Unidos Podemos no es capaz de explicar sus malos resultados
El PP acelera la investidura de Rajoy como presidente de España
Mariano Rajoy sería investido presidente del Gobierno de España a finales de julio o principios de agosto. Pocos cuestionan que así será pese a que el Partido Popular (PP) deberá rastrear el Congreso de los diputados en busca de los 39 votos que le faltan para sumar los 176 que necesita.
La tarea parece complicada, sobre todo tras los pobres 32 representantes obtenidos por Ciudadanos, su potencial aliado, y la negativa expresada por el resto de formaciones políticas de entregar las llaves de la Moncloa al líder derechista de forma generosa.
Este ha sido el desencadenante del vertiginoso movimiento de aproximación al Partido Socialista Obrero Español (PSOE) que ayer iniciaron los populares para garantizarse un resultado beneficioso. Pero la primera embestida chocó contra un muro de indiferencia.
El propio secretario general de los socialistas, Pedro Sánchez, se encargó de rechazarla con el anuncio de que ninguno de sus 85 nuevos diputados “apoyará ni se abstendrá en la investidura de Mariano Rajoy. Si quiere hablar, que lo haga con sus afines ideológicos”. Hay quien ayer adelantaba una propuesta del PP difícil de rechazar por los socialistas: facilitar la investidura de Rajoy mediante la fórmula que sea a cambio de batirse una vez en las urnas a finales de 2018. Nadie confirmó la veracidad de esta oferta. Pero tampoco fue desmentida.
El PP acaparó más votos pese a las denuncias de corrupción
Mientras que, analistas de toda condición y prestigio se hacían ayer la misma pregunta: “¿Cómo un partido acorralado por las conspiraciones como el PP pudo no solo ganar los comicios sino ampliar la ventaja lograda seis meses antes?”. Nadie hasta ahora ha sido capaz de encontrar una respuesta sólida a estos enigmas insondables.
Lo único cierto son demoledores datos. El partido de Rajoy obtuvo 7,9 millones de sufragios, 700.000 más que en diciembre, y acaparó el 33% de los votos emitidos.
Cifras que convierten al líder conservador en una máquina de ganar elecciones presidiendo una de las fuerzas políticas más corruptas de Europa. Demasiada confusión para alegría de politólogos avezados para quienes completar este rompecabezas se ha convertido en el reto de la década. Otro dato más que ayer salió al escenario. El bipartidismo tradicional sumó el 55% de los votos totales y aunque no mejora su suma global de apoyos respecto a los comicios del pasado año, aguanta el empuje arrollador de las fuerzas emergentes, como Podemos y Ciudadanos, gracias, en parte, a las fuerzas nacionalistas.
La vieja política española mantiene su hegemonía. Y un último indicador que hace las delicias de los expertos, la abstención, el verdadero ganador de las elecciones del domingo con sus 10,4 millones de seguidores, el 30,1% del total, a falta del conteo de los 1,9 millones de ciudadanos que conforman el censo exterior. Hay quien dice que este abultado porcentaje procede de la frustración y la desafección de un sistema que ha dado sobradas muestras en España de su capacidad para rehacerse de sus cenizas. Un analista consultado por este diario consideraba que “dado el nivel de la mayoría de nuestros representantes políticos, resulta cada vez más complicado ir a votar sin escafandra”.
A quien no se vio nada preocupado fue a Pedro Sánchez. El líder socialista se presentó ayer más seguro de sí mismo que nunca. Tras una jornada intensa para todas las empresas de investigación sociológica que hay en España, el político a priori más cuestionado fulminó en un asalto a sus dos mayores pesadillas. La primera, sus rivales internos, que con la andaluza Susana Díaz a la cabeza, se iban reproduciendo al calor de las malas perspectivas que le otorgaban las encuestas.
Un golpe duro para la izquierda
El otro fue un confiado Unidos Podemos, incapaz de superar a los socialistas en la hora de la verdad electoral y terminar 14 escaños por debajo. El PSOE se apresta a iniciar su operación más delicada. Una maniobra que no es otra que neutralizar cualquier atisbo de la coalición de izquierdas para convertirse en el referente opositor al presumible gobierno de Rajoy.
“No ha habido acuerdo en torno a los errores que hayamos podido cometer. Se han vertido en la ejecutiva muchas opiniones. Una cosa y la contraria”, señaló ayer el secretario de organización de Podemos, Pablo Echenique, encargado de ilustrar las causas del fracaso obtenido por la confluencia de izquierda que, aunque logró 71 escaños, perdió misteriosamente 1,2 millones de votos respecto a las elecciones de diciembre. Un golpe demasiado duro para las expectativas iniciales de la coalición progresista.
Las consecuencias de este mazazo tardarán en llegar. De entrada, comienzan a aflorar algunas discrepancias en el seno de Izquierda Unida sobre la precipitación que presidió su confluencia con Podemos y la disolución de su histórica identidad en una marca excesivamente mediática.
Los incondicionales de esta teoría son los viejos militantes comunistas que constituyen la columna vertebral de la formación liderada por Alberto Garzón, quien, pese a todo, defendió ayer la alianza que él mismo reivindicó desde el mismo día que se convocaron nuevas elecciones. Al término de la ejecutiva de su partido celebrada ayer en Madrid para analizar el resultado de los comicios aseguró que si hubiera ido por separado “el resultado hubiera sido peor”.
A su alrededor se esforzaban por camuflar la decepción que ha calado en su trinchera. El cambio reclamado por la izquierda española deberá esperar, al menos, otros dos años. (I)