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La guerra contra el carbón, el nuevo desafío de la humanidad en el siglo XXI

La guerra contra el carbón, el nuevo desafío de la humanidad en el siglo XXI
14 de junio de 2015 - 00:00

La semana pasada, la ONG Oxfam, una confederación internacional formada por 17 organizaciones no gubernamentales que realizan labores humanitarias en 90 países, informó que la ‘adicción’ de los países del G-7 (Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y Reino Unido) al carbón podría costar al mundo $ 450.000 millones  anuales antes de 2100 y agravar el hambre en el planeta a causa de las consecuencias del cambio climático. Por eso solicitó a las naciones más industrializadas a fijar públicamente sus planes para abandonar el carbón debido al perjuicio para el medio ambiente que supone su uso al producir electricidad.

El carbón es una energía fósil, que se formó durante el período Carbonífero (hace 359 a 299 millones de años) y es un recurso no renovable, altamente contaminante. La razón por la que estos países la usan  es porque en ellos existen miles de minas de este combustible.

En Ecuador, la central termoeléctrica Guangopolo II de Quito sustituyó en 2012 la tecnología con más de 35 años de antigüedad por una de punta, mucho más eficiente y que cumple con la normativa nacional e internacional en emisiones al ambiente o emisiones de CO2 (dióxido de carbono).

Según el máster en gestión avanzada de proyectos, Fidel Chuchuca, este es un ejemplo de cómo el país vio la forma de cumplir con las necesidades básicas de energía  y respetar el ambiente.

“Pero los otros países son dueños de miles de minas de carbón. A ellos les conviene que se utilice la energía fósil porque poseen estas fuentes de energía. Así manejan el precio del petróleo, carbón y dominan al mercado de los países pobres”.

Oxfam, en su informe titulado ‘¡Que coman ellos carbón!’, recoge una serie de estimaciones sobre los efectos económicos que supondría mantener el ritmo actual de consumo de carbón y llama a los gobiernos a la acción. Además, sentencia que, si no se hace nada, el cambio climático costará al año unos $ 450.000 millones para finales de siglo. Para 2080 se perderán 7 millones de toneladas de cultivos anualmente por el mal tiempo con respecto a 1980.

Este alarmante informe obligó a que el G-7 presentara el miércoles ambiciosos objetivos, aunque sin concretar las consiguientes aportaciones financieras, y a respaldar la meta fijada por Naciones Unidas para reducir las emisiones entre el 40% y el 70% para 2050.

En estas naciones sí hay energías limpias, pero les conviene económicamente más consumir las fósiles. “El hidrógeno, la energía hidroeléctrica, la eólica y hasta la nuclear son mucho mejores, sin embargo, no han querido utilizarlas, por beneficio lucrativo”, lamenta Chuchuca.

Pero arriesgar el medio ambiente no es un panorama del que Ecuador esté ajeno, aunque no tenga minas de carbón, ya que los derivados del petróleo -el diésel y el búnker- fueron una fuente de ingreso en el país.

“Antes solo teníamos diésel. Las petroleras se autovendían el recurso en un valor muy alto y ellas mismas generaban la electricidad con sus máquinas, es decir, cobraban el doble. Es una pena admitirlo, pero así se manejan los grupos de poder. En esos años, los gobiernos no tenían iniciativa por hacer hidroeléctricas porque ellos también llevaban su ‘tajada’”, especifica.

El coordinador del programa de cambio climático de la Espol, Jorge Luis Santos, dice que existen medidas para controlar y reducir la emisión de gases, como cambiar los carros de gasolina por los eléctricos, además de desarrollar la tecnología para usar  agua como combustible, reutilizar los recursos fósiles y evitar los desperdicios.

“En Ecuador, gracias a la alta radiación solar de todo el año podríamos crear energías alternativas, pero necesitamos más investigaciones que aporten con efecto fotoeléctrico (producción de energía eléctrica por radiación solar)”, indica el doctor.

Por lo pronto se aproxima un evento clave: la reunión de Naciones Unidas (COP21) en París para finales de año, que debería acordar un tratado internacional vinculante que obligue a los países a reducir los gases contaminantes.

La Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (Celac) acordó esta semana con la Unión Europea (UE) coordinar posturas de cara a esta cumbre.

De hecho, es en el Viejo Continente donde más avances se han realizado porque de manera unilateral se han determinado importantes metas de reducción.

La última noticia vino de Noruega, cuyo fondo de inversión nacional (el más grande del mundo), ya no invertirá en carbón. Es una tendencia que paulatinamente se va incorporando en las grandes empresas e inversionistas. (I)

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