
La mayoría de las víctimas es de mujeres, pero también hubo hombres abusados. El contexto de desorden social e institucional en un territorio en guerra es un marco peculiar por este tipo de ignominia, pues las normas se vuelven confusas y la justicia es débil. Muchas violaciones se realizan en grupo. Fomentan la imagen de la identidad masculina, refuerza el vínculo entre ellos, lo que permite al soldado no sentirse responsable del hecho.
Un crimen reconocido
Reconocer este tipo de violaciones fue un proceso. Por ejemplo, los tribunales de Nuremberg (Alemania) en 1945 y de Tokio (Japón) en 1946 no evocaron este crimen. El reconocimiento como “crimen de guerra” y “crimen de lesa humanidad” surgió en el Tribunal Penal Internacional para sancionar los excesos cometidos en la antigua Yugoslavia en la década del 90. En 2000, una resolución de las Naciones Unidas tipificó la violación como arma por utilizarla de manera “generalizada y sistemática en contra de la población” (Resolución 1325).
En 2008, la Resolución 1820 de las Naciones Unidas exige que se ponga fin a todos los actos brutales de uso de la violencia sexual contra las mujeres y las niñas como táctica de guerra y a la impunidad de los perpetradores. En 2010, se creó una representación en la Secretaría General de las Naciones Unidas para investigar los casos de violaciones sexuales en tiempo de guerra.
Esta decisión fue primordial para juzgar la violación como crimen de guerra y no como una consecuencia habitual del conflicto.
Las razones
La violación masiva de mujeres obedecería a su concepción reducida del género femenino. Los agresores poseen sus cuerpos porque las ven como seres inferiores, como objetos de goce. Por ejemplo, en Colombia los jefes de grupos rebeldes podían disponer, según su voluntad, de las chicas radicadas en los pueblos por donde pasaban. El Gobierno colombiano estima que más de 4.600 mujeres fueron abusadas.
La violación en tiempo de guerra es mostrar su supremacía. Permite humillar al vencido y provocar al enemigo. Para el Estado Islámico, la violación puede ser un castigo cuando las mujeres salen con falda demasiada corta, cuando tienen el velo mal puesto, cuando protestan… Violar a los habitantes de un territorio es la materialización de una victoria. Las agresiones a mujeres francesas por soldados estadounidenses (1944-1945), según unos, era la evidencia de la supremacía de EE.UU. sobre la Francia vencida.
Esta idea de la materialización de la invasión se vio en la Segunda Guerra Mundial: cuando el Ejército alemán invadió la URSS en 1941, violaron a muchas mujeres. Para vengarse la armada soviética, durante la ofensiva de Berlín, también violó a las alemanas. La posesión de los cuerpos simboliza la del territorio. Violar masivamente a las mujeres tampoco es un botín de guerra, pero es una expresión de poder porque crea un ambiente de miedo, se somete a las poblaciones, es una estrategia.
Esta forma de superioridad se ve en las cárceles de las dictaduras. Esta represión política y destrucción psicológica hoy se observa en Siria (lo dice Annick Cojean en su artículo de investigación en el periódico francés Le Monde). Violar puede servir como medio de presión para obtener confesiones. En Siria --como en otras guerras- se viola a la hija, a la esposa o a la hermana de quien es interrogado. En esos interrogatorios también hay hombres ultrajados.
Este tipo de dominación también puede ser por racismo como en Guatemala, ya que durante la guerra civil (1960-1996) las mujeres indígenas fueron las principales víctimas. Esta “arma” también se usó como herramienta de “limpieza étnica”, aquí el esperma hace el efecto de un veneno. Este fue el caso de Pakistán que en la década del 70 fue testigo de violaciones de musulmanes en contra de hindúes o en Bosnia en el 90 que sufrió violaciones de serbios en contra de los musulmanes.
Esto motivó varias distorsiones como en el caso de Japón durante la Segunda Guerra Mundial cuando se creía que los “combatientes” tenían derecho al acto sexual como una especie de recompensa y dio lugar a las llamadas “mujeres de confort”, que en realidad eran víctimas de esclavitud sexual.
Las consecuencias sociales
Las violaciones de guerra atacan el tejido social: este trauma que estropea la unidad familiar. Al violar los enemigos quieren demostrar que el marido no está en capacidad de proteger a su propia familia. Violar en sociedades patriarcales, donde la virginidad es obligatoria hasta el matrimonio, donde engañar a su pareja es una infracción, provoca el deterioro de los códigos comunitarios que terminan por rechazar a las mujeres violadas y empeora la situación del género.
Las consecuencias individuales de las víctimas son generalmente el silencio, la vergüenza y la exclusión. Al ser rechazadas por parte de la sociedad se sienten culpables, están estigmatizadas y deshonradas.
Resulta difícil condenar a los autores por la falta de pruebas y las dificultades para identificar a los verdugos, quienes a veces son protegidos por sus propios Estados. Eso no ayuda para la reparación de las víctimas, más aún a quienes quedaron con heridas graves en el aparato genital y reproductor. En la República Democrática del Congo, la crueldad era increíble: tiros de balas y cuchillos en la vagina. Esas mujeres tienen dificultades psicológicas, no pueden olvidar la barbarie.
Otra consecuencia dolorosa de la mujer y la sociedad son los hijos nacidos de las violaciones. Son la materialización del horror y símbolo de la derrota. Son discriminados por la sociedad. Después de la guerra civil en Liberia (1967-70) los llamaban “okwuœimose”, es decir, el rostro feo de la guerra. Las madres son aún más aisladas y sus hijos les recuerdan el horror de su violación, en medio de una relación forjada entre el odio y el amor.
Solucionar el problema
A más de la ayuda psicológica, estas mujeres quieren ser reconocidas como víctimas (rehabilitación) y exigen sancionar a los autores (justicia). Por ejemplo, al fin de la Guerra de Liberación de Bangladés, la cohesión social y nacional permitió el reconocimiento de la violencia sufrida por estas mujeres. Fueron presentadas como heroínas de guerra. En Perú hubo muchas violaciones en el período de guerrilla (1980-2000). La Comisión de la Verdad y Reconciliación lo reconoció en su informe final, principalmente en la parte “Violencia sexual contra de la mujer” y la parte “Violencia contra los niños y niñas”.
Un famoso médico congoleño, Denis Mukwege, fundó un hospital de reparación ginecológica después de esa ola de violaciones. “Tenemos que llegar a un punto en que la víctima reciba el apoyo de la comunidad y el violador sea estigmatizado, excluido y castigado por la comunidad”, sostuvo en la página web especial de las NN.UU. (I)