El olor era fuerte y me daba náuseas
Yo trabajaba en la Compañía 78, la empresa de asbesto más antigua de la ciudad cuando el 11 de septiembre me llamaron para que colabore en las labores de limpieza de los escombros en la “zona cero”. Cinco días después empezó mi tarea. Nunca imaginé la magnitud del desastre. Había mucha demanda de trabajo.
El primer día nos dieron máscaras especiales. El olor era muy fuerte, que mareaba y provocaba náuseas. Olía mucho a mercurio y a asbesto. Habían muchos químicos. Las baterías de las lámparas fluorescentes despedían PCB, que es perjudicial para las vías respiratorias, además del polvo de las torres y las fugas de gas.
Teníamos que comer sobre los escombros. Nunca nos dimos cuenta de la contaminación. Había mucha gente limpiando. Estaban ecuatorianos, polacos, norteamericanos. Cuando llegué, todo era un caos.
Mucha gente del FBI y de la Guardia Nacional ayudaba, además de los bomberos. Nunca había visto tanta gente dando la mano y buscando sobrevivientes. Yo recogía escombros en la parte de en frente donde estuvieron ubicadas las Torres Gemelas.
Nuestras jornadas eran de doce horas diarias, los siete días a la semana. Desde los edificios cercanos veíamos una llama encendida, que se apagó solo dos meses después.
Los almacenes quedaron bañados de ceniza. Todos estaban cerrados. Había que limpiarlos, porque las aseguradoras de accidentes tenían que evaluar los daños. Mis compañeros y yo nunca entramos al área donde estaba el hueco de las torres, pero trabajamos en la Bolsa de Valores, porque en esos edificios explotaron vidrios. La gente del susto dejó sus pertenencias, como fotos e instrumentos de trabajo, incluso sus carros. Era un ambiente de una completa tristeza.
Nunca me voy a olvidar de una chica alta que iba y se paraba en Trinity Street, en la mitad de la calle y estiraba los brazos, mientras lloraba. Había mucha gente que iba a averiguar si sus seres queridos estaban en la lista de los sobrevivientes. Cada vez que encontrábamos los restos humanos de policías o bomberos, parábamos de trabajar y se rendía un minuto de silencio.
Para llegar a la “zona cero”, lo hacía caminando, porque luego del atentado, los trenes dejaron de operar. Yo caminaba desde Canal Street hasta donde estaban las torres, eran 16 bloques, cada uno de ellos representa tres cuadras en Ecuador. En total trabajé seis meses recogiendo escombros y limpiando.
Años después, tuve que someterme a un tratamiento porque tenía serias complicaciones en las vías respiratorias. Perdí la voz por unos meses, pero luego la recuperé. El doctor me dijo que tenía cáncer, por lo que me sometí a un largo tratamiento.