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Ecuador, 28 de Diciembre de 2024
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Fractura civil en Egipto

“No tenemos miedo. Ya nos enfrentamos a (Hosni) Mubarak. Seguiremos en la calle. Estos no son nuestros sueños. No luchamos por esto”, dijo  Abderraman Mohammed, profesor de inglés, quien se mantenía  firme en el cruce entre las calles Al Khalif Al Marmuna y Margani, en el barrio de Heliópolis de El Cairo, a menos de cien metros del palacio presidencial.

Desde el miércoles este ha sido el escenario de enfrentamientos entre opositores al jefe de Estado, Mohammed Mursi, y miembros de los Hermanos Musulmanes, apoyados por grupos salafistas. Los primeros acusan de “autoritarismo” al presidente, mientras que los segundos afirman que las manifestaciones están dirigidas por personas vinculadas al antiguo régimen que tratan de impedir avances en el proceso de cambio que registra el país desde hace más de un año. Los disturbios del miércoles dejaron un saldo de seis personas muertas y al menos  450  heridas, según el ministro de Salud egipcio.

Ante el incremento de la fractura social, la Guardia Nacional sacó los tanques a la calle el jueves y prohibió todo tipo de manifestación junto a la sede gubernamental. Sin embargo, tanto partidarios como detractores de Mursi han realizado llamamientos  a mantener  tomadas las calles. El debate entre “islamistas” y “laicos” esconde luchas de poder entre diferentes concepciones del Estado que están situando a Egipto a un paso de la confrontación civil.

“El país es de todos los ciudadanos. Ellos aseguran que su programa es islámico. No es cierto. Solo miran por los intereses de la Hermandad”, insiste el maestro Mohammed, que presume de haber participado en las marchas contra Mubarak y contra la Junta Militar que le sucedió. Desde el martes - jornada de protestas convocada por la Junta Nacional de Salvación, que aglutina a liberales, progresistas y minorías religiosas como los coptos (cristianos)- cientos de personas rodeaban el palacio presidencial. Se trasladaron allí desde la plaza Tahrir, el gran epicentro de la revolución egipcia y donde todavía permanecen instaladas diversas tiendas de campaña.

Su principal consigna, “el pueblo quiere que caiga el régimen”, está heredada de la revolución iniciada el 25 de enero de 2011. Cuestionan el decreto aprobado por Mursi hace dos semanas y que le sitúa por encima del poder judicial. Además, pretenden parar el referéndum constitucional que está previsto para el próximo 15 de diciembre. El texto ha sido elaborado por una asamblea mayoritariamente islamista, por lo que se sienten marginados. Por eso, mantienen las protestas cuyo punto álgido tuvo lugar el viernes, bautizado como la jornada del “último aviso”.

Paradójicamente, el rechazo a las últimas decisiones de Mursi ha provocado extrañas alianzas. Ahora, progresistas que lucharon contra el régimen de Mubarak desde el primer día y antiguos seguidores del dictador convergen contra los islamistas. El símbolo de esta alianza es la comparecencia conjunta de Mohammed El Baradei, opositor que retiró su candidatura en las presidenciales y Amr Musa, a quien todos los analistas consideraban el aspirante vinculado a la Junta Militar. Ahora, sin embargo, se han aliado. “Es momento de permanecer unidos, no de hacer pagar las cuentas del pasado. Es cierto que no me gusta estar con ellos, pero compartimos objetivos”, afirmaba Mahmud Handi, estudiante en la universidad Al Azzad. No todos comparten esta línea.

Frente a ellos, los Hermanos Musulmanes que no están dispuestos a ceder la iniciativa. “El decreto es solo hasta que se apruebe la Constitución. Luego será retirado”, rebate Malak Munir, seguidor de Mursi que había pasado toda la noche custodiando el palacio presidencial. En su opinión, “esta no es una lucha con la oposición, sino frente a los restos del antiguo régimen”. Claro, que en sus filas también se escucha a muchos que consideran que esto es una pugna para defender al Islam y que acusan a los congregados en Tahrir de “beber, tomar drogas y estar contra la religión”.

Tras la marcha opositora del martes, los fieles islámicos contraatacaron. Una manifestación, mucho más multitudinaria que la de los detractores de Mursi, desmanteló el miércoles por la tarde el campamento que estos habían instalado, provocando los primeros incidentes. A partir de las 16:00, las inmediaciones del palacio presidencial se prepararon para la batalla que comenzó dos horas después. Ambos grupos, apenas separados por una veintena de metros, se lanzaron piedras, bengalas y cócteles molotov. Por el lado opositor eran mayoritarios los artefactos incendiarios.

Desde el flanco de los Hermanos Musulmanes se escucharon algunos disparos. A altas horas de la noche los enfrentamientos se extendían por varias calles adyacentes. Aunque la barricada principal se mantenía en la calle de acceso al palacio de Ittahadia, donde los defensores del presidente habían instalado una enorme valla construida mediante chapas metálicas.

Tanto detractores como fieles a Mursi se acusan mutuamente de haber usado armas de fuego. “Si fuimos nosotros será porque alguien pudo arrebararles sus armas”, afirmaba  Mohammed Belboula, miembro de los Hermanos Musulmanes. Lo más probable es que tanto unos como otros empleasen algún tipo de arma artesanal. Mientras que ambos se responsabilizan, el blogger progresista Tarek Shalaby señalaba: “era fácil evitar los enfrentamientos. Bastaba con que no nos hubiesen atacado”.

Egipto se encuentra ahora ante una fase decisiva. El próximo día 15 está previsto el referéndum constitucional, pero su realización hasta  el viernes era incierta luego de que  el presidente Mursi se mostró dispuesto a aplazarlo para abrir el diálogo con sectores de la oposición. Mientras tanto,  el debate entre “islamistas” y “laicos” ha desviado la atención sobre cuestiones como el programa económico de los Hermanos Musulmanes, de tendencia neoliberal y con créditos al Fondo Monetario Internacional, así como la depuración de responsabilidades por los crímenes cometidos por el antiguo régimen. La polarización deja un futuro incierto. Algunos asesores de Mursi, como los independientes Seif Abdel Fatá, Ayman el Sayyad y Amr al Leithy han dimitido y exigen parar el referéndum. Entre llamamientos a la calma, los rencores se incrementan. Usama Shaime, joven opositor, resumía la situación de esta manera: “Alguien tiene que ganar. Puede durar un día, cinco o un mes, pero nosotros seguiremos aquí”.

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