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Punto de vista
Gasto militar y crisis humanitaria: una contradicción inexplicable
En días pasados, Ecuador fue invitado a participar en la Conferencia de la ‘Campaña global sobre gasto militar’ en Ginebra, que este año reflexionó sobre la actual crisis humanitaria causada por los conflictos armados, pero también por desastres y fenómenos como el cambio climático. El desequilibrio entre el impresionante presupuesto de la industria de la guerra y el creciente déficit para atender a las personas que requieren ser protegidas debe llevarnos a una reflexión profunda. Según el Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (Sipri), el gasto militar mundial en 2015 fue de 1 trillón 700 mil millones de dólares, lo que equivale al 2,3 por ciento del Producto Interno Bruto del planeta. En conjunto, los 15 países que tienen el mayor gasto militar representan más de cuatro quintas partes de todos los gastos militares.
El mundo hoy en día gasta alrededor de 25 mil millones de dólares para proveer asistencia humanitaria para salvar la vida de 125 millones de personas devastadas por las guerras y los desastres naturales. Si bien esta cantidad es doce veces mayor que hace 15 años, nunca antes la ayuda humanitaria ha sido tan insuficiente. Efectivamente, la gran cantidad de conflictos y desastres nos ha llevado a un rápido crecimiento del número de personas en necesidad de protección. Por esta razón, el déficit de financiación para ayuda humanitaria es de al menos 15 mil millones de dólares. Estamos hablando de una suma irrisoria si la comparamos con el gasto militar global y con un mundo que produce 78 trillones de dólares de PIB anual. Cerrar la brecha de financiamiento humanitario significaría que nadie tenga que morir o vivir en condiciones no dignas por falta de recursos. Es decir que se trata de un imperativo ético.
En un contexto tan desolador, nuestra región ha dado muestras de estar a la vanguardia en la construcción de sociedades pacíficas y democráticas. En su declaración presidencial en La Habana, Cuba y Belén, Costa Rica, en 2014 y 2015, respectivamente, los 33 países de la Celac declararon a América Latina y el Caribe como una región de paz, libre de guerras y de armas nucleares. De igual modo, los 12 países de Unasur han realizado una similar declaración y han creado el Consejo Suramericano de Defensa y el Centro de Estudios Estratégicos de Defensa, entre cuyas funciones se encuentra establecer un índice transparente y fiable de los gastos militares de la región.
Es claro que, además de la obligación moral y humanitaria de atender a los millones de seres humanos afectados por los conflictos, está la urgencia de abordar las causas estructurales que generan las crisis humanitarias. Es inaceptable que se utilice a la industria de la guerra como un factor de dinamización de las economías, como señalan varios países, y que se considere a las armas como una mercancía como cualquier otra que se justifica, por ejemplo, por la generación de empleo o el desarrollo de la ciencia y la tecnología. Esto es un despropósito. Asimismo, como ha planteado Unasur, debemos trabajar en nuevas concepciones de la defensa y de la seguridad nacional basadas en la paz, y en una nueva doctrina que se adapte a los tiempos que vivimos. Si no hacemos la guerra, si no agredimos o invadimos otros países, entonces no necesitamos recursos para la ayuda humanitaria. Tan fácil como eso. La gigantesca brecha entre gasto militar y ayuda humanitaria es una contradicción inexplicable, un sinsentido, una razón más para seguir luchando por un mundo más sensato y más humano. (O)