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La elección de la Alcaldía de Lima anticipa la disputa política por la presidencia en Perú

Como alcalde de Lima, Susana Villarán enfrentó una oposición  fuerte. Foto: Archivo / El Telégrafo
Como alcalde de Lima, Susana Villarán enfrentó una oposición fuerte. Foto: Archivo / El Telégrafo
22 de diciembre de 2014 - 00:00

En enero próximo, Luis Castañeda Lossio asumirá las funciones como alcalde de Lima, convirtiéndose en el único político en ocupar el sillón de mando de esta municipalidad por tres ocasiones seguidas.

Su sonrisa hablará entonces más que mil palabras. Eso, en una figura como la suya, que en el imaginario popular es vista como la de un hombre carente de carisma y palabra, será literal. Lo será también el ansia por verlo en acción. En la más reciente campaña que terminó por proclamarlo ganador su eslogan fue “Las obras vuelven”, frase que encerraba el descontento generalizado de un 78% de limeños que aseguraba -y lo siguen haciendo- que la actual administración municipal, capitaneada por Susana Villarán, no aporta al desarrollo de la ciudad.

Villarán, una política identificada con las causas de mujeres y niños, tuvo durante los últimos cuatro años el encargo popular en sus manos. El discurso con el que supo enfrentar tal responsabilidad procuró distinguir dos elementos escasos en el gran mapa político del Perú: honestidad y eficiencia.

Para ello fue necesario llevar adelante una reestructuración del Cabildo, modificar gerencias y subgerencias, transparentar contratos y enfrentar los grandes problemas que convierten a esta ciudad en una de las más caóticas y violentas de este lado del continente. Su decisión de llevar adelante el reordenamiento del tránsito en la urbe fue la más vistosa de todas las iniciativas. Pero fue, además, la que le valió el descrédito agudo en distintos sectores sociales en los que el transporte es vital para la supervivencia.

Un ambicioso plan que buscaba modernizar las flotas de transporte sacando de circulación las “combis”, pequeños autos donde la gente se transporta amontonada, fue de la mano con la regularización de tarifas y derechos de conductores y cobradores de transporte, así como con la implementación de una serie de corredores viales para descongestionar el tráfico. Esta iniciativa, que golpeó el bolsillo de empresas enquistadas en el caos, le valió un proceso de revocatoria del mandato, apenas cumplidos dos años de su gestión, del cual pudo salir airosa casi de milagro.

En adelante, Villarán vivió lo que se puede entender como una lucha perdida. Ser mujer en un contexto político dominado por el machismo, es solo uno de los argumentos que pueden explicar la misma. Acusaciones de “vaga” e “incapaz” la han perseguido como calificativos rencorosos durante su gestión. A esto se suma la identificación con la izquierda, debido a una serie de políticas sociales puestas en acción, lo que le ha valido ingresar en el arquetipo de estigma con que, en este país, se recuerda a esa tendencia política.  Pero por sobre todas las cosas, la de Villarán será recordada por tener una administración que pretendió devolverle cierto orden institucional al funcionamiento de la urbe, reactivando las responsabilidades municipales, y agilitando trámites burocráticos. Eso precisamente no calzó en el contexto de un país en el que más del 80% de personas aseguran que es mejor el político que roba, pero hace obras. No calzó tampoco en el funcionamiento de un Estado acostumbrado a la ineficiencia y permeado por una corrupción crónica, capaz de ser manejado, como señala el pensador Julio Cotler, por políticas transnacionales a las que la institucionalidad local les parece un obstáculo.

Por eso, quizá, uno de los aportes amplios de la administración Villarán, asentado en la activación de una serie de procesos culturales que tienen a la diversidad como forma de inclusión social, pasó desapercibido, no pesó como una opción de alcanzar el desarrollo. La ganancia de Castañeda no hace más que ilustrar esta realidad y anticipar una reyerta política para 2015, año de campaña presidencial, de amplias magnitudes. No en vano, el fujimorismo, esa tendencia política que terminó con su líder renunciando por fax desde Japón, tiene ahora la mayor tendencia de apoyo popular para llegar a ocupar, una vez más, la presidencia de Perú.

(Víctor Vimos Vimos/ Corresponsal en Lima)

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